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Las ollas populares... poco transparentes o demasiado transparentes


@|Las certeras – como siempre – notas de Martín Aguirre y Tomás Linn del domingo pasado me hicieron evocar algunos recuerdos ya lejanos en el tiempo.

De cuando Germán Rama desplegaba su titánica labor en el Codicen. Su esposa y mi pareja de aquellos años, eran hermanas. Y de ahí se generó mi amistad con Germán. Ellas tenían una chacra cerca de Paysandú, sobre el arroyo Sacra; que frecuentábamos con mucho placer. El arroyo Sacra en aquel tiempo era todavía un paraíso de flora nativa y de aves autóctonas. Dos de mis amores en esta vida. Por lo que yo recorría el arroyo entero en largos paseos.

Un día me encontré allí un grupo de escolares que hacían idéntica visita. Guiados por el director de una modesta escuelita rural de aquella zona. Nada conocían sobre flora y aves, pero disfrutaban mucho del paseo. Como ellos nada sabían, yo conocía un poquito más. Y así me convertí en guía regular de sus paseos. Y ahí nació mi amistad con el director de la escuela.
Ciertamente, una bellísima persona. Un hombre realmente admirable por su amor a su tarea, por la integridad de su vocación y por su afán de servir a sus alumnos y vecinos.

Era el tiempo en que Germán Rama libraba una durísima lucha con los gremios de la enseñanza por su decisión de cambiar el envío de comida a granel por comida en bandejas individuales.

Me contó Germán que tenían, obviamente, números muy precisos sobre la cantidad de escolares y sobre el volumen de comida que se enviaba a las escuelas. Y que no era demasiado difícil comprobar que no había escolares que pudieran comer tantos kilos por día… Imposible.

Esa discordancia se eliminaba con las bandejas individuales. Cualquiera que sospeche que la oposición gremial al nuevo sistema no tenía fundamentos demasiado elegantes… estará en lo cierto. Germán decía que tenía plena información sobre el origen de ese desajuste (por darle un nombre elegante), pero que no tenía pruebas. Por lo que no podía denunciar responsables. Y, sabiamente, nunca lo hizo.

En el primer almuerzo dominical a que me invitó aquel director, en la escuela misma, me contó que había solicitado la cantidad de comida necesaria para sus alumnos, pero también un buen suplemento adicional; que lo destinaba a dar de comer a veintisiete vecinos de la zona que padecían serias carencias económicas. Ellos podían aliviar sus dificultades comiendo gratuitamente en la escuela.

Es cierto que esos veintisiete comensales eran todos del mismo sector frenteamplista que el director. Pero esa leve debilidad humana no quitaba mérito alguno a la generosidad y solidario espíritu de aquel director. Del cual solamente puedo formular elogios: repito, una bellísima y admirable persona. Aunque, sin dudas, ese sistema no era legal ni el adecuado. No por eso, menos meritorio.

Si el proceder de ese loable docente explicaba una pequeña parte de aquel diferencial entre el volumen de la comida a granel y la cantidad de escolares, la verdad es que el grueso de aquella diferencia quedaba sin explicación. Y no creo que la tuviera de tanta elegancia como la de aquella escuelita sanducera.

Como le sucedía a Germán con la referida discordancia, yo tampoco puedo decir nada sobre el tema de la comida de las ollas populares. Cuando no se tienen pruebas, lo que corresponde es callar. Y así lo hago. Porque ignoro cuál sea la realidad de que se agravia el Ministro Lema.

Pero eso no me impide evocar el viejo aforismo criollo: un bicho que camina como los patos, que tiene los colores de un pato, que grazna como los patos y que anda rodeado de patos… suele ser también un pato…

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