Victoria Fernández Herrera
Victoria Fernández Herrera
Abogada

Proteger al que produce

En columnas anteriores he realizado abundante referencia a cómo las relaciones de trabajo sanas son indispensable ingrediente para el desarrollo económico del país.

Afirmación sostenida sin duda alguna, en que la cultura con que los vínculos laborales se desarrollan entre las partes son objeto del permanente análisis de los actores que generan empleo y de los que eventualmente podrían darlo.

A saber: las empresas en funcionamiento monitorean permanentemente el “clima laboral” para tratar de “predecir” el futuro al que se enfrentarán; los inversores que ven al Uruguay como un destino posible hacen lo mismo tratando de entender la “cultura laboral” local. Y todo esto es determinante de que los emprendimientos se radiquen aquí y de que sigan aquí. Porque tentaciones por el mundo sobran y trabajo y desarrollo aquí faltan.

Diversas fuentes han informado que el inversor ya instalado en Uruguay suele ser más resiliente a los devenires laborales del país, y que quienes analizan la posibilidad de invertir ven con temor la impronta de nuestras relaciones laborales. Sobre todo en lo que hace a la conflictividad laboral, la vocación de injerencia de los sindicatos, el accionar muchas veces impune de algunos, las negociaciones tripartitas (es decir la permanente intervención del Estado en el mercado de trabajo), y una normativa laboral protectora (como debe ser), pero poco flexible y actualizada (como no debería ser).

A este sinnúmero de complejidades le agregamos ser un país con mano de obra escasamente calificada, caro en todo sentido, ubicado geográficamente en el fin del mundo y con tarifas públicas que superan las de otros países con la única explicación de soportar por vía indirecta un Estado sobredimensionado. Para jugar en primera nuestra creatividad e instintos comerciales deberían afinarse. Y este es un esfuerzo que debe realizar todo el país, debería ser un desvelo de nuestra sociedad civil. Es una tarea que deben acometer empresarios, trabajadores y Estado. Pero es un cambio cultural que también requiere del compromiso de todos. ¿De verdad queremos más desarrollo económico o nos alcanza con ser un país con buena nota entre los no desarrollados? ¿De verdad queremos despuntar? Porque si es así, no todo va bien encaminado.

Mientras el sector privado ha tratado de sobrevivir a la pandemia y se enfoca en la reconstrucción y el Estado colabora con medidas de promoción de la economía, el sector sindical se dedica a plantear su conflictividad y a insistir con sus planteos “de clase”. No disimula su intencionalidad política siendo brazo ejecutor de la oposición en lugar de ser defensor de los intereses del trabajo. Uruguay no resiste más estas conductas. Hemos sido pioneros en todo. Incluso recientemente en ratificar el Convenio 190 de OIT y en aprobar una ley de teletrabajo. Todo esto debería ser un incentivo a trabajar más y mejor, no una excusa para trabajar menos y pedir más. Deberíamos mirar al mundo y entender que más empresas son más desarrollo. Que las empresas no son el enemigo. Que los enemigos de clase dejaron de existir en la realidad y solo quedan en el cajón de las reliquias ideológicas. Si no lo hacemos, nos estaremos dando un tiro en el pie. Y lo más triste es que lo haremos en el mejor momento.

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