EDITORIAL
diario El País

¿Qué esperar de Brasil?

Las elecciones del domingo en Brasil depararon, en las elecciones más parejas de su historia, el tercer triunfo del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva y la derrota del presidente Jair Messías Bolsonaro.

Al igual que en la primera vuelta, el resultado fue mucho más estrecho del que vaticinaban las encuestas y con varios aspectos que hacen que haya varias puntas para analizar.

Las elecciones en el país del norte no fueron una excepción respecto a lo que estamos viendo desde hace unos cinco años en el mundo. En efecto, se verifica una constante a nivel internacional y, particularmente clara en nuestro continente; la paciencia de los electores es corta y casi siempre pierden los gobiernos. Desde la pandemia en adelante este efecto parece incluso haberse agudizado.

Se puede marcar ciertamente una excepción en nuestro país, dónde este año el actual gobierno ganó una especie de elección de medio término con el referéndum sobre la Ley de Urgente Consideración, seguramente basado en el excepcional desempeño en la gestión de la pandemia y el cumplimiento de los compromisos de campaña como no subir impuestos y poner en marcha la transformación educativa.

Desde el punto de vista del Uruguay, indudablemente el cambio de gobierno implicará mayores problemas. No es que el gobierno de Bolsonaro haya sido benevolente con nosotros, es que el de Lula será peor.

El caso de Brasil también presenta varios aspectos de interés. El bolsonarismo y sus aliados perdieron la Presidencia de la República, pero conservan buena parte del poder político en términos de gobernadores y legisladores. Con el control del Senado y el gobierno de estados tan relevantes como San Pablo, el bolsonarismo parece que seguirá siendo una fuerza política relevante, con fuerza para ser un importante contrapeso al nuevo gobierno.

El legado del gobierno de Bolsonaro, a su vez, es más complejo de analizar de lo que puede parecer en una primera mirada. Mientras que es cierto que el presidente tuvo muchas declaraciones desafortunadas y claros errores en el manejo de la pandemia en su comienzo, también debe destacarse la gestión económico liderada por el ministro Paulo Guedes. Bolsonaro le confió la conducción de la economía -juntando los ministerios de Hacienda, Planificación, Presupuesto y Gestión e Industria, Comercio Exterior y Servicios- y no lo defraudó.

Mirado con perspectiva histórica, Guedes será recordado como uno de los mejores conductores de la economía brasilera en muchas décadas. En efecto, logró avanzar en la desregulación de mercados abriéndolos a una mayor competencia en beneficio de los consumidores, privatizó un porcentaje relevante de las empresas públicas brasileras que costaban cifras siderales a los brasileros y abrió la economía al comercio exterior, una especie de sacrilegio en un país dominado por las corporaciones industriales de enorme poder político y económico.

Desde el punto de vista del Uruguay, indudablemente el cambio de gobierno implicará mayores problemas. No es que el gobierno de Bolsonaro haya sido benevolente con nosotros, es que el de Lula será peor. En efecto, mientras que muchas de las ideas del Ministerio de Economía estaban alineadas con los intereses uruguayos, lo que no ocurrió, especialmente en los últimos tiempos con la Cancillería, ahora tendremos a todo el gobierno en contra de nuestros intereses. Brasil volverá a ser más proteccionista, exactamente lo opuesto de lo que necesitamos y hasta la derrota oficialista en Argentina el año próximo nos deja en una situación más difícil dentro de un Mercosur que será muy difícil flexibilizar y modernizar.

Tampoco es claro que ocurrirá con el acuerdo Mercosur-Unión Europea, ya que Lula fue para atrás y para adelante con el tema durante la campaña electoral, aunque seguramente desde la visión naif y edulcorada de Europa vean con mejores ojos negociar con el próximo mandatario que con el actual. Será clave conocer en los próximos días cuales son las designaciones ministeriales de Lula y como se planta en la cancha para enfrentar su tercer mandado.

Desde el punto de vista continental las dictaduras de la región ganan un nuevo aliado. A diferencia del presidente chileno Gabriel Boric, que en actitud que lo enaltece ha condenado las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua, Lula es un viejo amigo de los actuales dictadores y los ha defendido abiertamente. Las credenciales de fe democrática de Lula, por tanto, flaquean bastante, para quienes lo blandían como un defensor de la democracia y los derechos humanos.

En definitiva, el veterano dirigente, ante un escenario muy distinto al que le tocó hace 20 años, deberá demostrar que no se quedó en el tiempo ni será consumido por el revanchismo que flota en el aire.

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