Crítica: "Rifkin's Festival" es Woody Allen en un paseo por territorios cinéfilos conocidos

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Evaluar una nueva película de Woody Allen tiene dos inconvenientes. Uno es la tendencia a comparar cualquier cosa que haga con su mejor obra, ubicada, según cierto consenso canónico entre mediados de la década de 1970 y la del 90.

Es cierto que ese período, marcado por sus colaboraciones con Diane Keaton y Mia Farrow, lo convirtieron en uno de los grandes directores de la historia y que, ante ese baremo, cualquier cosa que haga tiende a palidecer. Aunque es un poco injusto.

Esa idea —la de un artista que ya dio lo mejor de sí y se limita a dar lo que se espera de él— es insistente aunque se acumule un montón de evidencia en su contra. En este siglo, Allen ganó un Oscar por el guion de Medianoche en París y escribió y dirigió Match Point, Vicky Cristina Barcelona, Blue Jasmine, Irrational Man y Café Society, películas que entran con comodidad en la parte más lustrosa de su canon.

Y está el otro inconveniente para enfrentarse a una nueva película de Woody Allen pero de eso, esta vez, no vamos a hablar.

Está claro, que Rifkin’s Festival, su última película le va a dar más cuerda a quienes lo acusan, entre otras cosas, de repetitivo. Es, una vez más, la crisis existencial de un escritor que tiene todo para ser feliz (incluyendo un paisaje de alta gama que para el caso es la ciudad vasca de San Sebastián) pero ha visto, claramente, demasiadas películas de Ingmar Bergman.

El protagónico, además, es otro claro alter ego de Allen, en este caso interpretado por Wallace Shawn, que ya trabajó con el director (su debut fue en Dos extraños amantes, por ejemplo) y que había nacido para el papel.

Acá es Mort, un profesor de cine que intenta encarar su primera novela. Está en el festival de cine de San Sebastian acompañando a su esposa (Gina Gershon), publicista que tiene como cliente a la nueva sensación del cine mundial interpretado con conocimiento de causa por Louis Garrel (o sea Friedrich en la última Mujercitas).

Mort, como corresponde, es un hipocondríaco y por un malestar que no parecería serlo tanto, va a dar al consultorio de la hermosa doctora que interpreta Elena Anaya. Va a encontrar excusas para seguirla visitándola (platónicamente), mientras su esposa se muestra fascinada (quizás no tan platónicamente) con su cliente estrella.

Es la clásica comedia ligera y elegante de un creador que hizo de la comedia ligera un género mayor. Aunque la película está cargada de explícitas referencias al cine arte europeo, acá Allen está más cerca de Ernst Lubitsch que de Fellini.

Mort, sí, está obsesionado con el cine clásico europeo, representado en sueños en blanco y negro, que refieren a sucesos de la historia contados con las forma y estilo de las obras originales. Es un homenaje al cine que lo formó, aunque también sabe mirarlo con cierta ironía. Parte del arco narrativo del protagonista incluye aprender a no incordiar tanto con esa nostalgia.

La idea es buena y genera sketches con el aspecto de El ciudadano de Welles, 8 1/2 de Fellini, Jules et Jim de Truffaut, Sin aliento de Godard, Un hombre y una mujer de Lelouch, El angel exterminador de Buñuel y tres de Bergman, Cuando huye el día, El séptimo sello con Christophe Waltz en el papel de la muerte y Persona (¡hablada en sueco por Gershon y Anaya!). La idea es irregular aunque simpática y busca la complicidad cinéfila de seguidores veteranos.

Es una película amable y menor que los seguidores de Allen sabrán apreciar mejor. La luminosidad de la fotografía de Vittorio Storaro y San Sebastián hace todo muy lindo de ver.

Rifkin’s Festival, que mantiene su nombre en inglés para su estreno local, estuvo pronta en 2020 pero los conflictos personales de Allen impidieron su difusión mundial como parte de una de las cancelaciones más notorias del arte moderno.

La película no se estrenó en Estados Unidos más que en mercados muy reducidos y ha sido saludada con frialdad crítica por quienes señalan cierta ligereza, repetición de clisés y un poco más de lo mismo. Sí, pero eso a veces no tiene nada de malo.