DEL ÉXTASIS A LA DEPRESIÓN

Ludopatía: mentir, robar y disfrazarse con tal de entrar a un casino

Unos 45.000 uruguayos son adictos a las apuestas. Mienten, roban y se disfrazan para jugar. Sin embargo, apenas 60 personas piden que no los dejen entrar a los complejos y 70 acuden a terapia en el Hospital de Clínicas. Es la enfermedad con mayor potencial suicida.

Solo el 2% de la oferta de Casinos del Estado incluye ruleta. Foto: AFP
Solo el 2% de la oferta de Casinos del Estado incluye ruleta. Foto: AFP

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El cerebro de Roberto se bloquea con facilidad. La última vez que le pasó fue esta semana, cuando hizo el peor negocio de su vida. Vendió un auto que no era suyo a cambio de unos pocos miles de dólares -menos de la mitad de su valor de mercado- con tal de conseguir plata fácil. Reconoce que pudo hacerlo porque es “entrador”, “charlatán” y “comprador”. Pero su estrategia fue mentir, mentir mucho, y embaucar a un prestamista que le aceptó el trato. Sin papeles y con una sonrisa en la cara, entregó el coche y se llenó el bolsillo de efectivo.

A pie, salió del local del prestamista y pagó deudas. Pero le sobró algo de dinero, no revela cuánto, y se metió en un casino. Allí es donde su cerebro se bloquea más, donde no puede pensar y se deja llevar. Tomó algo, jugó un poco más y sintió ese “cosquilleo” en el cuerpo que le da solo cuando está frente a un slot. Repleto de placer, se fue a su casa y, de golpe, volvió a la vida real. Entonces se dio cuenta de lo que había hecho y se quiso matar.

No pudo dormir. Dio vueltas en la cama pensando cómo recuperar el auto que había entregado. Pero el dinero se había esfumado y Roberto -no es su nombre real- no sabía cómo conseguirlo. Revisó sus bolsillos, que indicaban que había sido una mala noche; la máquina lo había seducido y se había llevado todo sin dar nada a cambio. Ahí se vio despedido, preso, sin esposa, con su familia y su carrera destrozadas. Tenía que deshacer ese pésimo negocio.

Pensó en hablar con el gerente, un hombre que le tiene confianza y ya lo ha perdonado otras veces por excesos similares. Pero no sabía si le daría otra oportunidad porque esta vez había metido la pata hasta el fondo. “No sé en qué estaba pensando en el momento, es como si me volviera loco”, reconoce ahora, con los pies en la tierra. Está transpirado, se agarra las manos y gesticula, gesticula mucho. Dice que hoy fue un buen día, que hizo muchos negocios, aunque no pudo parar de pensar en el auto vendido. Lo necesita para trabajar.

Sigue nervioso, pero está un poco más tranquilo después de haber hablado. Se despide, agradece y se pone el abrigo. Dice que mañana va a reunirse con su jefe y le va a contar lo que hizo. Se va.

45.000 uruguayos son adictos al juego, según una estimación de la Facultad de Medicina. Foto: Archivo El País
45.000 uruguayos son adictos al juego, según una estimación de la Facultad de Medicina. Foto: Archivo El País

La terapia

Las puertas resquebrajadas del primer piso del Hospital de Clínicas son todas iguales. No hay nada que las diferencie, solo una pequeña inscripción en cada una de ellas que indica qué especialidad se esconde detrás. Las letras itálicas negras, propias de una máquina de escribir, convierten ese largo pasillo blanco en un viaje en el tiempo. “Psiquia- tría 7”, dice una. Solo quien sabe que esa es la correcta puede darse cuenta de que allí funcionan las terapias grupales de ludopatía. Del otro lado, un salón amplio y luminoso recibe a los pacientes.

Las sillas en ronda, una alfombra antigua y una falsa estufa a leña intentan convertir este espacio en un lugar acogedor. Hay cuadros viejos con imágenes de playas y palmeras contra las ventanas, que se descoloraron de tanto sol. El cuarto no está demasiado limpio, pero se nota que hay mucha voluntad de diferenciarlo del resto de los consultorios del hospital.

Faltan pocos minutos para las seis de la tarde. Oscar Coll abre la puerta y agradece la visita, a la vez que advierte que en un rato llegan sus pacientes. Este psiquiatra especializado en ludopatía recibe todas las semanas decenas de personas que buscan tratar su adicción al juego. Hace 10 años que trabaja en el área y vio de todo, desde embargos hasta suicidios. El patrón que más se repite: la mentira.

“Los ludópatas son gente muy mentirosa, que utiliza la mentira para lograr sus objetivos. Hay que tomar con pinzas lo que dicen y apoyarnos en la familia -cuando no la perdieron- porque ellos nos ayudan a controlarlos”, insiste.

También lidia con la inconsistencia, con las falsas promesas y el poco compromiso. Para que alguien llegue a recuperarse, debe pasar al menos dos años en abstinencia. Pero muy pocos lo logran de primera, por lo que van y vienen, van y vienen. En algún momento “hacen el clic” y se dan cuenta de que deben dejar de jugar. Coll intenta que ya no sea demasiado tarde, pero a veces los finales trágicos se vuelven inevitables.

Sus grupos son reducidos, porque le gusta que todos tengan la oportunidad de expresarse. El médico recibe hasta siete pacientes por turno, que terminan contándose sus mayores miserias. Una de ellas, recuerda, venía todas las semanas desde la cárcel de mujeres para curar su adicción. Había robado una caja chica de su trabajo, en una dependencia pública, y su jefe la había delatado. Estuvo dos años presa y no faltó ni a una reunión, ya que el tratamiento le permitía acortar su pena. Hace poco recibió el alta.

Esas historias son frecuentes entre sus pacientes. Uno robó un millón de pesos de la recaudación de su trabajo, por lo que los está pagando en cuotas todos los meses. “Le perdonaron la vida”, acota Coll. Otros vendieron sus bienes, los de sus seres queridos y terminaron con embargos genéricos que comprometieron a sus familiares. Para el psiquiatra, es “cada vez más frecuente” que los ludó-patas queden envueltos en causas judiciales.

Esta adicción es de las más peligrosas, en especial porque es la que tiene mayor tendencia al suicidio, según un estudio de Facultad de Medicina. Para saciar sus ganas, los jugadores necesitan importantes sumas de dinero que terminan consiguiendo de los lugares menos pensados. “Y cada vez necesitan más”, afirma el psiquiatra, que hace hincapié en que “ninguna cantidad de plata es suficiente” para ellos: “En un momento de compulsión quieren jugar, jugar, jugar y nada más”.

Los ludópatas suelen intentar cursarse varias veces antes de lograrlo. Foto: Archivo El País
Los ludópatas suelen intentar cursarse varias veces antes de lograrlo. Foto: Archivo El País

Pero después viene el bajón. Como le sucedió a Roberto, las deudas les pasan factura y los ilícitos también. Se empiezan a terminar los lugares de los que retirar dinero, aunque los pacientes reconocen que “siempre” saben de dónde sacar más. “Puedo ir a un banco, conversar con el gerente, explicarle que hubo un problema con el depósito del sueldo y pedirle un sobregiro”, dice uno de ellos. Entonces se forma una red de mentiras, engaños y adeudos de la que es difícil escapar.

La Facultad de Medicina ya estudió esta adicción. La ludopatía tiene cuatro fases claras: la ganancia, la ilusión, la desesperanza y la depresión. La suerte juega un partido aparte pero, por lo general, todos los enfermos terminan igual. Empiezan ganando, apostando bien, hasta que alcanzan una meseta y comienzan a perder. Confiados por lo que lograron antes, siguen jugando, se obsesionan y quedan en la ruina. Desesperados, piden ayuda.

Pero hay que ver cuántas ganas tiene un ludópata de recuperarse. “Cuando están hundidos, con el agua al cuello, la primera reacción es consultar. Pero después, cuando más o menos solucionan lo que los asustó, muchos dejan. Realmente empiezan a rehabilitarse cuando comienzan a venir seguido”, sostiene Coll. De hecho, según datos de Casinos del Estado, el 16% de los que llegan a los grupos terminan abandonando antes del año.

La terapia se financia gracias a un acuerdo de la Facultad de Medicina con Casinos del Estado. El organismo invierte $ 400.000 por mes en médicos y psicólogos que lideran los grupos. También se hace cargo de los gastos de la línea 0800 8631, que atiende llamadas de los ludópatas que quieren curarse.

El año pasado, 70 personas formaron parte de los talleres en el Hospital de Clínicas, aunque el cupo es para 110. Esta cifra es ínfima en comparación con la cantidad de ludópatas que hay, ya que estiman que esta enfermedad alcanza a 45.000 uruguayos.

Juego VIP

¿Y Mónica Rivero? Por estos días, esta es una pregunta inevitable si se está haciendo una nota sobre la adicción al juego. Para Coll, este caso se relaciona más con la apuesta que con la ludopatía: “Supo cuánto robar para que nadie se diera cuenta. Con el acceso al dinero que ella tenía, un verdadero ludópata sacaría todo de golpe porque no podría controlar sus impulsos. Ella encaja más con el perfil de apostadora”.

La mujer, denunciada como ausente en febrero de 2017, se fugó al Chuy luego de haber robado US$ 7,6 millones de la empresa Lestido, de la que era tesorera. Rivero fue capturada este febrero y terminó procesada por estafa y falsificación de documentos. También se la investiga por lavado de activos. La Justicia probó que jugó unos US$ 4,2 millones en el casino del hotel Enjoy, en Punta del Este.

Pero no todos cumplen con ese perfil. Javier Cha, director de Casinos del Estado, explica que el negocio estatal se sustenta con “muchos visitantes que aportan poco”. Según él, las máquinas tragamonedas -que representan el 98% de la oferta- generan una ganancia de US$ 200 por día. Esto, asevera, “en el mejor de los casos”, porque algunos slots del interior ni siquiera alcanzan los US$ 50.

Cha no entiende cómo en Enjoy “no se dieron cuenta” de que Rivero estaba jugando altísimos montos de dinero. De hecho, asegura que en Casinos del Estado tienen registradas a todas las personas que apuestan más de US$ 50.000. “Sé los nombres, los apellidos, dónde viven, dónde trabajan, de dónde sacan la plata y ¡hasta el grupo sanguíneo!”, agrega.

La ruleta es la preferida entre los grandes apostadores en todo el mundo. Foto: Archivo El País
La ruleta es la preferida entre los grandes apostadores en todo el mundo. Foto: Archivo El País

Por su parte, el encargado del departamento legal de Enjoy, que declaró por el caso Rivero, reconoció ante la Justicia que tenían “conocimiento del cliente”, si bien no fueron “a fondo con el volumen de ingresos”. Argumentó también que la mujer y su marido no estaban en “ninguna lista negra del World Check” ni se destacaban dentro de los jugadores VIP del casino privado. “Tenemos políticas muy estrictas, garantizamos que ciertas cosas no ocurren, pero el detalle de los ingresos creo que no lo tenemos”, sostuvo.

En Casinos del Estado aseguran que los jugadores como Rivero no frecuentan sus salas. Cha dice que los clientes VIP buscan buenos servicios de hotelería, algo que en el organismo no pueden ofrecerles. Tampoco cuentan con programas especiales para grandes apostadores ni poseen demasiadas ruletas, el gran deleite de los millonarios. Solo el 2% de la oferta estatal implica “juegos en vivo”, que se traducen en ruletas, mesas de póker y blackjack. El resto son tragamonedas electrónicos.

Aunque estas máquinas, por más inofensivas que parezcan, también enferman gente. Según datos de Facultad de Medicina, el 86% de los ludópatas frecuentan slots. Un 7% juega a la Quiniela, la Tómbola y el 5 de Oro; un 5% se dedica a la ruleta y el 2% a las apuestas online. Coll advierte:

“La tecnología está aumentando la oferta y cada vez tenemos más jóvenes adictos a los juegos en la web”.

La autoexclusión

Además de las terapias en el Hospital de Clínicas, Casinos del Estado ofrece otra opción: la autoexclusión. Este trámite es voluntario e implica que los ludópatas no puedan entrar a las salas estatales. Los encargados de seguridad de todos los complejos tienen una foto de los autoexcluidos y vigilan por las cámaras que no ingresen. Si encuentran a uno jugando, lo echan. La censura dura dos años, aunque se puede revocar en cualquier momento.

Ruleta. Foto: Archivo El País
Hay varias opciones para evitar el juego compulsivo.. Foto: Archivo El País

Sin embargo, los pacientes de Coll están convencidos de que la autoexclusión “no funciona”. Uno de ellos cuenta que en la sala de Montevideo Shopping le gritan “¡ahí viene el autoexcluido!”, y lo “envuelven” para que entre a jugar. “Solo una moza, que está estudiando Psicología, vino a la máquina a pedirme que me fuera. Los demás se reían”, agrega.

Cha considera que pa-ra que el programa sirva, los clientes también deben poner de sí. “Nos ha pasado que algunos se disfracen, se pongan gorro y peluca para entrar. Ahí, por más cámaras que tengamos, no los reconocemos”, señala.

Mirian García, encargada del plan de juego responsable en Casinos del Estado, cuenta que ya habló con el paciente que se quejó. Le sugirió acompañarlo a la sala para que él le muestre quiénes le tomaron el pelo, pero el hombre no quiso delatarlos. “Si pasó eso, es una verdadera falta de respeto. Conociendo a la gente que trabaja conmigo, dudo que haya sido así. Pero le ofrecimos tomar medidas y no nos quiere decir”, afirma.

No obstante, García reconoce que el programa debe seguir mejorando. Por eso están realizando un plan piloto con cámaras biométricas, que permiten identificar los rasgos faciales de los clientes. Así, esperan detectar a los ludópatas aunque ellos prueben todas las trampas posibles. Solo 60 personas están autoexcluidas en este momento en todo el país: el 0,15% de los adictos al juego, según las estimaciones de Facultad de Medicina.

También hay otras opciones para evitar el juego compulsivo. Coll recomienda que los ludópatas no manejen dinero sino que sea administrado por algún familiar. Esto en la primera etapa de la terapia, cuando la abstinencia es fuerte y el riesgo de que vuelvan a apostar está muy latente. El médico reconoce que estas prácticas “desgastan” al entorno del paciente, pero asegura que es por su bien. Como si fueran adolescentes, lo mejor es darles una mesada.

A su vez, deben evitar tener su documento en la billetera, porque si no están en condiciones de sacar préstamos. Por lo tanto, los ludópatas pueden andar con una fotocopia de la cédula, que les sirva para identificarse pero no les permita realizar trámites. Esto forma parte de un “cordón de seguridad” que ayuda a suprimir el juego durante los primeros meses del tratamiento.

Como última opción, también se puede recurrir a la Justicia para que el paciente no maneje su patrimonio por “dilapidación de bienes”. Coll afirma que las familias suelen evitar la vía judicial. “Cuando no se van, porque la gen-te también se cansa de lidiar con esta enfermedad y los ludópatas terminan volviéndose personas muy solas”, sentencia.

Pero hay esperanza. El médico afirma que el 65% de las personas que “realizan bien la terapia”, es decir, se mantienen dos años en abstinencia y concurriendo a las reuniones, logran superar su adicción. Sin embargo, “lo ideal” es que no vuelvan a pisar un casino en su vida y se mantengan alejados de las apuestas.

Roberto aún no volvió al taller del Clínicas a contar cómo le fue con su jefe. Ya dejó tres veces la terapia. Quizás la cuarta sea la vencida.

Sin censura que abarque todo el país

Los programas de autoexclusión de Casinos del Estado son voluntarios y duran dos años. Sin embargo, el ente estatal no cruza datos con las salas privadas, por lo que los ludópatas no pueden censurarse de una vez en todos los complejos que hay en el país. Mirian García, encargada del programa de juego responsable del organismo, dice que “sería una buena idea” hablar con los casinos privados, que tienen sus propios programas. “No lo pensamos, pero podríamos aplicarlo”, afirma.

Mucha oferta en Uruguay, un país con pocos habitantes

Los juegos de azar en Uruguay están en todos lados. Hay 35 casinos que ofrecen slots electrónicos y mesas en vivo, con ruleta, blackjack y póker. También están disponibles 206 agencias y 6.730 subagencias para jugar a la Quiniela, la Tómbola, el 5 de Oro, la Raspadita, Supermatch, entre otros. Si bien están prohibidos, se estima que hay al menos 25.000 tragamonedas barriales, según un estudio de 2016 de Facultad de Medicina. A su vez, hay dos hipódromos: el de Maroñas y el de Las Piedras. El informe también estima que hay 7.000 slots electrónicos en total, lo que implica una máquina cada 450 habitantes.

“Estos instrumentos son los de mayor poder adictivo y la cifra es descomunal, ya que estaría pensada para un país de 15 millones de habitantes”, agrega el estudio. La investigación cuestiona que haya casinos en lugares muy frecuentados, como los shoppings, ya que “deberían ser de difícil acceso”. Una ley de 1911 establecía que las salas de juego debían ubicarse en balnearios o en zonas alejadas de las grandes ciudades. Por eso se instaló el Casino Carrasco o el del Parque Rodó, dos sitios a los que los uruguayos iban de vacaciones. Con la expansión de Montevideo, ambas salas quedaron en dos barrios densamente poblados y se complementaron con más oferta. Mirian García, del programa de juego responsable de Casinos del Estado, cuestiona esta apreciación: “La solución no es alejarlos porque la gente va a ir igual. Hay que trabajar en prevención”.

MÁS

Las cifras

16% de los que participan de las terapias en el Hospital de Clínicas abandonan antes del año, según datos de Casinos del Estado. Los ludópatas suelen intentar curarse varias veces antes de lograrlo.

2 años en abstinencia debe mantenerse un ludópata para recibir el alta de los médicos del Hospital de Clínicas. Los técnicos les recomiendan que no vuelvan a pisar un casino luego de curarse.

45.000 uruguayos son adictos al juego, según una estimación de la Facultad de Medicina. Solo 60 están autoexcluidos de los casinos del Estado, una medida del organismo para combatir la ludopatía.

2% de los apostadores en el país juegan en la web. El psiquiatra Oscar Coll, especializado en ludopatía, asegura que esta modalidad está en auge: “Cada vez hay más jóvenes adictos a los juegos en la web”.

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