ENTREVISTA

Mauricio Dayub: el teatro, su impensado éxito con Suar y por qué gustar en Uruguay es tan especial

El reconocido actor argentino regresa a Uruguay con su premiado unipersonal "El equilibrista"; de su carrera y la creación de la obra es esta charla

Mauricio Dayub
Mauricio Dayub en El equilibrista

Tiene una carrera de más de cuatro décadas y ha trabajado en teatro, cine y televisión, pero Mauricio Dayub se sorprende por el éxito de El equilibrista, unipersonal que regresa a El Galpón el 25 y 26 de noviembre. En esta charla con Sábado Show, Dayub habla de El equilibrista y el volver a la infancia para conseguir su exitoso presente.

—¿Cómo se siente volver a Uruguay luego de haber agotado las anteriores funciones?

—Volver ya es muy bueno porque significa que hubo una primera muy buena instancia que nos llevó a decidir volver. También estoy volviendo a las provincias que ya visité en Argentina y eso me ilusiona muchísimo. No le veo el techo a El equilibrista. Y me gusta volver a Montevideo porque es un público exigente, con trayectoria teatral, y gustar en Uruguay no es lo mismo que en cualquier lado. Eso me pone orgulloso.

—Igualmente has llevado El equilibrista a Madrid y Tel Aviv, públicos muy distintos que también eligen esta historia sobre los sueños de la infancia.

—Sí, me llama la atención lo de Europa. Sobre todo porque son países donde no había estado antes haciendo temporada. Volver con localidades que se agotaron dos o tres semanas antes de debutar, es increíble. Pero lo tengo que asociar que el derrotero de El equilibrista es tan humano, tan común que atraviesa las culturas de cada país. Es algo esencial que el mundo de hoy ningunea. A la sociedad le es indiferente, pero puesto arriba del escenario, cada uno de nosotros reconoce que necesita eso, que hacía falta. Eso que me pasaba a mí, porque llevaba 40 años de vocación ininterrumpida y quise aportar mi granito de arena al tipo de teatro que me gusta que es el que logra hacer imaginar la historia al público, sino de compartir una historia acerca de algo que me parece importante y que no cotiza en el mercado: quiénes somos de verdad, qué nos pasa, de dónde venimos, qué nos lega la sangre. Todas las mañanas abro el diario y me pregunto ¿por qué el mundo llegó hasta acá?. No hay nadie haciéndose cargo de las consecuencias. Me parece que nos encontramos todos en la sala y empezamos a estar en coincidencia con esta necesidad. Y creo que nos emociona haber pasado tanto tiempo de lo que necesitamos, de lo que queremos.

Mauriciio Dayub
Mauriciio Dayub, actor y autor. Foto: Difusión

—¿Cómo es la reacción del público luego de la función?

—No recibo halagos personales cuando termina, o al menos no solamente, sino una sensación de agradecimiento y de pedir que vuelva a hacerlo para compartirlo con otros, porque el espectáculo produce ese deseo. De volver a atravesar esa experiencia, pero ya no solo sino compartido con alguien más de la familia para que le pase lo mismo. Eso, para mí es todo. Es lo que me genera el deseo de volver a hacerla.

—En estos dos años escribiste un libro y también dirigís Inmaduros con Adrián Suar y Diego Peretti.

—También repuse una de mis obras, El amateur, que la hago todas las semanas. Es todo muy fuerte. Por momentos siento que pasó un ovni por la terraza de mi casa y me mandó todos los rayos, porque el éxito de Inmaduros ha sido excepcional. El domingo a la noche terminamos la temporada de este año que retomamos en enero de 2023, y Adrián decía que nunca le había pasado algo así, porque cerramos 220 funciones con más de 220.000 espectadores todas con cartel de entradas agotadas. Es atípico, porque además es una de mis primeras direcciones.

—Leí que no estabas muy seguro de dirigir la obra.

—No porque estaba demasiado bien con lo que estaba haciendo, y me parecía que era un compromiso muy grande dirigir a dos grandes actores. Podía tener más riesgos que beneficios, sin embargo el proceso fue muy enriquecedor para ellos y para mí. Tanto que repetiría la experiencia de la dirección en cualquier momento.

Mauricio Dayub
Mauricio Dayub en El equilibrista

—Esto de volver a tu infancia ya lo presentaste en el libro Alguien como vos, en las obras El Amateur, y ahora en El equilibrista, ¿a qué se debe esa postura de revisar esos momentos clave?

—Creo que casi todo lo que somos se debe a lo que vivimos en los primeros años. Siempre que me pongo a escribir intento hacer una declaración de principios. Intento afirmar sobre el escenario las cosas que creo, que pienso, y que estoy seguro que benefician a los demás. Y casi siempre esas cosas, advierto, el destino de cada uno de nosotros está dado por pequeñas cosas que nos pasaron cuando éramos más chicos. Y nos pasamos la vida alrededor de esos hechos, porque han quedado en un lugar tan profundo que no los podemos resolver con facilidad. Entonces la infancia en ese sentido es un patrimonio insondable, sobre todo para la ficción, para verse reflejado, para compartir con el otro. Porque cuando uno se encuentra con un amigo a tomar un café empieza a contar cosas y casi siempre te vas a esos condicionamientos, formas que vienen de ahí, y uno las comparte para intentar allanarlas. Entones me parece que siempre hay cosas ricas en la infancia, de las divertidas y de las profundas. Porque son esos momentos donde obramos con más inconsciencia. En el programa de El equilibrista escribí: “Cuando llegué a ser adulto me di cuenta que estaba en un problema, no me gusta la vida de los adultos. No me gustan los cumplidos, los bancos ni los remedios. Me gusta la euforia, la expectativa, la posibilidad”. Cuando somos chicos actuamos en función de la expectativa, no lo pasamos por el tamiz del recurso que queda bien, de lo políticamente correcto. Somos como somos, y por eso es tan rica la infancia.

—O sea que aquel chico que dijo no quiero hacer ciencias económicas, quiero dedicarme a la actuación está bien encaminado.

—Es hermoso comprobar a la larga que sí. Y sobre todo que mis compañeros de la facultad con los que me reencontré el fin de semana pasado en Santa Fe, no me querían dejar ir hasta que me recibiera porque estaban seguros que me recomendaban algo bueno, el tener una carrera, me dijeran: qué bien que estuviste de haberte ido, qué suerte que hiciste lo que querías. Pero son cosas que uno nunca sabe. El pulso que te lleva a tomar decisiones cuando sos joven es un pulso inconsciente. No es algo que se pueda recomendar ni tomar como ejemplo, porque son cosas que se hacen o no. Son decisiones extraordinarias. En mi caso ha sido trascendental, porque tenía esta necesidad desde muy chico, solo que no la podía plasmar porque vivía en una casa y en un barrio que el arte no estaba presente. Hace más de 50 años el teatro era un pequeño guetto en una ciudad de provincia de Argentina, habría dos grupos que se juntaban a escondidas a ensayar en un lugar prestado. Era muy difícil acceder, y haberme podido desarrollar y encima en uno de los tres países teatrales más grandes del mundo, fue increíble.

—¿Cómo fue crear “El equilibrista?, ¿cómo surge?

—Fue un proceso muy particular. Se juntó lo que quería contar con la forma en que quería hacerlo, y di con un director excepcional como César Brie que advirtió esto y tenía los conocimientos necesarios para poder acrecentar lo que sentía. Él fue asistente de Eugenio Barba en el Odín Teatret durante 10 años, había estudiado objetología y quería aludir con objetos para que el público viendo una parte, comprendiera el todo. Y eso nos incentivó muchísimo. Estábamos en la mitad de los ensayos buscando en la ferretería un resorte que permita que el público viera tal cosa, pasábamos arriba de la escalera poniendo roldanas para que un objeto hiciera sentir lo que quería contar, y nos incentivamos mutuamente. Había elegido tres autores con los que quería trabajar porque eran especialistas en el micromonólgo con mucha imagen, poco texto y proponiendo un personaje claro determinante. Con ese sistema, ese mecanismo empezamos a armar las distintas situaciones de los integrantes de mi familia, y se armó. Logramos que todo confluya, esas cosas que pasan en el teatro donde uno no es dueño de los logros, porque lo querés reproducir en otro lado y no te sale, pero acá pasó.

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