EDITORIAL
diario El País

Realismo ante las pruebas PISA

Empezaron a tomarse la pruebas PISA en todo el país. Más allá de ciertas expectativas manifestadas por las autoridades educativas, no parece razonable esperar cambios sustanciales respecto a la realizada justo antes de la pandemia y del nuevo gobierno.

Si bien está en marcha una profunda reforma educativa, con énfasis en aspectos prioritarios, tomará tiempo, como es natural, para que empiecen a verse los resultados.

Esa reforma se vio demorada por la pandemia, que alteró la marcha de los cursos, acá y en todo el mundo. Todo quedó en suspenso y las autoridades educativas dieron prioridad a instrumentar rápidamente cursos a distancia y a lograr que estos duraran lo menos posible para rápidamente retomar los presenciales. Esto atenuó el impacto de la pandemia, a diferencia de países cercanos donde el cierre fue absoluto. De todos modos la situación dejó su inevitable mella.

Uruguay hace años viene aplicando el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA, por sus siglas en inglés), que evalúa como llegan los alumnos al final de la educación obligatoria en conocimientos necesarios para interactuar en la sociedad en que viven.

Las pruebas se realizan a nivel mundial y sus datos permiten a los países mejorar sus políticas educativas. No evalúan al estudiante, conviene aclararlo, sino al sistema en que éste se educa. Se hacen sobre conocimientos en matemáticas, lengua y ciencia y a partir de este año también sobre el pensamiento creativo.

Participan 7.500 estudiantes de unos 15 años, provenientes de 230 centros educativos públicos y privados de nivel secundario, técnico y rural, elegidos al azar.

Los sindicatos de la enseñanza se oponen a su realización con argumentos endebles. Parece que tuvieran miedo a ser evaluados.

En anteriores pruebas Uruguay sale bien solo comparado con países del continente, pero está muy abajo en el promedio mundial y también por debajo del nivel educativo de otras épocas.

En anteriores pruebas Uruguay sale bien solo comparado con países del continente, pero está muy abajo en el promedio mundial y también por debajo del nivel educativo de otras épocas.

Por esa razón, el gobierno encara una profunda reforma educativa. A ella se suman otras razones: la deserción y el bajo número que concluye el ciclo completo de secundaria (si bien solo es obligatorio los tres primeros años) y la desigualdad en la formación recibida si se vive en zonas vulnerables.

A causa de la pandemia, el proceso de cambio debió postergarse y recién comienza.

Más allá del espíritu de Robert Silva, presidente de Anep, de “ponerse la celeste” al enfrentar las pruebas, lo razonable a esperar es que no haya cambios respecto a las anteriores.

La pandemia afectó los cursos en todo el mundo y cada país buscó su manera de minimizar el daño. Quizás estas pruebas midan, en forma indirecta, esa realidad.

Importa sí, la otra reflexión hecha por Silva: “Las pruebas PISA se han mantenido como generadoras de evidencia, de insumo, insustituible para la toma de decisión en materia educativa”.

En este contexto, lo que resulte de la evaluación servirá para saber donde estamos parados en el momento en que los cambios están comenzando. Como bien dice Silva, habrá información que servirá de “insumo” para ajustar esas reformas.

Es que si ellas funcionan bien, sus resultados recién podrán verse en unos cinco años, cuando las generaciones que empiezan hoy exhiban los beneficios de estos cambios.

Uno de ellos apunta a trabajar en las zonas más postergadas del país con los Centros Espínola. Esto se inicia ahora con solo algunos institutos en marcha, aunque se crearán varios más de acá al final de este período.

Lo mismo sucede con la formación de docentes gracias a la propuesta de que estos sumen a su actual formación los necesarios agregados para acceder a un grado universitario. En la medida que eso se afiance, el país contará con mejores profesores. Pero tomará su tiempo.

Todavía falta ver que pasará en los liceos comunes, que es donde saltan los problemas que delatan las pruebas PISA.

Lo soñado sería una reforma que empieza en un único día y al día siguiente ya da resultados óptimos. La realidad obliga a tener paciencia.

Por lo tanto, las pruebas PISA serán útiles según las expectativas manejadas. Si esperamos que ellas muestren grandes mejoras, es porque dejamos de ser realistas. Si somos realistas y esperamos que sus datos sirvan para adecuar las reformas en marcha, es porque venimos por buen camino.

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