Rodrigo Caballero
Rodrigo Caballero

Que nos hagan cinco

Si el puesto de Director Técnico de la Selección Uruguaya de Fútbol se eligiera por sufragio popular, quien esto firma no le hubiera dado el voto a Óscar Washington Tabárez.

Ni antes del Mundial de 2010, sin saber lo que venía, ni tampoco ahora, con el diario del lunes. Ni siquiera lo hubiera hecho en unas hipotéticas elecciones celebradas a poco de regresado el plantel de Sudáfrica, con el cuarto puesto en ristre y el penal que le tiró Abreu a los ghaneses aún en las retinas.

La opción nada tiene que ver con negar la trayectoria del Maestro, su capacidad de liderazgo o ese innegable talento, tan elogiado por todos, para conducir a los jugadores por el camino del bien. En cambio responde a una manera de ver el fútbol. A la adhesión a un modelo de juego y no a otro. A una cuestión de ideas, creencias, fe y gusto. Sobre todo gusto. A todo eso responde la decisión mucho más que a cuestiones de conocimiento, experiencia o sabiduría. Ya lo dijo el controvertido periodista argentino Dante Panzeri: “nadie sabe verdadera y probadamente de fútbol. El fútbol es ciencia oculta de imposible enseñanza académica. El fútbol es empirismo”. Por lo tanto, voy a quedarme con esas palabras para defenderme del que me diga que no sé nada de fútbol y que por eso no debería opinar.

Ahora bien, no adherir a su visión sobre cómo parar el equipo, no significa desear que lo goleen. Al menos no mientras dirija a Uruguay. Porque es el equipo que representa al país donde uno nació. El cuadro de uno. Y uno no va a querer que le llenen la canasta.

Una goleada a la Selección se sufre en carne propia. Ni hablar la tristeza de quedar afuera de una copa. Esas penas no solo le pertenecen a Tabárez y sus jugadores. Esas penas son de todos los uruguayos.

Por eso no hay que dejar que la pasión nuble la mirada.

El placer de que a uno lo asista la razón por haber asegurado que con este hombre no le íbamos a ganar a nadie, que nunca lo hubiéramos mantenido tanto tiempo como DT o lo que sea que uno haya expresado lleno de bronca e impotencia a lo largo de estos 15 años de la llamada “Era Tabárez”, no exorciza la tristeza del mal juego o de quedar afuera de un mundial. Así que, por más profundo que sea el deseo de sustituir al Maestro por alguien que juegue al fútbol que a uno le gusta, sería muy necio desearle el fracaso.

Con ese concepto bien claro, resulta difícil entender cómo existen tantas personas que, por oponerse al actual Gobierno Nacional, desean que le vaya mal. Aún sabiendo lo que eso implica, anhelan -así como los más fanáticos detractores de Tabárez quieren que se coma cinco goles contra el peor de la tabla- que fracase su estrategia de lucha contra la pandemia. De esa forma podrán enrostrarle a la oposición que la razón es con ellos y que el Presidente Luis Lacalle Pou, con su concepto de Libertad Responsable, está rematadamente equivocado. Que el modelo que ellos proponían, de cuarentena obligatoria y renta básica, habría resultado mucho más beneficioso para el país y que es increíble que los demás no lo vean.

Sin embargo no entienden -o no les importa- que, así como el fracaso de Tabárez en la Selección golpearía a todos los hinchas celestes, los que lo bancan y los que lo quieren afuera, el fracaso del Gobierno traería consecuencias muy malas para el país y para su gente. Mucho peores que no pasar la serie en la Copa América o quedar afuera del Mundial de Qatar.

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