Victoria Fernández Herrera
Victoria Fernández Herrera
Abogada

El empleador y el desafío de dirigir

En nuestro país tan apático en materia de relaciones laborales -donde todo parece que puede ser objeto de negociación y diálogo- se han perdido parámetros que resultan de la más pura aplicación del sentido común.

Uno de ellos es que la potestad de organizar el funcionamiento y el orden de la empresa recae únicamente en sus directores, no siendo este tema un límite contestado sobre el que pueda existir otra lectura. Por algo el empleador es el responsable final de todo lo que sucede en una empresa, ya que tiene el derecho y deber de dirigirla con la diligencia de un buen hombre de negocios. Que tenga o no la debida diligencia, es otro tema.

Existen diversos aspectos referentes al modo en que se desempeña la dirección de una empresa, la capacidad de liderazgo y la complejidad desafiante de dirigir personas. Los problemas de liderazgo salen a la luz cuando no hay cercanía así como cuando se imponen objetivos inalcanzables, cuando hay falta de comunicación periódica o la misma es distante, cuando no hay instancias de reunión o simplemente no se realizan reconocimientos al personal cuando lo amerita.

Entiendo que las empresas debe dedicar más tiempo a actuar como mentores, proporcionando herramientas comerciales y estratégicas de manera periódica, no apuntar siempre a los resultados, sino a también a los procesos de obtención de los mismos, es notorio que no es fácil y resulta exasperante trabajar con quienes pretenden “lo seguro” sin asumir riesgos y desafíos, pero son asuntos a veces ideológicos y/o generacionales con los que hay que convivir y aprender a superar.

El líder de una empresa dentro de sus responsabilidades tiene la trascendental tarea de comunicarse adecuadamente y de ser capaz de transmitir de forma efectiva el objetivo, haciendo llegar así a sus colaboradores el mensaje correcto, puesto que de cómo se trate a los demás, será posible concluir como será él líder tratado y respetado.

Es claro que, de la misma manera en que el trabajador tiene derecho a buenas y seguras condiciones de trabajo y a percibir una remuneración por lo que hace, el empleador tiene derecho a exigir que a cambio de dicha contraprestación se cumpla con la tarea encomendada en forma eficiente, constante, y de acuerdo a sus directivas. Y solo de acuerdo a sus directivas. Porque la potestad de organización de la empresa, y por ende, también la disciplinaria si el trabajador no cumple con el mandato del empleador, recaen únicamente sobre este. Igual que el riesgo del emprendimiento. Esto es clave que se entienda en forma sincera, para desarrollar relaciones laborales sanas.

Es decir, con foco en el trabajo, en la productividad, y no en la política ni en los intereses sindicales. Porque en definitiva, el interés de las empresas y de los trabajadores, no es otro que el de ganar más en las mejores condiciones. Y esto, cuando se reduce la capacidad de dirigir por razones puramente dialécticas o políticas, embreta a las partes en un círculo vicioso.

Para evitar el deterioro del capital social, sería importante conseguir la integración de los diversos actores que componen la relación laboral y así poder armonizar las diversas generaciones aprovechando el capital humano disponible, gestionando los diversos talentos en beneficio del negocio.

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