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Finalmente, paz...


@|Más allá de las reyertas ideológicas permanentes entre la oposición, mayoritariamente adepta a un Estado benefactor marxista, y este gobierno de coalición de fuerzas liberales, existe un tema profundamente más trascendente, con marchas y contramarchas, laudado y legislado y vuelto a legislar (“interpretativamente” por mayorías circunstanciales contra las mayorías ciudadanas), el cual impide un reencuentro democrático entre todos los uruguayos.

Han pasado casi 50 años desde el advenimiento de un gobierno militar que, llamado a actuar en el plano democrático, excedió sus deberes y atribuciones, imponiendo un Estado autoritario con consecuencias previsibles, afectando derechos o libertades de personas que, por diversos motivos y/o de diferentes formas, se rebelaron ante él.

Pasó ese triste período y asumió la Democracia, buscando poner un manto piadoso al infortunio social, consensuando una “Ley de Amnistía” para unos y “contra la Pretensión Punitiva del Estado” para otros.

El Estado asumió magnánimamente responsabilidades por el accionar de esos años y procuró una “reparación económica” para aquellos familiares reclamantes, que en la beligerancia del período de facto fueran afectados. Para algunos no fue suficiente.

Sucesivos gobiernos jamás cesaron la búsqueda de “detenidos desaparecidos” y por unos años reinó la paz ciudadana, aunque seguía latiendo el inocultable rencor en el conglomerado del FA.

Así, a través de los “Referéndums” de 1989 y 2009, el FA intentó, sin lograrlo, “Su” pretensión punitiva. Hasta que, con la impunidad de un artilugio democrático, abusando de mayorías parlamentarias propias, el 13 de abril de 2011, en discutida sesión en el Senado, actuando, según palabras del frenteamplista Jorge Saravia (quien votara contra su bancada) “contra la Constitución y la República”, logra concretar su irrefrenable anhelo de venganza ante las FFAA.

Como resultado de este accionar, la sociedad uruguaya se ve resquebrajada, engañada en sus derechos y esperando mayoritariamente un punto final y un cierre democrático a este período de la historia reciente, que termine el empecinado encono de un grupo minoritario de inconsolables.

Hoy el final depende, en gran parte, directamente de unos pocos. Quizás y sin quizás, si se diese un cierre definitivo, excarcelando a acusados expiatorios (a esta altura todos mayores de 70 años) y se terminase con la pretensión punitiva de la izquierda vernácula, podría aflorar la verdad y aparecer los cuerpos de los detenidos desaparecidos, cesando finalmente la conveniente añoranza y calmando el manifiesto dolor de sus familiares.

En mi humilde razón, si así no fuera, mientras subsistan prebendas compensatorias del Estado, se siga demagógicamente atizando el rencor social y falte la humana disposición de conciliar, persistirá la grieta y jamás tendremos paz.

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