Victoria Fernández Herrera
Victoria Fernández Herrera
Abogada

Teletrabajo y libertad

En marzo, cual tsunami llegó el Covid-19 a Uruguay. Trajo una ola de incertidumbres y temores que en las primeras semanas fueron acuciantes.

El miedo inicial nos paralizó (y esa parálisis -hoy perdida- vaya si nos ayudó a controlar el virus), temíamos por la salud, por nuestras vidas, y veíamos cómo nubes negras amenazaban nuestros trabajos y la frágil realidad económica en que nos encontrábamos después de años de demagógico manejo de la economía y de las relaciones laborales.

Escuchamos elevar el tono, y confundir lo principal con lo accesorio al grito de cuarentena y renta básica. Varios olvidaron que cuando enfrentar el riesgo es una causa nacional, la política de cabotaje y los caprichos sindicales deben quedar de lado. En ese contexto, el actual gobierno se estrenó dando buena nota con dos decretos, el 93/2020 (que declaró la emergencia nacional sanitaria), y el 94/2020 (que amplió al anterior), ambos relevantes jurídicamente. Pero mucho más importantes si se los aborda con una mirada filosófica.

Después de tres quinquenios donde prevaleció la voluntad de utilizar la razón para construir la realidad, sin que primara el verdadero interés de los hombres (su realización como individuos), llegó al país una marea de libertad que acotó los empujes de un colectivismo agonizante y anticuado. Sopló un viento que volvió a poner al hombre y su verdadera dignidad como centro de las políticas de Estado. Analizar las normas vinculadas a la emergencia sanitaria nos revela la importancia de la filosofía, que a la hora de gobernar siempre debe estar por encima del querer mediato; deja patente como un buen gobierno jamás puede perder como eje de su accionar la centralidad que en la vida pública le corresponde solo al individuo; hace constar que gobernar no es otra cosa que gestionar lo posible con la materia prima nacional.

Sin mirar en lo esencial más allá de la propia casa, porque en definitiva tenemos que arreglarnos con lo que hay. Y fue así como se hizo en materia laboral. Todos los fantasmas que se agitaron en la campaña electoral se desvanecieron. El diálogo tripartito fue central para el manejo de las relaciones laborales en pandemia. Tanto en materia de salarios como de salud y seguridad. El MTSS demostró ser mucho más eficiente y valorado empatizando con todos los actores sociales, que cuando se pone el gorro de solo uno de ellos. Se generaron muy buenos instrumentos y ayudas considerando tanto a empleados, a empleadores, como a distintos colectivos. Y junto con los protocolos preventivos apareció la otra gran estrella de la pandemia: el teletrabajo. Y rauda la voluntad legislativa -cuándo no- se puso a trabajar en regulaciones para el mismo.

Los orientales deberíamos ser más cautos, y exhortar a nuestros legisladores a no regular aquellas materias en que las partes pueden entenderse mejor solas que con la intromisión del Estado. La intención es muy buena, pero no tenemos que olvidar que no hay ley que garantice más libertad a los hombres que aquella que no existe. Uruguay es un país de relaciones laborales sólidas y maduras. No es necesaria una ley de teletrabajo. Las partes pueden por autocomposición darse las soluciones necesarias. Confiemos en la libertad, confiemos en la responsabilidad.

Reportar error
Enviado
Error
Reportar error
Temas relacionados