Victoria Fernández Herrera
Victoria Fernández Herrera
Abogada

Después de la pandemia

Como es natural, nos hemos pasado el último año y medio exprimiéndonos el cerebro buscando las mejores maneras de convivir con la pandemia.

Primero atendimos la urgencia, la incertidumbre, el miedo, y concomitantemente nos ocupamos de lo inevitable como la recesión, la pérdida de empleos, la adaptación a protocolos y la adopción de nuevos hábitos. La biología nos golpeó duró y también vimos recrudecer los casos y sus consecuencias, para luego verlos caer gracias a una muy buena gestión sanitaria. No parece real que en tan poco tiempo sucedieran tantas cosas. Pero es así. Y en este devenir del país, el Estado, y la sociedad civil han demostrado virtudes y defectos que conviene destacar, dado que en función de los mismos nos posicionaremos de cara al futuro.

El Estado reaccionó muy bien como consecuencia de un gobierno joven y con reflejos; intervino lo necesario generando instrumentos de soporte que a medida que la situación mejora deberían ir replegándose, por salud financiera del propio prestador, y para no malacostumbrar a quienes gozan del servicio. Nunca es bueno dar demasiada seguridad. Tiende a anquilosar a las personas y a las estructuras productivas.

La sociedad civil ha sido la gran estrella. Con un desempeño brutal durante este lapso demostró que el Uruguay es un país donde todavía hay esperanza, donde un núcleo importante de personas entiende, sabe, y vive de acuerdo con la filosofía que marca que no todo debe esperarse del Estado. Así vimos cómo espontáneamente surgieron redes de ayuda a los más necesitados, cómo se ejerció la libertad responsable en un entorno de autocontrol ciudadano civilizado donde todos aprendimos a usar tapaboca y respetar la distancia mínima.

Ahora, con estas fortalezas de un Estado gestionado por un gobierno pragmático y con una sociedad civil diligente, nos toca encarar el día después, o el inicio de la pospandemia. Circunstancia determinada básicamente por dos factores: cambios de hábitos, conductas, y estrategias en las estructuras productivas, en el comercio y en los servicios generados por la crisis, y la necesaria adaptación del régimen laboral a esta nueva realidad.

La cuestión sanitaria aceleró los cambios que se veían venir un tiempo atrás. La digitalización del comercio y la pujanza del comercio electrónico han marcado un gran desafío y ya han limpiado la cancha dejando por el camino a quienes no veían esto como algo inminente, o a los que no estaban preparados para incursionar. El impacto en el modo de venta repercute directamente en lo productivo y en la manera en que se prestan los servicios, dado que la incorporación de nuevas tecnologías en la empresa tiende a permear todo el proceso buscando mayor eficiencia y reducción de costes. El advenimiento de una realidad así verdaderamente revolucionaria no puede ser atendido por un régimen laboral que está atado a una visión anticuada que solo se resiste a morir. Es necesario que el derecho laboral se modernice y entienda que sin flexibilidad no hay protección posible. Seguir parados en la trinchera defendiendo cuestiones caducas como dogmas de fe solo trae atraso y vulnerabilidades en un mundo que necesita dinamismo y soluciones.

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