ENTREVISTA

Mariana Percovich: "Si este queda como mi último espectáculo, me voy a sentir muy conforme"

La directora y dramaturga estrena en el Sodre "María de Buenos Aires", su primera puesta en escena en seis años, y de eso charló con El País

Mariana Percovich. Foto: Gentileza Mariana Percovich
Mariana Percovich. Foto: Gentileza Mariana Percovich

Sobre el final de la entrevista, Mariana Percovich desvía la mirada, quizás hacia una ventana, y saluda sonriente a alguien que pasa por la calle. En Pando, dice, es así: ese lugar que la acogió cuando decidió irse de Montevideo, donde se instaló con su pareja y sus perros, le dio comunidad, le dio vecindad y le dio paz.

Desde Pando, entonces, la directora y dramaturga conversa con El País sobre María de Buenos Aires, la obra que marca su regreso a la cartelera local. Se estrena hoy a las 20.00 en el Auditorio Nacional del Sodre y tendrá funciones hasta el domingo; quedan entradas a la venta en Tickantel.

María de Buenos Aires, la ópera-tango que escribió Horacio Ferrer y musicalizó Astor Piazzolla, es lo primero que Percovich hará en seis años. En 2015, una de las grandes mujeres del teatro uruguayo dio un paso al costado de su quehacer artístico para asumir como directora de Cultura de la Intendencia de Montevideo en la gestión de Daniel Martínez. Y más adelante, un diagnóstico de cáncer y las secuelas que dejó la enfermedad la llevaron a una jubilación temprana.

Percovich tiene “nanas” y para hacerle frente a esta puesta en escena, que le ofreció su amigo Martín Inthamoussu, el actual presidente del Sodre, se armó un equipo que le permitió, de febrero hasta ahora, trabajar “sin trabajar”. Su tarea de directora escénica la desarrolla de manera honoraria y eso, dice, la colocó “en un lugar muy bello, de agradecer”.

Pinocho Routin en "María de Buenos Aires", del Sodre. Foto: Difusión
Pinocho Routin en "María de Buenos Aires", del Sodre. Foto: Difusión

En María de Buenos Aires la acompañan Bruno Contenti y Ximena Echeverría como asistentes de dirección, Claudia Sánchez en escenografía e iluminación, Cecilia Parra en vestuario, Gerardo Moreira en la dirección musical y Pinocho Routin a la cabeza de un buen elenco de artistas.

“Es bien interesante aportar una mirada desde una mujer, porque no es común que una mujer dirija ópera”, resalta Percovich y asegura sobre su momento: “A pesar de los dolores, los cansancios y de que cada tanto vengo a casa a cuidarme, estoy muy feliz”.

—Cuando en 2015 asumiste el cargo de directora de Cultura de la Intendencia dejaste el teatro, porque eran profesiones incompatibles. ¿Cómo fue soltar entonces a tu yo artista, y cómo vivís ahora la jubilación?

—Dejar el teatro al principio fue doloroso, pero fue tal la vorágine de trabajo de la Intendencia que no me dio tiempo a pensar. Es un trabajo de 24x7, una ciudad no para y vos no te podés ir a dormir y apagar el teléfono. Lo que sí me pasó es que fui a ver poco teatro, porque me dolía mucho, me hacía doler. El tema es el cáncer, que es un antes y un después en tu vida, entonces yo necesitaba esa jubilación, primero para vivir y segundo porque realmente no tolero grandes niveles de estrés. Me costó entenderlo al principio, lloré mucho y decía: “Yo soy joven, puedo dar mucho”. Y después me di cuenta que podía dar igual.

—Toda tu carrera está atravesada por la perspectiva feminista. A partir de las reivindicaciones de los últimos años, ¿cambió esa mirada a la hora de enfrentarte a María de Buenos Aires?

—Sí. Yo llevé a mi sobrina de siete años a ver Carmen por el Ballet Nacional del Sodre, y al final, cuando matan a Carmen, mi sobrina gritó “¡La mató!”, y no quiso volver nunca más al ballet. ¡Imaginate! Las nuevas generaciones ya no soportan eso. Entonces cómo contamos esas historias hoy, es el gran desafío que tenemos las mujeres creadoras, y los varones. Esa frase de Ferrer de: “Presagio eres entre todas las mujeres” me resonó tanto que entendí lo que me estaba diciendo él: que ese presagio de la muerte de María nos iba a acompañar hasta el siglo XXI, y nos va a seguir acompañando en la medida en que no se tomen políticas públicas para impedir que esa violencia siga estallando. Yo creo en el arte como un lugar para pensar temas; no me interesa el narcisismo de hablar del ombligo de uno. Y seguramente yo voy a hacer muy poca cosa de acá en adelante, y si esto queda como mi último espectáculo, me voy a sentir muy conforme.

—¿Qué vínculo tenías, de antemano, con el tango?

—Mucho, desde niña. Mi papá era músico, fue director de orquesta de joven, después abandonó, pero era un tipo que tenía la radio Clarín puesta todo el tiempo. Y después hice varios espectáculos. Uno, Cenizas en mi corazón, contaba la relación de Gardel y Lepera. Y luego la Comedia Nacional me encargó la escritura de un musical de tango, y me fui a Buenos Aires un mes a recorrer tanguerías e investigar, pero no las tanguerías de Florida sino las de barrio, las que tienen detectores de metales para entrar, las de rompe y raja. Esas son las auténticas. Y fue una investigación preciosa y escribí Cuartito azul. Ahí tocaba La Mufa en vivo y aprendí mucho del bandoneón con (Martín) Pugin, que venía a casa, se tiraba en el suelo a tocar en bandoneón y volaban las partituras de los tangos. Siempre estuve apasionadamente vinculada al tango, pero lo de Piazzolla es superior porque me siento muy identificada con él. Ojo, no creo ni ahí tener su nivel, pero muchas veces mis espectáculos no fueron entendidos.

—En 2015 hablaste, en nota con La Diaria, de las mujeres creadoras como una “minoría escandalosa”. Eso ha cambiado un poco.

—Un poco, sí. En esa entrevista tenía muy claro que desde las políticas públicas teníamos que meter hasta el hueso el tema, y eso fue doloroso, desde las reinas del carnaval (la sustitución de la elección de reinas por figuras) hasta evitar que el carnaval de las promesas pusiera niñas en tanga. Nos metimos hasta el hueso para decir: sí, todo bien, esto es cultura, pero entonces podríamos avalar la ablación del clítoris porque es cultural. ¡O sea! Me acuerdo de que me invitaran los Graffiti a entregar un premio, y me dio una vergüenza porque en 15 años, a la única mujer que habían reconocido había sido a Laura Canoura. ¡En 15 años! Todo cambió mucho, mucho y muy rápido, pero porque se atacó con políticas públicas y porque las artistas se sintieron avaladas, respetadas y escuchadas. Tenemos que animarnos a denunciar cuando nos tratan mal, a poner dinero para que las mujeres tengan lugar, a hacer jurados paritarios. Y es eso. Que el Sodre haya invitado a una mujer a hacer una obra de dos hombres muy particulares es también una mirada de género.

—¿Qué más te dejó tu paso por la gestión pública?

—Todo eso me quedo de bueno. Lo que me quedó de malo fue un cáncer, que es una enfermedad muy precisa en ese sentido: el estrés le hace campo orégano, y entregarte al cien tiene sus consecuencias. Aprendí muchísimo, a conocer mi ciudad, las subculturas, cómo el mainstream no sabe nada de lo que pasa en un barrio y a veces no le interesa. En mi gestión llevé gente a conocer el Sacude de Casavalle, y se quedaban de cara. Eso es de las cosas más lindas que me llevo. Pero quizás me di tanto que me terminé enfermando. Y cuando estás en riesgo de morir decís: valió la pena, pero no lo volvería a hacer.

Eva Wolf en "María de Buenos Aires", del Sodre. Foto: Difusión
Eva Wolf en "María de Buenos Aires", del Sodre. Foto: Difusión

—¿Qué queda de aquella Mariana que buscaba sacar el teatro de los espacios convencionales y se movía por los márgenes, en esta que hoy llega al Sodre?

—Todo, todo. Cuando estaba en la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramática tuvimos un proyecto de innovación en pedagogías colectivas, e hicimos un trabajo sobre el trabajo en el espacio público y alternativo. Y mi plan es escribir un libro para dejar registrado mi proceso de trabajo en los márgenes, que es lo que siempre me va a caracterizar. A pesar de que parezca que hacer una ópera en el Sodre no es estar en el margen, se puede estar en el margen de muchas maneras. Y hacer Piazzolla es estar con alguien que estuvo siempre en el margen, y que tuvo que bancar que le dijeran que no sabía tocar tango. La cara de Piazzolla tocando en el Colón me habló de su dolor, el mismo dolor que sentí muchas veces cuando te dicen: lo que vos hacés no es teatro.

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