EDITORIAL
diario El País

De cancelaciones y sandeces

Un nuevo ejemplo reciente de la cultura de la cancelación y el debate que disparó posteriormente, dan cuenta cabal del sorprendente grado de frivolidad en que incurren ciertos círculos intelectuales de nuestro tiempo.

Todo comenzó con una serie de tuits provocativos que lanzó la escritora colombiana Carolina Sanín, quien a su acendrada convicción feminista ha sumado la de trazar una línea demarcatoria entre su condición y la de las mujeres transgénero (varones que cambian de género por autopercibirse como féminas).

“Obligar a la gente a decir que un hombre es mujer porque quiere serlo se llama fascismo”, opinó Sanín, quien aclaró luego que no tiene nada contra las personas trans: “no solo las respeto sino que también las admiro. Lo que no puedo hacer es decir que alguien sea mujer por decir serlo. Es trans”, remató.

Con esa declaración se la etiqueta de transfóbica y TERF, una curiosa sigla que define a las Feministas Radicales Trans-Excluyentes. Dicho en criollo: son feministas que rechazan la inclusión de las mujeres trans en sus marchas, actividades y plataformas reivindicativas.

Una crónica del semanario Búsqueda da cuenta de que estas aseveraciones molestaron a la editorial mexicana Almadía y la llevaron a rescindir un contrato con Sanín por dos futuras novelas.

La misma publicación aporta una columna de opinión de Pau Delgado Iglesias, en la que nada se dice de la cancelación perpetrada, pero se cuestiona fuertemente a la escritora. Mientras Sanín se pregunta “por qué el poder está tan del lado del transactivismo, tanto el poder corporativo como muchos de los poderes nacionales de occidente”, Delgado Iglesias replica: “parecería que no estuviera hablando de una población que ha estado históricamente excluida” del empleo, la educación y la salud, sobre la que se ejerce “una violencia brutal”.

La verdad es que este parece un debate alambicado, difícil de seguir e incluso de comprender.

Una feminista condena el transactivismo pero aclara que no es transfóbica (¡hasta suena como un trabalenguas!).

Las otras feministas (no solo la editorialista uruguaya, sino alguna que otra escritora latinoamericana que festejó la cancelación promovida por la editorial), entienden que sí lo es, por el solo hecho de que diga que mujeres y trans pueden andar juntas pero no revueltas.

Sorprende, inquieta y angustia que los activismos occidentales pierdan tiempo y energía en discutir sobre sandeces, sin advertir dónde están las verdaderas atrocidades que resulta urgente combatir.

En el fondo es una discusión de categorías, pero ninguna de las dos posiciones implica un cuestionamiento a la decisión de las personas de pertenecer al género que elijan y no ser discriminadas por ello.

Por eso resulta sorprendente que mientras hay países que todavía hoy niegan oportunidades de trabajo y estudio a las mujeres, las torturan o asesinan por no cubrirse el rostro, y no solo niegan a los homosexuales el derecho de contraer matrimonio o expresar sus sentimientos a la luz del día, sino que además los persiguen y matan, mientras todo esto está ocurriendo hoy en el mundo, la confortable progresía de occidente se aflige por conflictos meramente terminológicos.

Es verdad que las minorías sexuales han padecido y aún padecen distintos tipos de discriminación, pero también lo es que en los países a los que pertenecen estas antagonistas, la legislación se ha actualizado con el propósito de corregirlas y superarlas.

Es la enorme diferencia entre vivir en una sociedad democrática y liberal, donde las minorías de cualquier tipo tienen derecho a expresarse y avanzar en el respeto de sus derechos, de hacerlo en otras fundamentalistas en que esos derechos son pisoteados por prejuicios religiosos y culturales.

Los mismos que pierden tiempo en esas disquisiciones de boliche son los que, a la hora de opinar sobre política internacional, abominan de los israelíes y justifican el terrorismo islamista, pasando por alto que, en Israel, hombres y mujeres tienen los mismos derechos y los homosexuales pueden casarse legalmente, por ejemplo, mientras que los radicales islamistas pregonan un machismo feroz, llegando al extremo de que a las jovencitas “deshonradas” se las ha convertido en terroristas suicidas como único salvoconducto para no avergonzar a sus familias.

Son los mismos que acusan al capitalismo y al heteropatriarcado de ser el responsable de los femicidios, pero nada dicen en contra de la represión iraní hacia las heroicas mujeres que salen a la calle por igualdad de derechos.

Sorprende, inquieta y angustia que los activismos occidentales pierdan tiempo y energía en discutir sobre sandeces, sin advertir dónde están las verdaderas atrocidades que resulta urgente combatir.

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