EDITORIAL

El espejo chileno

Chile es un país abierto al mundo de verdad. No solamente tiene tratados de libre comercio con las principales potencias de América, Europa y Asia, sino que además sigue liderando aperturas comerciales en todas partes.

Siempre que en el debate político se hace referencia a la región, la gente piensa antes que nada y sobre todo en Brasil y Argentina. En algún sentido es natural que así sea, ya que son los dos países más importantes de Sudamérica y además, nuestros poderosos vecinos.

Conviene sin embargo mirar por encima de esas naciones para darse cuenta de que están ocurriendo cosas muy positivas en el continente. No solamente desde el punto de vista de integraciones y aperturas económicas relevantes, como es el caso de la Alianza del Pacífico, que se inició con Chile, Perú, Colombia y México en 2011, pero que ya está posicionándose con un influjo mucho mayor que el del Mercosur de 1991. En efecto, Costa Rica, Panamá y Ecuador están hoy en proceso de incorporación a la Alianza, mientras que Mercosur pena por sus enormes dificultades regionales sobre todo con Venezuela.

Más allá de esas comparaciones de procesos regionales, importa también mirarse en el espejo de países similares a Uruguay, por tamaño relativo en el sentido de ser pequeños con respecto a la media sudamericana, y por desarrollo económico similar al nuestro. La comparación que gusta hacer la izquierda con países sudamericanos que siempre estuvieron peor que nosotros, desde el punto de vista del desarrollo político, económico y social por ejemplo, para luego batirse el parche de lo bien que ha hecho las cosas el Frente Amplio en el poder porque resulta que ocupamos lugares destacados y mejores que ellos, es francamente una vergüenza intelectual, y sobre todo refleja una enorme complacencia política.

Así las cosas, la comparación que debiera de llamarnos más la atención es la que se puede hacer con Chile. Hoy con similar producto bruto per capita, Uruguay y Chile son además los países de tradición más democrática en Sudamérica. Empero, se diferencian en una dimensión clave para el desarrollo social y económico: sus respectivas inserciones internacionales.

En efecto, Chile es abierto al mundo de verdad. No solamente tiene tratados de libre comercio con las principales potencias de América, Europa y Asia, es decir, con Estados Unidos, Canadá y México; con la Unión Europea, con su enorme mercado de consumidores de gran poder adquisitivo; y con China, Japón y Corea del Sur, que son las tres mayores economías del sudeste de Asia. Sino que además, sigue liderando aperturas comerciales, como las que terminó de procesar en estos meses tanto con Argentina como con Brasil, y como la que llevó adelante el año pasado con el tratado integral y progresista de asociación transpacífico (CPTPP por sus siglas en inglés) con países como Australia, Brunéi, Canadá, Malasia, Nueva Zelanda, Singapur y Vietnam.

Allí hay una diferencia radical con lo que ha sido la política exterior del Uruguay sobre todo en esta era frenteamplista: no logramos cerrar un tratado de libre comercio con Estados Unidos por responsabilidad del Frente Amplio; no mejoramos nuestra inserción comercial con Europa, porque supeditamos nuestra negociación bilateral a una de tipo regional en donde participan intereses argentinos y brasileños que naturalmente difieren de los nuestros; no avanzamos en la apertura con China, porque no lo quisieron los sectores más radicales de la izquierda; y si apenas aprobamos en el Parlamento el tratado de libre comercio con Chile, fue por decisión y voto de los partidos de oposición, ya que el Frente Amplio en su totalidad no apoyó la iniciativa que había sido negociada por el presidente Vázquez.

Los resultados de la comparación son rotundamente diferentes. Por un lado, todos sabemos de las dificultades de nuestro sector productivo en 2018 y de la competitividad internacional de nuestras exportaciones. Por el lado chileno, sus resultados de 2018 son envidiables: inflación en menos de 3%, crecimiento del 4%, creación de decenas de miles de empresas nuevas y de más de 50.000 empleos de calidad, aumento de la inversión en 7% con fuerte crecimiento de la de origen extranjero, aumento del salario real, baja del déficit fiscal y fenomenal aumento del consumo de bienes, como venta de automóviles por ejemplo.

Una visión partidista interesada podría señalar que todo esto se debe a que la izquierda no está gobernando Chile, ya que el impulso mayor llegó con la segunda presidencia de Piñera. Sin embargo, importa destacar lo siguiente: la izquierda y la derecha chilenas están de acuerdo en que la economía debe ser abierta. Esa es la enorme diferencia de Chile con Uruguay, donde sufrimos el atraso de la izquierda frenteamplista en el poder.

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