Editorial

La valentía de Bonomi

El episodio en el cual el ministro Bonomi prepoteó a un grupo de manifestantes en Artigas es la última muestra del divorcio del gobierno con el sentir popular, y de como se usa a la fuerza del Estado para fines políticos partidarios.

El hecho, insignificante en sí mismo comparado a otros dramas que vive el país, es tremendamente revelador. El ministro del Interior, Eduardo Bonomi, quien tiene a su cargo el poder coercitivo del estado, la figura política central del gabinete, usando primero su generosa humanidad para impedir una manifestación pacífica de un grupo de uruguayos. Y luego enviando a su batallón de guardaespaldas a reprimir a esos ciudadanos, y llevarlos detenidos por el simple capricho de un jerarca.

Difícil imaginar un atropello más explícito a las normas de convivencia democráticas. Difícil encontrar otra muestra más flagrante de desprecio por la libertad de expresión. Difícil reconocer en ese señor al ministro político de un gobierno "de izquierda", que siempre se ha embanderado con cualquier tipo de protesta, sin importar demasiado la causa.

Pero de Bonomi casi que no sorprende nada. Alcanza ver cómo se mantiene aferrado a su cargo, pese al fracaso estruendoso de su gestión. Lo que sí es bastante más impactante es la reacción del resto de su fuerza política.

La vicepresidenta Topolansky aseguró que en realidad las imágenes mienten. Que fue Bonomi quien fue empujado por los manifestantes, y que él se limitó a reaccionar. No explicó contra qué reaccionó el batallón de gorilas que reprimió a los manifestantes por el gran delito de mostrar una pancarta. Vale señalar que la vicepresidenta aseguró en su día haber visto el título de licenciado en genética de Raúl Sendic, por lo cual está claro que su capacidad visual es proporcionalmente inversa a su imaginación y a su inescrupulosidad política.

Ante la evidencia de que la defensa de Topolansky no era demasiado útil, el responsable de prensa del MPP ensayó una estrategia un tanto distinta, aunque igual de peligrosa. Primero señalando que Bonomi no ha logrado reducir el tema de la delincuencia (¡por fin lo admiten!), pero que "labura, labura", y que es "el compañero más capaz que conocí políticamente hablando". Eso nos da una paz a los uruguayos... Pero el argumento central de su defensa, usado ahora por casi todo el oficialismo, es que los manifestantes no eran tabacaleros genuinos, sino que uno sería militante del Partido Nacional, y el otro tendría antecedentes penales.

Lo primero que cabe decir, y que seguro caerá como una gran sorpresa para una cantidad de funcionarios del oficialismo es que, aunque les parezca mentira, los militantes del Partido Nacional, del Independiente, del Partido de La Gente... todos son ciudadanos del Uruguay igual que ellos. Todos tienen derecho a la libertad de expresión y a manifestarse políticamente. Y en un sistema democrático, no se usa la fuerza pública para reprimir a manifestantes pacíficos, sin importar su origen o ideología.

Más grave es que se use los antecedentes penales de alguien para deslegitimar sus reclamos, o escracharlo ante la opinión pública. Algo en lo que este gobierno ya tiene feos antecedentes.

Como si todo esto fuera poco para indignarse, vino el último argumento falaz de parte de los defensores de Bonomi. Que todo se trata de una "opereta", una movida diseñada por la oposición para perjudicar al gobierno y "anular sus conquistas". Precioso. Dice el dicho que el ladrón cree que todos son de su condición, pero resulta casi humorístico que dirigentes que integraron un movimiento guerrillero, que usaron cualquier artilugio para llegar al poder, ahora acusen a otros de montar "operaciones".

Este episodio es tal vez la muestra más flagrante de la espiral decadente que afecta al partido de gobierno, y en especial a su sector más votado, el MPP. Que nunca se caracterizó por un apego demasiado entusiasta a los valores democráticos, pero que a medida que se va apagando su luna de miel electoral con la ciudadanía, saca a relucir sus aristas más antirrepublicanas. Y si no, basta escuchar el discurso que pronunció su líder, José Mujica, el pasado fin de semana, un auténtico sermón de resentimiento, donde uno de los políticos más exitosos de las últimas décadas se queja de haber sido discriminado por "los poderosos" por tener "olor a pueblo". ¡Mujica! El niño mimado por varios de los empresarios más ricos de este país, que le cedían aviones privados para sus campañas, y salían en TV apoyando su gestión.

Parece mentira, pero hay que volver a lo básico. En Uruguay hay democracia, y la gente tiene derecho a manifestarse pacíficamente como y donde quiera. La tarea de la policía y su jerarca máximo es protegerla y ampararla en el ejercicio de sus derechos, no reprimirla o enchastrarla públicamente. Tal vez si Bonomi y su gente se dedicaran menos a esto y más a su tarea, no tendríamos el drama de inseguridad que tenemos.

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