EDITORIAL
diario El País

Renovadores y reaccionarios

Quienes trabajamos día a día con la información, corremos el riesgo de quedar atrapados en la inmediatez.

Al tirar del hilo de los sucesos que pautan la agenda de cada día, damos una respuesta eficiente a las demandas del público pero, al mismo tiempo, podemos incurrir en una carencia de análisis global. Es la diferencia entre devolver pelotazos con destreza y mirar los hechos desde arriba, para extraer conclusiones duraderas que muevan a la reflexión.

Si analizamos el gobierno de la Coalición Republicana en perspectiva, se avizoran tres etapas consecutivas, cada una con su temática dominante y sus características propias.

La primera fue, sin duda, la emergencia sanitaria, un desafío que el gobierno supo superar con excelencia, no solo en el cuidado de la salud de la población, sino también en la efectividad con que atemperó los perjuicios económicos del parate de actividad. Alcanza con comparar las performances de los distintos países de la región, para justificar hasta qué punto esa primera fase, aún en sus momentos de mayor dramatismo, cimentó la buena imagen pública del presidente y del gobierno.

La segunda etapa estuvo signada por el largo y engorroso proceso de discusión en torno a la Ley de Urgente Consideración. Fueron meses y meses perdidos en un debate estéril que copó la atención ciudadana, y que felizmente concluyó con un nuevo espaldarazo a la gestión.

Y la tercera, es la que estamos viviendo actualmente, aquella en que el gobierno pone proa a dos trascendentes reformas que prometió en campaña electoral: la previsional y la educativa.

Hay una parte del país que pugna por cambiar, por renovar sus estructuras obsoletas, y otra que resiste el cambio, que se aferra a estas sin importar que resulten inútiles y anacrónicas.

Sin pandemia y sin el referéndum, estos objetivos centrales hubieran sido encarados mucho antes, pero así se dan las cosas en política: por mejores que sean las intenciones y mayor pericia de los gobernantes, siempre habrá circunstancias exógenas o endógenas que se interpondrán a sus iniciativas.

¿Por qué hablamos de mirar la realidad desde más arriba, con mayor perspectiva temporal? Porque vivimos día a día contrastando argumentos con una oposición político-sindical que no da tregua y eso puede hacernos pasar por alto una evidencia reveladora: lo que está pasando en el país es más que el enfrentamiento entre dos mitades que disputan concepciones ideológicas contradictorias. Lo que ocurre, en el fondo, es un fenómeno común a diversos procesos históricos: hay una parte del país que pugna por cambiar, por renovar sus estructuras obsoletas, y otra que resiste el cambio, que se aferra a estas sin importar que resulten inútiles y anacrónicas.

En la primera etapa (pandemia) se resistieron a que el país mantuviera en todo lo posible su actividad económica. En la segunda (LUC), juntaron firmas y votos para trancar la liberalización de áreas clave, desde el mero detalle de la portabilidad numérica de los teléfonos móviles, hasta la imprescindible recuperación del control político sobre una educación que estaba hundida en el corporativismo.

Y en la actual tercera etapa, la dialéctica entre renovadores y reaccionarios llega a su expresión más radical. Un sector para nada representativo de la corporación docente -que sigue encaramado a cargos sindicales obtenidos por inercias partidarias- realiza protestas de intolerancia siempre creciente contra una transformación educativa que persigue la restitución de la equidad. Desde el mismo sindicalismo refractario a los cambios, se alzan voces en rechazo a la reforma previsional, augurando futuras tempestades.

Para el Frente Amplio, cualquiera de ambas reformas resulta tan inevitable como conveniente, si de verdad aspiran a volver al gobierno. Son plenamente conscientes de que hay que “cambiar el ADN de la educación”, como admitía Tabaré Vázquez, y nunca desmintieron a Mujica cuando dijo que, para lograrlo, había que hacer… (no puré precisamente) a sus sindicatos. En el caso de la seguridad social, la evidencia de que la reforma favorece a quien quiera gobernar en el futuro es aún más obvia.

Sin embargo, la deriva reaccionaria de la izquierda uruguaya logra pasar por alto esa circunstancia. Sumándose a la manada sindical, parece optar por pegarse un tiro en el pie, con tal de no convalidar los cambios que la realidad reclama a gritos.

Fueron tres etapas con un eje en común: el conflicto entre renovadores y reaccionarios. Una coalición de gobierno que apuesta al cambio, sin temer a costos políticos, y una oposición aferrada a herrumbradas estructuras conservadoras.

Reportar error
Enviado
Error
Reportar error
Temas relacionados