SURF

Edwin Salem, la leyenda de las olas más salvajes, se reunió con Lacalle Pou

El surfista conocido por explorar las playas vírgenes visitó Montevideo y se reunió con el "hermano surfista" del presidente

Edwin Salem surf
Edwin Salem con Lacalle Pou

El nombre de Edwin Salem (61) está escrito muchas veces en la historia del surf. Una de ellas es por ser pionero en Maveriks donde las olas son tan frías como altas y son tan altas como peligrosas. “Sabíamos que esa ola iba a matar a alguien. Solo no sabíamos a quién. Apostábamos a aquel que era más imprudente”, relató a El País durante una visita a Montevideo. Ese destino le tocó a Mark Foo en 1994; Salem estaba ahí.

En esa playa en Half Moon Bay, al sur de San Francisco (estado de California), llegan marejadas del Golfo de Alaska y las marejadas del suroeste. El resultado son olas que comienzan a generarse a los 200 metros de profundidad, raspan el fondo, y finalmente se muestran como una pared de agua de más de siete metros de altura.

“Cuando pegan, tiran para adelante un pico que es muy difícil de bajar, súper hueco, violento; es un desafío para cualquier surfer”, explicó.
No fue en Maveriks (en Half Moon Bay, al sur de San Francisco) pero Salem también aprendió por las malas a ser sensato. “El mar me cagó a patadas una vez”, recordó. Perdió la tabla en una ola enorme, la corriente lo empujó y lo arrastró por debajo de un muelle. El estrés postraumático hizo que no quisiera saber del mar por unos meses –hasta se fue a Francia lejos de la costa– pero terminó volviendo porque el oleaje es un canto de sirenas. Pero en el mar no volvió a ser el mismo.

Edwin Salem surf
Edwin Salem en Costa Rica

“Esas cosas te despiertan a la fuerza. A los 23 casi me ahogo. A esa edad vos creés que sos invencible y eso fue un ‘despertate, nene’. El mar te enseña; es una metáfora de la vida. Si te excedés en los riesgos, pagás. Alguien siempre paga”, reflexionó el surfista.

Salem, nacido en San Isidro (de padre inglés y madre uruguaya que se conocieron navegando), pagó su tributo con laceraciones, un corte en un talón de Aquiles y varios quillazos.

Hacia lo salvaje.

No obstante, no tuvo su dosis de olas y salitre durante una breve visita a Montevideo –pero se escapó a Punta del Este donde lo estaban esperando con una tabla y visitó el Museo del Surf–.

En la capital tuvo una reunión “divertida e inesperada” con el presidente Luis Lacalle Pou (que primero pensó que era un chiste). Con él habló de lo que se hablan siempre los “hermanos surfistas” cuando se reconocen y se reúnen: “De olas secretas” y, en particular, de las expediciones que ha hecho Salem en búsqueda de lo salvaje: desde Alaska hasta la Antártida y, recientemente, a África.

“Todo el mundo que surfea sabe que el presidente surfea. Cuando salió presidente apareció en páginas de Sudáfrica, de Australia, de Estados Unidos. Obama también lo era pero ahora es el único. Las posibilidades de sentarte a tomar un vinito con un presidente ya es rarísimo para un surfer y que el presidente sea surfer, más; es casi imposible”, contó a El País.

Lacalle Pou sabe que Salem es una leyenda. Salem es un pionero. Corre olas hasta que una playa se llena de turistas y entra en el circuito profesional. Ahí sale a buscar un nuevo destino.

Edwin Salem surf
Edwin Salem en Maveriks

Así fue el primero en explorar la costa cercana a Buenos Aires, luego la Patagonia, luego California (donde se muda con su madre) y luego cada rincón de Centroamérica (donde tiene lugares favoritos que no quiere revelar).

“De Mar del Plata empecé a ir a Mar de Ajó, a Villa Gesell (donde fundó la primera escuela de surf del país que luego fue cerrada por los militares porque “no les gustaba la gente de pelo largo y que hiciera cosas alternativas”, y Salem rió al terminar esa frase: “Sí, tenía pelo”), a Mar del Tuyú. Eran lugares donde nunca nadie había surfeado. Después le tomás el gusto a ir a probar olas nuevas. Cuando estaba aburrido miraba el mapa de Argentina e imaginaba dónde ir”, relató.

Recientemente surfeó desde Liberia hasta Gabón en playas donde los locales no sabían qué era el surf y, cuando lo vieron, pensaron que era algo absurdo. “Para un pescador, para alguien que subsiste del mar, no tiene ningún sentido hacer todo ese esfuerzo solamente para divertirte”, señaló.

De todo el recorrido por el Golfo de Guinea –que hizo acompañado por los hermanos Joaquín y Julián Azulay del proyecto Gauchos del Mar y que filmaron allí el documental Territorio africano que se estrenará próximamente– le impactó la belleza que adjetivó como “espeluznante” de las playas, en particular en Ghana, con olas tan vírgenes como desafiantes. “Son todas para vos. Le ponés el nombre y te lo llevás en tu espíritu”, dijo a El País.

En Patagonia, en California, en el Caribe o en África, a Salem lo motiva encontrar esa ola perfecta y solitaria: “A mí me interesa la parte de pionero; encontrar ese momento atrás en el tiempo en los lugares de surf. Yo vivo en los túneles del tiempo”.

Amor y solidaridad.

Salem es de la vieja escuela. De la purista. Del verdadero amor al mar, a las olas y a la aventura. No anda pensando en selfis ni en premios ni en promociones de vestimenta. Por eso ve con tristeza que casi ya no impera “la cultura del respeto en el agua” y que hay “egos” en la vuelta (esos que reclaman cierta propiedad en las olas) que “no son realmente positivos”; que al mejor estilo futbolístico, la industria capta a niños para competir, quitándole con los años lo más lindo que, a su juicio, existe en la relación entre hombre y océano: la sensación de libertad.

Es aquí donde entra Olas del Alma, una ONG que fundó en Puerto Viejo, Costa Rica, y que también opera en Argentina, Colombia y Venezuela y que Salem aspira a instalar en Uruguay o, por lo menos, a brindar su apoyo técnico a iniciativas similares. Olas del Alma nació con la intención de devolverle al surf lo que siente que hizo por él durante toda su vida. Atiende a niños y adolescentes en situaciones de vulnerabilidad a través de lo que se conoce como “terapia del surf”: arriba de la tabla se aprende a regular las emociones.

“Le damos otra luz a la infancia antes de que las influencias negativas puedan corromper a los chicos. Alivian sus problemas y dolores en el mar. Parándose en una ola levanta la autoestima”, apuntó Salem.

La felicidad.

De barrenar a los 8 años en Mar del Plata con una tabla de madera al presente, Edwin Salem considera que es un hombre libre.

“Me despierto en la mañana y miro el mar. Miro si hay olas. Miro las predicciones y trato de arreglarme en el tiempo y el espacio para estar en el momento justo. Veo el ángulo de la ola, la dirección de dónde viene, en qué arrecifes va a andar bien. Pero al final siempre termino bajando con la moto, veo lo que está funcionando y vuelvo a casa a buscar la tabla, regreso y me quedo hasta el mediodía. Es el pan de cada día”, contó a El País.

Casi con 62 años sigue surfeando todos los días y afirma que lo seguirá haciendo hasta el final. Y el día que la columna le gana la pulseada y el dolor de las hernias de disco se hace punzante, se pone patas de rana y va a barrenar para estirar. “Los pingüinos lo hacen así, las focas lo hacen así, las ballenas lo hacen así. Es la forma más pura de surfear. Yo no tengo prejuicio si no tenés tabla. Mientras yo me pueda entubar, estoy contento”, reflexionó.

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