RESEÑA

El último duelo de Christina Applegate: así es la temporada final de "Dead to Me" de Netflix

La serie de comedia negra estrena este jueves su tercera y última temporada, que Applegate filmó con esclerosis múltiple. Qué hay que esperar.

Linda Cardellini y Christina Applegate en la tercera temporada de "Dead to Me"
Linda Cardellini y Christina Applegate en la tercera temporada de "Dead to Me". Foto: Difusión

El tornasol amargo que tiñe la última temporada de Dead to Me, que llega hoy a Netflix, tiene varias explicaciones. Está la pesadumbre propia del final, el hecho de reencontrarse con esta serie con la conciencia de la última vez, de la despedida. Está el cambio en la trama, que se mantiene en la senda de la comedia negra pero agudiza con notoriedad su faceta trágica, dramática. Y está el presente de Christina Applegate, que rodó estos 10 capítulos con un diagnóstico de esclerosis múltiple que se hacía sentir en cada centímetro de su cuerpo y su espíritu.

Fue, dijo en una entrevista reciente con The New York Times, la tarea más difícil de su vida. Fue una aventura de padecimiento y de dolor físico que hizo que, por momentos, requiriera de una persona para sostenerle las piernas mientras ella, en cámara, aparecía de pie. Fue duro.

La tercera y última temporada de Dead to Me, uno de los títulos más interesantes del desequilibrado catálogo original de Netflix, debía llegar en 2021. La enfermedad de Applegate trastocó los planes y en algún momento la puso en duda, pero la tenacidad de la actriz, que comparte protagónico con Linda Cardellini, la mantuvo flote. También el compañerismo: la insólitamente sólida amistad que, en la ficción, tienen sus Jen y Judy, es la que forjaron las intérpretes en el transcurso del proyecto de Liz Feldman.

Estrenada en 2019, la serie sigue las andanzas de Jen (Applegate), una flamante viuda en busca de la persona que atropelló y mató a su esposo para después darse a la fuga, y de Judy (Cardellini), una mujer entusiasta, de esas acostumbradas a ver siempre el vaso medio lleno. Se hacen amigas a los tumbos tras coincidir en un evento relacionado al duelo, y el vínculo deviene en una convivencia y en una revelación escabrosa.

Para la temporada dos, a la dupla más accidentada del mundo le seguirá pasando de todo. Habrá más muerte, más crímenes y decisiones equivocadas e ilegales, y más barro por todos lados. Mucho barro: la vida se convertirá en un pantano y Jen y Judy chapotearán porque eso es, en parte, lo que han tenido que hacer históricamente las mujeres. Buscar soluciones todo el tiempo, resolver problemas sin que se noten las dificultades, y manejar lo imposible mientras nadie parece darse cuenta.

La tercera temporada le da continuidad inmediata a la segunda. Jen y Judy acaban de ser atropelladas con violencia por alguien que, como en el principio de esta historia, se dio a la fuga, y están ingresando al hospital. Jen luce magullada, pero todo será tirando a superficial; los problemas graves estarán adentro de Judy, que hará su propia gestión del asunto.

El caso es que para este punto de la serie, el mundo de estas amigas ya no tiene forma de sostenerse. Hay demasiados agujeros que tapar, demasiados flancos que cubrir, y demasiada escasez de fuerzas. Todo se vuelve una tormenta de anuncios: aparece un cadáver, se informa una enfermedad, se pierde un arma homicida, se descubre un cabo suelto que las complica, entra en escena el FBI, un auto las acecha y Ben (James Marden) se vuelve una presencia inevitable.

La excusa del accidente de tránsito es, en parte, el elemento que toma el equipo de Dead to Me para lidiar, en términos de ficción, con la enfermedad de Applegate. El dolor físico y ciertas limitaciones en el movimiento se integran como una consecuencia del siniestro, y se intenta exigirle poco despliegue a su cuerpo. La atención, cuando la escena orbita sobre Jen, está en el rostro serio y la mirada cada vez más oscura, más fría. Hay más planos cortos y otras alternativas en un vestuario que, en muchos casos, priorizar la comodidad.

Dead to Me, en ese sentido, no niega ni se inventa excusas para evadir la realidad. La apariencia física de Applegate ha cambiado —aumentó, dijo, 20 kilos en el último período—, y el relato lo asume con naturalidad y se las ingenia para inventar recursos. No hay CGI que busque llevar su figura a la que el espectador conocía de los ciclos anteriores: aunque está llena de mentiras y eso es fundamental para su dinámica de comedia de enredos negrísima, y aún cuando puede llegar al límite de la ridiculez, esta serie tiene verdad. En la tercera temporada, quizás más que nunca.

Christina Applegate
Christina Applegate en la tercera temporada de "Dead to Me"

La despedida tiene fatalidad, lágrimas demasiado reales y un énfasis en la continuidad de las fases del duelo, porque como se dirá en el último capítulo, “el dolor es un continuo; sigue y sigue, y así sucesivamente”.

En última instancia, de eso es de lo que Dead to Me ha hablado siempre.

Podrá ser paradójico que para esta, su despedida, el dolor haya entrado de manera real a permear la ficción. La respuesta a esa irrupción es uno de los grandes méritos de la temporada, que demuestra sobre la marcha cómo se convive, cómo se lidia y se atraviesa el sufrimiento.

“Necesitaba procesar la pérdida de mi vida, la pérdida de esa parte de mí”, le dijo Applegate al New York Times sobre esta, posiblemente su última actuación. El final de Dead to Me es parte del proceso y es, con todo, un adiós digno de una serie como esta: distinta, irregular, cínicamente graciosa y ácidamente conmovedora.

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