ANIVERSARIO 

Villa La Paz, un pueblo sin desempleo que cada año se queda a oscuras para un ritual único en Uruguay

La localidad del departamento de Colonia cumplió 164 y celebró su aniversario con una tradición que recuerda a los primeros habitantes del lugar, los colonos piamonteses. 

Gente tira antorchas al fuego en La Paz

la historia dice que a finales del siglo XII un comerciante de Lyon, Pedro Valdo, vendió todas sus pertenencias y decidió llevar una vida de pobreza y predicación de la Biblia. Que salió por la ciudad, que hizo accesible el conocimiento de las escrituras para todos. Que se formó, alrededor suyo, un movimiento, los valdenses, que lo seguía y predicaba junto a él. Que entendían que cualquier persona que tuviese conocimiento suficiente podía hacerlo. Que el Papa de entonces los prohibió: no podrían predicar sin el permiso del obispo local. Y que el obispo de Lyon no les dio su consentimiento por entender que predicaban un Evangelio diferente, distorsionado.

La historia dice que ellos siguieron predicando su mensaje de fe despojada de todo y que fueron perseguidos por la Iglesia Católica por Lyon y por toda Europa. Que se fueron a los valles de Francia y de Italia, que se refugiaron en la zona del Piamonte y que se escondieron en lo más alto de las montañas. Que vivieron en casas con ventanas muy pequeñas para que no pudieran verlos ni encontrarlos. Que fueron excomulgados y asesinados. Y que el 17 de febrero 1848 fueron reconocidos sus derechos civiles y su libertad de culto y pudieron, finalmente, ser libres.

La historia dice que ese día salieron de sus casas y prendieron fogatas para festejar, para que la noticia llegara, a través de la luz anaranjada del fuego, a lo más alto de las montañas. Que quienes vivían allí se enteraron y bajaron con antorchas para iluminar el camino. Que desde entonces ese verso del Evangelio de San Juan que dice que la luz resplandece en las tinieblas y las tinieblas no prevalecen contra ella es lema, forma y escudo.

La villa 

Casa del artesano en La Paz
Casa del artesano en La Paz. Foto: Soledad Gago

Lo primero que se ve al llegar a La Paz es el cementerio: un lugar de paredes blancas con árboles y flores en el que los muertos se entierran en el suelo. Unos kilómetros más adelante hay un cartel. Dice: “Bienvenidos a Villa La Paz”.

La Paz está al Este del departamento de Colonia. Fue fundada el 17 de octubre de 1858 por Doroteo García junto a un grupo de inmigrantes valdenses que vinieron desde el Piamonte. Se trató del primer pueblo agrícola del Uruguay. Hacía poco había terminado la Guerra Grande -del final de ese enfrentamiento viene, también, el nombre del pueblo- y los campos de la zona estaban desolados. Cuando llegaron los piamonteses, que venían acostumbrados a trabajar la tierra de los valles, recibieron una porción de campo por familia.

Hoy en La Paz viven cerca de 700 personas. El pueblo tiene una plaza con un monumento a su fundador, una iglesia Evangélica Valdense que fue la primera de Sudamérica y una iglesia católica, una escuela de Policía, una escuela pública y una escuela del hogar - donde se ofrecen diferentes talleres- una fábrica y algunas quintas que le dan trabajo a gran parte del pueblo, que prácticamente no tiene desempleados.

Todo en La Paz —las veredas, las calles, las personas y el aire— vive en una calma constante, está habitualmente quieto.

Es lunes 17 de octubre de 2022 y a las siete y media de la tarde el sol ya se ocultó y hay, en el horizonte, un atardecer rosado y tímido. Aquí, donde siempre todo está tranquilo, hoy hay el movimiento de algo importante: hay autos estacionados en todas las calles y personas caminando hacia la plaza, hay tránsito, hay luces.

Gente camina con antorchas ante la iglesia Evangélica Valdense de La Paz
Gente camina con antorchas ante la iglesia Evangélica Valdense de La Paz. Foto: Facundo Gago.

Hoy, como todos los años desde el centenario de La Paz, el pueblo celebrará su aniversario número 164 con el desfile de las antorchas. En unas horas todas las casas apagarán sus luces y la villa quedará absolutamente oscura y sus habitantes y las personas que cada año llegan de todos los alrededores se reunirán en la plaza y caminarán por las calles del lugar llevando antorchas alumbrando, solamente, por la luz del fuego.

Celebran así porque en La Paz todavía hay vestigios del pasado. Porque en ese pueblo de casas bajas y árboles viejos y flores de colores, siempre tienen presente de dónde vinieron, qué historia fue la que los llevó hasta allí. Porque caminar con las antorchas encendidas es una forma de recordar a sus antepasados, a los que llegaron de Italia, a los que alguna vez fueron perseguidos y, como ellos, encendieron un fuego para celebrar la libertad.

Dos hombres ponen aceite en las antorchas en La Paz
Dos hombres ponen aceite en las antorchas en La Paz. Foto: Soledad Gago

El encuentro

“Hoy hay más revuelo de lo normal porque vino el presidente Lacalle Pou. Pero normalmente es una celebración del pueblito con gente de la zona”, dice Silvia, sentada detrás de una mesa en la que hay, a la venta, una pastafrola, una torta de fiambre, galletas, un termo de café, una taza con el resto de un té que alguien acaba de entregarle. Alrededor hay cuadernos y libretas y distintas manualidades para vender. Se trata de una pieza con paredes macizas pintadas de un amarillo claro, con puertas de madera y manchas de humedad y de tiempo. Apoyadas sobre los rincones están las antorchas: cañas con unas latas atadas a un extremo.

La casa, que está frente a la plaza, fue construida alrededor de 1860 y perteneció al primer maestro del pueblo, un italiano que llegó, también, del Piamonte. Hoy allí funciona la casa del artesano.

Son pasadas las ocho y media y todo lo que sucede en el pueblo pasa alrededor de la plaza Doroteo García: hay puestos de venta de comida - queso, conservas, algodones de azúcar- la iglesia Valdense tiene las puertas abiertas, las luces todavía están encendidas, le gente camina lento, como en un éxodo, hacia la esquina desde la que partirá el desfile. Allí, dos hombres mojan en aceite todas las antorchas que les acercan.

Media hora más tarde, sin aviso, las luces de la plaza se apagan. Todo queda negro. Las antorchas se encienden y todos empiezan a caminar. Avanzan lento, sin ningún orden. Elevan el fuego. Caminan como si aquello, fuese, también, la forma de un rezo.

Desfile de antorchas en La Paz
Desfile de antorchas en La Paz. Foto: Soledad Gago

No hay edades ni formas: hay niños y niñas, jóvenes y ancianos, hay familias enteras, hay personas solas. Hay quienes hablan. Hay quienes van en silencio. Hay quienes se refugian del frío de una noche de primavera que no termina de serlo. Hay quienes miran el fuego. Hay quienes avanzan como si no miraran hacia ninguna parte.

En algún momento del recorrido que pasa por las calles Rosa Butler, Pablo Esteban Long, José Pedro Varela y Artigas, empiezan a sonar las campanas de la iglesia Valdense y, aunque todavía hay murmullo, es esa vibración dorada la que llena el aire y se mezcla con el olor a aceite y a humo que va quedando, de a poco, en toda la villa.

Regresan a la plaza. Pasan por frente a la iglesia. Aplauden. Siguen caminando. Desde lejos se ve, en un predio de pasto en el que hay un escenario y algunas sillas playeras dispuestas ante él, un reflejo anaranjado.

Fogata en La Paz
Fogata en La Paz. Foto: Facundo Gago

Ese reflejo es el final: una fogata inmensa en la que, de a poco, el pueblo va quemando sus antorchas. Llegan, se acercan, miran, esperan y, cuando lo sienten, lanzan las cañas como si fueran balas. Hay algunos que se quedan alrededor. Hay otros que filman, que sacan fotos, hay quienes no se acercan demasiado, hay quienes se impactan, quienes retroceden. Hay quienes miran. Hay quienes recuerdan.

En ese fuego está el encuentro: de un pueblo entero, del pasado y del presente, de la memoria, de los que fueron y de los que son. En ese fuego está la esencia: es la luz que resplandece en las tinieblas.

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