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Eutanasia


@|Hoy se están discutiendo en el seno de la sociedad dos proyectos de ley que tienen que ver con la eutanasia (muerte buena). Uno de ellos despenaliza el acto por el cual el médico da muerte al paciente y el otro atiende al derecho del paciente de decidir su muerte cuando se dan una serie de circunstancias. Ambos, en última instancia, involucran a profesionales que activan actos médicos que determinan el fallecimiento del paciente.

Tiene que quedar claro que aquí no se trata de suspender un tratamiento a pedido del paciente (generalmente un paciente terminal) para que la enfermedad siga su evolución y termine con su muerte. Esto es la voluntad anticipada y ya es legal. Ni tampoco se trata de una sedo-analgesia a altas dosis que no intenta matar al paciente sino sacarlo de ambiente para evitar el sufrimiento de la agonía.

El artículo 46 del Código de Ética Médica (ley 19.286, 2014) dice: “La eutanasia activa entendida como la acción u omisión que acelera o causa la muerte de un paciente, es contraria a la ética de la profesión”.

De manera que los promotores de los proyectos de ley tendrán que derogar el artículo 46 del Código, dado que aunque se despenalice el acto, los médicos no podrán ejecutarlo porque el Colegio Médico del Uruguay les puede sacar el título.

Pero aún más, otro artículo del Código de hecho, abona al espíritu contra la eutanasia que es meridianamente claro en este digesto de normas éticas y deontológicas. Además, de su texto se desprende un apoyo tácito al desarrollo de los cuidados paliativos que, en nuestro país, aún están lejos de ser universales.

El artículo 48 del Código de Ética Médica dice: “En enfermos terminales, es obligación del médico continuar con la asistencia del paciente con la misma responsabilidad y dedicación, siendo el objetivo de su acción médica, aliviar el sufrimiento físico y moral del paciente, ayudándolo a morir dignamente acorde con sus propios valores. En etapas terminales de la enfermedad no es ético que el médico indique procedimientos diagnósticos o terapéuticos que sean innecesarios y eventualmente perjudiciales para su calidad de vida”.

En este artículo, que es complementario del 46, se decanta el pensamiento sobre el final de la vida que el cuerpo médico tenía hasta finales del siglo XX. La postmodernidad ha traído estos nuevos aires ¿renovadores? Jóvenes médicos declaman en los medios hablando loas de las experiencias de países como Holanda, Bélgica o estados como el de Oregon en EE.UU. En estos países la eutanasia es práctica corriente hace ya varios años y ha crecido en forma alarmante a pesar que también hay excelentes sistemas de cuidados paliativos.

Un fenómeno común a esos países es que las causales de eutanasia se van ampliando hacia enfermedades crónicas incurables (pero no terminales) como el Alzheimer y enfermedades neurodegenerativas y psiquiátricas crónicas, o a otros grupos etarios como niños y adolescentes. Estas nuevas causales se alejan del objetivo y circunstancias iniciales que fundamentaban la eutanasia y ponen en tela de juicio las consecuencias prácticas y axiológicas de una decisión tan trascendente en la sociedad.

La ley no obliga sino que habilita el derecho al paciente que “quiera” terminar con su vida. Esto ya pasó con el aborto, la ley protege el derecho de la madre que “quiere” interrumpir el embarazo. Diez mil abortos por año y lo hemos naturalizado. Trasformamos nuestros “deseos” en “derechos” y en el proceso barremos con miles de años de evolución de las ideas sobre la dignidad de la vida humana. No nos tendría que asombrar; ahí tenemos la invasión a Ucrania y decenas de guerras sordas con millones de muertes, muchos de ellos niños. Y lo hemos naturalizado.

Como médico y como ciudadano rechazo tanto el aborto como la eutanasia y el suicidio asistido. Sólo espero que, si al final las mayorías votan la ley, ésta sea lo más garantista posible para el paciente y que asegure que no se va a seguir ampliando el espectro de causales de eutanasia a otras poblaciones de pacientes o, incluso, a sanos.

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