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El pánico moral, los niños y el miedo de China a los videojuegos

China anunció que va a prohibir que los niños jueguen por más de tres horas semanales

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El lunes pasado la Administración Estatal de Prensa y Publicaciones de China anunció que va a prohibir que los niños jueguen videojuegos por más de tres horas semanales.

Las empresas de videojuegos solo podrán permitir el acceso de los menores de 18 años a su contenido de 8 a 9 de la noche los viernes, sábados, domingos y feriados. La prohibición viene acompañada del anuncio de que aumentará la frecuencia de las inspecciones a estas compañías con el objetivo de comprobar que se están implementando de manera efectiva estrategias contra la adicción al juego. Las empresas tienen estrictamente prohibido prestar cualquier servicio a menores fuera de ese horario y están obligadas a verificar la identidad real de sus usuarios y a impedir que creen cuentas con seudónimos.

La agencia oficial de noticias Xinhua hizo pública la noticias definió a los videojuegos como el “opio espiritual”, a los que ya había limitado el acceso a los niños chinos en 2019. En ese momento se había definido que podían acceder a 90 minutos diarios y a tres horas en vacaciones. Pero esas medidas no parecían haber funcionado para mucho.

Según estadísticas publicadas por medios oficiales, el 62,5% de los niños y adolescentes chinos juega por internet con una frecuencia superior a la estipulada, y hasta un 13,2% de estos usuarios lo hacía más de dos horas diarias en los días de actividad escolar.

No hay datos sobre esa supuesta adicción (ni cuántos jóvenes y niños la padecen ni cuantas horas son consideradas peligrosas y sobre qué teorías se basan esas presunciones) ni sobre el impacto que eventualmente tendrían esos abusos en el resto de las actividades que realizan niños y adolescentes.

Las autoridades chinas tampoco parecen considerar importante el tipo de videojuegos, para ellos son todos igual de hijos del demonio.

El formato parece ser tan perjudicial que deja afuera el contenido y las características. Como una biblioteca en la que todos los libros fueran juzgados por los colores de sus lomos.

Pero la prohibición no vino sola.

Las autoridades quieren que todas las compañias y los juegos estén conectados a los que ellos definen como una suerte de sistema contra la adicción, con nuevas reglas que incluyen el derecho a mantener los datos y nombres reales de todos los usuarios, así como el acceso a informes sobre las transacciones en el juego y otros datos generales de los jugadores.

Esto que China nos muestra en su versión más extrema, se conoce como pánico moral y muchas veces ocurre en las casas de todos nosotros.
El pánico moral es un concepto, acuñado por el sociólogo Stanley Cohen, que se utiliza para definir lo que ocurre cuando un grupo de personas reacciona a algo sobre la base de una percepción falsa o exagerada de algún comportamiento cultural.

La mejor definición de pánico moral es ver a un ex ejecutivo de Google decir en el documental The Social Dilemma de Netflix que cuando alguien inventó las bicicletas no había nadie que dijera que eran perjudiciales.
¿Por qué? Porque en realidad (y aunque ahora parezca muy extraño) sí había muchísima gente preocupada por las bicicletas. Gente que decía que podían hacernos daño.

Es que el pánico moral no es nuevo.

Desde que Sócrates criticaba la palabra escrita porque, según él, “a los libros no se les podía preguntar nada”, hasta hoy siempre que una tecnología nueva surge, surgen también los que temen que esta sea justo las que nos convierte en idiotas. Surgen los que quieren prohibir, los que quieren controlar, los que quieren vivir en el pasado porque siempre fue mejor.

Voces que repiten y repiten que tenemos que tener miedo. Y con esas voces aparecen también otros. Los que se aprovechan de los que tienen miedo.

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