ENTREVISTA

Emiliano Brancciari y su debut solista: "Me siento sincero, me llevo bien conmigo"

Emiliano Brancciari, líder de No Te Va Gustar estrena "Cada segundo dura una eternidad", su primer disco como EMI. ¿Qué hay detrás de este proceso?

Emiliano Brancciari
Emiliano Brancciari, EMI. Foto: Rafa Lejtreger

“Me siento tranquilo, me siento sincero, me siento liviano. Me llevo bien conmigo, y no siento que conscientemente le haga mal a nadie. Estoy liso con la gente que quiero estar, y eso me hace bien”.

Bajo un techo plástico y caliente, sentado en la barra de un estudio (Elefante Blanco) que nunca sonó tan silencioso como esta tarde de diciembre, Emiliano Brancciari —la espalda contra la pared, cada vez más tatuajes a la vista, sus clásicos lentes oscuros, una rodilla en recuperación— dice que esto que tiene ahora es “una relación abierta maravillosa”. Que con No Te Va Gustar está, como siempre, en su lugar en el mundo, y que su aventura solista, que empieza hoy con el lanzamiento de su primer disco, está blanqueada, está aceptada y está elegida.

Es la era del poliamor, y Brancciari se quiere animar.

Cada segundo dura una eternidad es el primer disco solista de EMI (tal su nuevo nombre artístico), que luego de casi 30 años de ser músico en función de No Te Va Gustar, decidió transitar un camino nuevo. En enero de este año estuvo alrededor de 20 días en Estados Unidos y allí grabó, con un puñado de sesionistas de primera línea —músicos de David Bowie, St. Vincent, David Byrne, Bruce Springsteen, Regina Spektor, John Legend—, las 12 canciones de su ópera prima.

Quizás las 12 canciones más personales de su vida.

“El cambio radical fue no pensar en la banda”, dice a El País. “Desde hace un montón de años ya sé que hay un montón de temas que van a quedar fuera de la banda, pero siempre pienso que se puede. Siempre tengo una cuerda invisible que me liga al grupo. Y esta vez, como habíamos grabado el disco (Luz) y la pandemia seguía, estaba inspirado y seguí, pero me despojé de ese traje. La banda ya estaba surtidita”.

—¿En algún momento dudaste? ¿Te cuestionaste si esta era la decisión correcta?

—No. De lo que dudé fue de cuánto me iba a llevar explicar la situación al afuera. Con mis compañeros no iba a tener problemas, porque estamos en un momento tan positivo de energía y de proyectos… Yo estoy superbién donde estoy, me siento feliz, realizado, pero quiero hacer algo más; quiero plantearme desafíos y los quiero disfrutar. Para adentro era fácil de explicar. Para afuera, está siendo menos complicado de lo que creí, pero hay gente que desconfía de eso (se ríe).

Un día antes de esta nota, en Twitter, Brancciari leyó a un usuario que se negaba a escucharlo en algún proyecto que no fuera No Te Va Gustar. “Y le dijeron de todo”, dice y se ríe, y en esa risa cabe el apoyo de un público que, ya se sabe, está. Antes de la salida del disco, EMI mostró tres temas. Después anunció una gira y puso las entradas en venta y bastaron, esas tres canciones, para que todo se empezara a mover.

Sin embargo, cuando piensa en la gira que tiene por delante, el cantante que nació en Argentina y fue adoptado por Uruguay dice que va a tener nervios, que se va a morir de nervios, que va a ser todo distinto, que va a “recontramil” extrañar a sus compañeros. Y que va a estar buenísimo.

Cada segundo dura una eternidad se grabó en Long Island, Nueva York, porque era un desafío, un choque de mundos, un cambio. Allá, Brancciari defendió y compartió sus canciones ante desconocidos, vio con entusiasmo cómo sus composiciones gustaban, recibió sugerencias puntuales y útiles y hasta gestó una colaboración con el músico Jim Keller para “El rey ha muerto”. Ocurrió todo en el estudio de Héctor Castillo, el venezolano que ya hizo la producción de Suenan las alarmas, Otras canciones y Luz, los últimos discos de NTVG. En Uruguay, lo único que se sumó fueron los coros en español.

Mucho se hizo sobre la marcha y hubo algo del contacto directo, de la tocada compartida, que llenó este álbum de vida. Es un disco de rock, si se quiere, con lugar para el pop, la intención bailable, el coro góspel, la influencia del blues, la guitarra acústica. Sobre todo, hay lugar para el cantante: quizás el gran cambio entre un proyecto y otro sea ese, la forma en la que está puesta la voz, el terreno que hay para explorar. La comodidad.

“Cuando me quise alejar un poquito de las composiciones para el grupo, también me olvidé del pogo, de exigirme con la voz para que las canciones ganaran en emotividad, y poder cantar más tranquilo”, admite.

Las canciones de No Te Va Gustar, que encontraron el canal de la emoción a través de la exigencia, del canto al borde del grito, de lo intenso, lo limitan en su oficio.

Él se lo buscó. A EMI le pide, y también y le da, otras cosas.

Como EMI, por ejemplo, baila solo en un tema como “Rufián”, con videoclip coreografiado por la primera bailarina del Sodre, Rosina Gil, y dignamente ejecutado. “Me estoy animando a hacer algo que puede estar mal visto, como sacar un disco en paralelo a mi grupo de años; a sacar un disco mucho más personal, y a hacer cosas que no hice antes, o sí hice pero con la ayuda de mis compas, que es todo más fácil. Ya hemos hecho el ridículo en varios videos, pero todos juntos, y si morimos, morimos todos. Pero ahora es eso: sí, dale, me animo, lo hago”.

A tanto riesgo, igual, un mínimo de contención: para la nueva aventura, Brancciari reclutó a su viejo compañero de NTVG, el baterista Pablo “Chamaco” Abdala, y al bajista Enrique “Checo” Anselmi, con quien comparte las horas de la banda tributo Monoroots. Así es más fácil: si salta, lo van a atajar.

La novedad la aportarán, en la banda que lo acompañará en sus shows —estará el 23 de febrero en La Trastienda y las entradas ya se consiguen en Abitab—, Gonzalo Vivas, Lula Isnardi y Lucía Romero.

“Ahora es mucho más fácil. Las mujeres músicas están más a la vista y hay muchas más que se animan. A Lula la conocí por las redes, la vi y le escribí, ¿entendés?”, dice de la inclusión femenina en su banda. “Me gusta todo lo que se genera, la sensibilidad, que a veces pensamos la música de distinto lugar. Me encanta tener otra sonoridad a la hora de cantar. Viene por ahí. Todo me suma”.

Al final, Brancciari vuelve una y otra vez a eso: a lo que EMI aporta y que no afecta en nada a una banda, de las más importantes del rock regional, que camina firme y fuerte a pesar de lo que se expande a su alrededor.

Porque este momento, el de sus 45 años y la vida adulta y la confirmación de lo conquistado, tiene que ver con eso: con reconocer y reconocerse.

En Cada segundo dura una eternidad, Brancciari se explica y se dice a través de las canciones, se analiza y se entiende, se saca miedos, se muestra.

En “De esos días”, por ejemplo, canta que hoy tiene que animarse a mirarse de frente.

Cuando se anima y se mira, se encuentra, dice a El País, con algo bastante sincero. “Demasiado... Bastante sincero, sí”, enfatiza. “Ahora me siento cómodo”.

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