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Qué fue de Emilio Aragón, el conductor de "El gran juego de la oca" que revolucionó la tevé

Es actor, director, conductor, payaso y músico; cambió la historia de la televisión en español y hoy lleva una vida lejos de la exposición

Emilio Aragón. Foto: Archivo
Emilio Aragón. Foto: Archivo

Hubo un tiempo, otro tiempo, en que producir formatos internacionales en una plaza como la uruguaya ni siquiera era algo con lo que soñar. Hubo un tiempo, otro tiempo, en que para divertirse había que mirar, en horario central, programas argentinos y españoles que llenaban de risa los livings, las mesas familiares, las noches.

Y hubo un tiempo, otro tiempo, en el que el rey del entretenimiento era aquel hombre flaquísimo, larguísimo y extraño: un hombre de lentes redondos, dientes anchos y sangre de payaso, de traje y de championes, nacido en Cuba y llamado Emilio Aragón. Ese hombre que, de la mano de El gran juego de la oca, se convirtió en un ícono de los medios hispanoamericanos. Ese que un día, después de estar en la cima, se alejó y se resignificó en mito.

Ese, Emilio Tomás Aragón Álvarez, nació el 16 de abril de 1959 y acaba de cumplir 63 años, pero aún responde a “Milikito”. Es el apodo que heredó de su padre, Emilio Alberto Aragón Bermúdez, una de las figuras más populares de España: Miliki, “el payaso de la tele”, el que que junto a Gaby y Fofó conquistó a millones de niños e inmortalizó piezas como “Hola don Pepito, hola Don José”, “La gallina turuleca” y “El auto de papá”.

Nacido en cuna circense, iniciado en un programa de televisión (El gran circo de TVE) cuando apenas era adolescente, rodeado de himnos infantiles, Emilio Aragón tenía destino de entretenimiento. En la década de 1980 se estrenó como presentador televisivo cuando decidió encabezar su propio programa de sketches, Ni en vivo ni en directo. Fue, en la época y para el contexto, pura novedad: las referencias eran los late night shows estadounidenses y un tipo de humor que cambiaría la narrativa hasta volverse, incluso hoy, regla y norma.

Ese cambio se hizo notar y en 1993, convertido en uno de los fichajes más importantes de la cadena Antena 3, Aragón estrenó El gran juego de la oca. Un antes y un después.

"El juego de la oca". Foto: archivo
Emilio Aragón en "El juego de la oca". Foto: Archivo

El formato se jugaba sobre un tablero gigante, en el que los jugadores avanzaban y sorteaban desafíos físicos, a cambio de premios económicos. Había luchas en el barro, había agua y alturas y fuego, contacto directo con cucarachas y hasta melenas preciosas que eran sacrificadas con el fin último de ganar pero, sobre todo, de pasarla bien. El espíritu lúdico impregnaba una cortina inolvidable: “Ven a jugar al juego de la oca / Ven a jugar con nuestra oca loca / Di ‘cua-cuá’, que así una oca serás / En cualquier casilla triunfarás”. Es posible que la tonada no haya parado de sonar en su cabeza desde que comenzó a leer esta nota.

El programa en España duró apenas dos temporadas, más una tercera despegada en el tiempo; coconducía Lydia Bosch y era, aunque divertido de hacer, todo un esfuerzo con rodajes de hasta 18 horas. En 2015 el presentador lo definiría como “un ejercicio muy complicado, muy duro, muy sacrificado”. También fue una revolución que hace eco hasta hoy.

En ese brillante 1993 Aragón fundó, junto a sus socios, Globomedia, la productora que ha dado lugar a un listado inmenso y absurdo de éxitos en ficción y no ficción, de El internado a Los Serrano, de Un paso adelante a Los hombres de Paco, de Caiga quien caiga a Vis a Vis. Mucho de eso se ha visto en televisión abierta en Uruguay, y otro tanto conquista Netflix.

Porque detrás de los formatos que conquistaron el prime time televisivo, detrás de un estilo de conducción que hizo escuela, detrás de la ficción que conquista las plataformas, estuvo y está Emilio Aragón.

Emilio Aragón en 2021, en el programa "B.S.O". Foto: Ana Markez
Emilio Aragón en 2021, en el programa "B.S.O". Foto: Ana Markez

Pero el conductor, criado entre varios países, casado desde los 17 años con Aruca Fernández Vega, padre de tres, actor, director, músico —sobre todo, si le preguntan, músico— y compositor, hoy mira con cierta distancia esa televisión que ayudó a moldear.

Hace pocos proyectos, lanza discos firmados como Bebo San Juan, y es el protagonista que no está. Sin redes sociales ni exposición pública, poco y nada se sabe de la persona tras el mito que crece.

En 2021 reapareció para conducir B.S.O., un ciclo de entrevistas para Movistar+ en el que el público se lo pudo volver a encontrar, ya sin gafas, con el pelo gris, el rostro de una seriedad amable, el habla pausada y la intención profunda. Cambió el smoking por un atuendo casual, y la vorágine por los proyectos de impacto.

El año pasado, además, volvió al circo para estrenar Circlassica, El Sueño de Miliki, un homenaje a su padre que fue visto por más de 150 mil personas. Habrá gira entre este año y el siguiente.

“Yo lo que tengo es oficio. La palabra ‘arte’ es preciosa, pero el oficio se traduce en horas, en habérsela pegado muchas veces”, le dijo el año pasado a la revista Esquire. “Sería injusto atribuirme el mérito. Yo he sido una persona afortunada porque a lo largo de mi carrera he colaborado en equipos que tenían las mismas inquietudes que yo. (...) Porque la carrera de cualquiera que esté en el mundo audiovisual, al igual que en otras disciplinas, depende de la sensibilidad que tengan tus jefes, de si tienen la suficiente para saber que hay que arriesgar para ganar. Y yo los he tenido”.

A más de 30 años de haber comenzado a escribir su historia, el eco de Aragón todavía se hace sentir y llega a uno de los grandes estrenos de la televisión uruguaya de 2022.

Hoy que es otro tiempo, uno en el que producir a nivel nacional y a esta escala es posible, La Tele lanzará su propia versión de El gran juego de la oca, con la conducción de Rafa Villanueva y Sofía Romano, y la participación de Tomi Narbondo. El ciclo, filmado en Buenos Aires y programado para todos los miércoles a las 21.15, es una de las maneras elegidas por Canal 12 para festejar sus 60 años: un formato que toca la fibra íntima, contagia una canción inolvidable y aspira a reunir, mediante el juego, a un montón de gente frente a la pantalla, con algo de aquel espíritu con el que Emilio Aragón supo hacer algo único.

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