ENTREVISTA

Habla Darín tras obtener la residencia: "No lo soy, pero podría ser uruguayo"

La noticia suscitó un revuelo mediático del otro lado del río, donde se especuló que el actor argentino había tramitado la ciudadanía y además se mudaría a Uruguay. 

Ricardo Darín
Ricardo Darín.

En cuarenta años de teatro, cine y televisión Ricardo Darín construyó, además de una exitosísima carrera como actor, la silueta de una identificación colectiva, como si hubiera logrado atrapar, además de personajes, un sustrato: el del argentino genérico. Y si bien el actor y la figura pública componen sujetos diferentes, hay un punto íntimo en el cruce de ambos donde esa argentinidad se deja verificar. Tanto en el miserable de Nueve reinas como en el brillante taxidermista de El aura; en la forma de pedir un cortado que tiene el oficial de juzgado de El secreto de sus ojos; o en ese desafuero, esa manera de rabiarse y estallar que tiene en Relatos salvajes su experto en explosivos. En este último caso, el cruce se corrobora en el nombre de usuario que el actor usa en Twitter: @BombitaDarín. Son ambos. Es él.

Ahí abajo, entonces, en la napa de sus muñecos, se puede rastrear una forma porteña, un tipo de urbanidad gaucha. En definitiva, que en la Argentina ha ido sellándose una idea: que Darín se nos parece, que nos parecemos a Darín.

Todo esto para explicar el revuelo de una distorsión: la de que Darín se hizo ciudadano uruguayo.

De golpe, en la nueva velocidad que imprimen las redes, alguien suelta el dato sin verificar: Ricardo Darín obtuvo la ciudadanía uruguaya. Y entonces, torpemente, todos conjeturan porque hoy conjeturar es gratis. Y sin el más mínimo apego por la corroboración, entregados a la ansiedad de producir enunciados no importa cuáles, se abre el juicio, la defensa y los alegatos. Cuentas de Twitter que se identifican con tres numeritos prácticamente lo suben el cadalso del traidor a la patria. Otras cuentas le responden que el tipo es dueño de su vida. Así es como hoy discutimos el presente, a dentelladas, sin discutirlo. Son las tres de la tarde de un martes y abro la charla con Ricardo Darín:

—¿Sos ciudadano uruguayo?

—No, no lo soy. Lo que obtuve es la residencia uruguaya, porque yo tengo casa allá, hace muchos años, y para facilitar trámites, pagar cuentas y organizar cuestiones burocráticas inherentes al hecho de tener un propiedad, bueno, necesitaba la residencia. Hace muchos años que estábamos detrás de esa documentación. Ahora por fin la conseguimos.

—La circunstancia argentina también conspira, ¿no creés?

—Yo sé que en este momento hay un especie de tsunami de gente que se está yendo a vivir allá, cosa que no está ocurriendo conmigo, yo no me estoy yendo a vivir al Uruguay. Voy, cada vez que puedo, porque tengo una casa en un lugar hermoso, rodeado de gente fantástica.

—¿Dónde?

—José Ignacio. No exactamente en la playa, un poquito más arriba. La pasamos muy bien, con mi mujer, con mis hijos. Podemos llevar los bichos, los animales, la pasamos muy bien ahí. Paso todo el tiempo que puedo, en vacaciones, pero también es cierto que puedo ir en el invierno. Me relaja mucho estar ahí, me desconecta.

amistad

Uruguay: otro cruce con Susana Giménez

Susana y Ricardo. Ricardo y Susana. Como si sus destinos hubieran sido escritos por la misma mano, en la historia del espectáculo argentino estos dos nombres han tenido toda clase de cruces: el profesional, el romántico, finalmente el de la amistad. La conductora y actriz Susana Giménez vive en Uruguay desde comienzos del año 2020. Su chacra, La Mary, es su lugar de residencia y hace apenas una semana reestrenó Piel de Judas, la comedia que ya había protagonizado en Buenos Aires. No es una novedad que Susana se instale en Uruguay, sí que lleve viviendo casi dos años en Punta del Este. Puede leerse, su caso, como otra rúbrica de la salida de argentinos hacia el Uruguay. Un nuevo acontecimiento lleva a Susana combinar su suerte con la de Ricardo. Ahora es el cruce de las residencias. “La gente en la calle me dice cosas que me emocionan”, le dijo la conductora a El País días atrás. “Yo voy a todos lados (...) y siempre la gente es muy cariñosa. Estoy muy agradecida”, agregó.

—Entre una residencia y una ciudadanía hay diferencias, pero esas diferencias se deshacen en el sonido de la época, que pareciera ser el de la distorsión.

—Es una distorsión, sí claro. Pero también está fogoneado.

—¿Por quién?

—Por gente que no tiene tiempo para atender su propia vida y se dedica a la vida de los demás. Algunos se creen con derecho a criticar medidas que toman otras personas haciendo uso de su libertad, y la verdad es que yo no tengo que darle explicaciones a nadie.

—Igual, entraste en el terreno de los discursos porque sentaste posición a través de Twitter.

—Dije algo en Twitter solamente por consejo de Florencia, mi mujer, que siempre es mucho más sabia que yo. Y me dijo: para eso sirven las redes, ¿por qué no ponés tu pensamiento, exactamente cuál es tu posición y se termina todo? Y eso hice. Y generó toda una ola de repercusión maravillosa, de gente con la cabeza abierta y el corazón latiendo que apoyan el hecho de que uno pueda hacer de su vida lo que quiera sobre todo si tiene la ventaja y el privilegio que tengo yo, de poder responder a todo tipo de preguntas porque todo lo que he hecho en mi vida ha sido bastante transparente, creo. No he hecho otra cosa que trabajar.

—Las redes incomunican más de lo que comunican, ¿no pensaste que podías agregar confusión?

—Lo que pasa es que cuando vos tenés un oficio, o un estado como el mío, que es público, yo me siento un poco obligado a contarle a la gente, sobre todo a la gente que me manifiesta su abrazo, su cariño y su calidez… contarle. Porque si no es como estar escindido de tu comunidad. Y yo camino por la calle, conozco a todos mis vecinos, entonces me veo un poco obligado moralmente a contar que aparece algo que no es verdad, que no es cierto y que apunta a fogonear más la grieta en la que vivimos.

—¿Ves esa grieta en el Uruguay?

—No, para nada. Hay muchas cosas para valorar del Uruguay y de los uruguayos, pero si hay algo que destaco siempre es la educación, el respeto y la prudencia.

Ricardo Darin
Ricardo Darín junto a su esposa Florencia Bas y Carlos Enciso, embajador de Uruguay en Argentina.

—¿En qué acciones concretas del pueblo uruguayo ves esas virtudes?

—¿Vos viste cómo los uruguayos entran en las rotondas?

—No, ¿cómo lo hacen?

—Ya tienen preconcebido el tema de entrar a una rotonda. Parece que nacieron sabiendo. Igual, si lo querés llevar más lejos, si lo querés llevar al terreno político, aún en el terreno político vos te das cuenta que hay una distancia, una diferencia, entre no estar de acuerdo con el otro a considerarlo un enemigo al que hay que eliminar. Eso me impacta, me impresiona, porque es lo que me gustaría para la Argentina, para mi país.

—¿Por qué son así ellos y por qué somos así nosotros?

—Eso merece una reflexión profunda, habría que verlo bien, pero sin dudas hay que tener en cuenta, y es probable que sea una de las explicaciones, la cuestión del número. El último censo arrojó que en la Argentina somos 47 millones de habitantes. En el Uruguay es sensiblemente menor esa cantidad...

—Tres millones, tres y medio.

—Esta diferencia hace que, primero, haya una sensación de que en Uruguay hay una comunidad, un grupo más cerrado, no sé. Yo siempre que voy siento que todos se conocen.

—Claro, la escala es determinante.

—Cuando vos empezás a hablar con las personas, por ejemplo, en al zona donde estoy yo todo el mundo se conoce, todo el mundo conoce el camino, el recorrido de los otros. Pero incluso cuando salgo de ahí, cuando vas entablar un vínculo con alguien por algún trabajo, por lo que sea, siempre hay alguno que lo conoce y te dice: no, es un tipo decente, trabaja bien. O te dicen, no, es larguero, te va a tener colgado mucho tiempo… Ahora, fijate esto…

—¿Qué?

—Incluso cuando alguien te va a decir algo negativo del otro, lo toman con prudencia y con respeto. Te dice: no, bueno, sí, trabaja bien, yo lo conozco, puede que te tarde un poco más. Es decir, no le cortan la cabeza.

—¿En Argentina sí?

—Acá somos muchos más, y somos más volcánicos. Todo es plata o mierda. Y eso lamentablemente nos está llevando lenta, paulatina y episódicamente a una corrosión entre nosotros de la que es muy difícil recuperarse. Fomentar el odio, y estar encrespado con el que piensa distinto, acá eso se ha convertido en una moda. Es muy difícil vivir así. Ojo, yo no soy de los que dicen que la salida es Ezeiza, o que el último apague la luz. Yo tengo la residencia uruguaya y la ciudadanía española. Podría haberme ido hace rato, pero yo vivo en la Argentina, yo soy un argentino que vive en la Argentina.

Ricardo Darín y Ruben Rada. Foto: Ricardo Figueredo.
Ricardo Darín y Ruben Rada. Foto: Ricardo Figueredo.

—¿Qué tenés de uruguayo, si es que tenés algo?

—Primero: yo no soy uruguayo, pero podría serlo. Y si hay algo a lo que me puedo acercar, creo yo, con la idiosincracia uruguaya es que trato de ser siempre educado, aún cuando estoy enojado.

—Hay un argumento “argentinista” que dice que el Uruguay, de previsible y respetuoso que es, se vuelve aburrido. Y si bien la Argentina es volcánica, bueno, eso es una virtud de las pasiones.

—La falta de virulencia, en el caso del Uruguay, puede conllevar como lado B cierta parsimonia, si se me permite utilizar el término. Pero la prefiero. Prefiero la parsimonia a la virulencia. Prefiero la digestión lenta al exabrupto.

—¿Cómo es tu historia con el Uruguay, cómo nació esa relación?

—Mi primer contacto con el Uruguay viene por el lado de Carlos Perciavalle, a quien conocí hace mucho años y tuve el privilegio de ver cómo se movía, cómo pensaba, cómo trataba a los demás y ya me empezó a gustar. Carlos trabajó mucho en la Argentina, pero es uruguayo hasta la médula y con él aprendí que podía no pensar lo mismo que otra persona y no por eso querer sacarle los ojos.

—Bueno, de esa disposición está hecha la grieta.

—A mí muchas veces me quisieron embarcar en la grieta argentina, pero yo a esa no me subo. Básicamente, porque no estoy del todo de acuerdo con ninguno de los extremos, y menos cuando se vuelven fanatismos.

—¿Quién más fue importante en tu historia con el Uruguay?

—Carlos fue el primero, pero la persona crucial fue China Zorrilla. Tuve la inmensa gloria de ser su amigo. Y no me tiembla el pulso cuando lo digo. La última vez que nos vimos fue en Montevideo. No haber podido estar cerca cuando murió es de las cosas más penosas que me han ocurrido.

—Entonces era sólo la residencia. Igual, eso te permitiría vivir en el Uruguay, ¿lo harías?

—Nunca soy de hacer planes a futuro, vivo mucho el momento. Ahora, vos me decís si viviría: yo vivo en parte en el Uruguay. Tengo muchos amigos allá, y no es que están en una algarabía fiscal, están laburando, haciendo sus vidas allá. A nosotros la pandemia nos agarró allá, por ejemplo. Y no es que nos fuimos, estábamos allá cuando se desató.

—¿Y cómo fue vivirla en José Ignacio?

—Fue maravilloso, la distancia social era producto de la misma naturaleza. La naturaleza se encargó de que no hubiera nadie cerca.

migración

Residencias: 84% de los solicitantes son argentinos

Los pedidos de residencia en el Uruguay han aumentado, desde el año 2016 hacia el presente, de una manera formidable, exponencial. El 84% de estos pedidos provienen de la Argentina. En 2016 fueron 8.650. En 2017, la cifra subió a 9.206. En 2018, se solicitaron 10.861 residencias. En 2019, fueron 11.082.

El último registro del Ministerio de Relaciones Exteriores corresponde al año 2021 y es de 14.926 solicitudes de residencias. La suba parece incontenible.

Los procesos migratorios rioplatenses históricamente habían estado vinculados a las circunstancias políticas de nuestros países. Con sistemas de democracias representativas todavía jóvenes, pero que llevan unas cuatro décadas de afianzamiento, lo que hoy promueve la salida de ciudadanos de un país a otro es la circunstancia económica. Y la Argentina está atravesando un período de depreciación de su moneda (la más devaluada de la región); una inflación creciente (el 64% interanual) y una fuerte licuación del salario real con una expansión cada vez más arraigada de las nuevas economías informales. La inestabilidad económica debe leerse como la derivada de la inestabilidad política.

En un país con 47 millones de habitantes, la sensación de precarización constante, de empobrecimiento de las condiciones materiales de subsistencia y el angostamiento de cara hacia el futuro inmediato se hacen sentir en el día a día. No hay alarmismo, ni inminencia de estallidos: en las bases, en los barrios, la horizontalidad de la malla social es fuerte. Las escuelas, los supermercados, el servicio de justicia, todo sigue funcionando. Y Coldplay va a hacer diez River en noviembre. Se trata más bien de una sensación de goteo imparable hacia la pérdida del bienestar y el deterioro de la calidad de vida. Ese goteo es lo que queda fielmente reflejado en la búsqueda de salidas, que se traducen en los pedidos de residencia.

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