Rodrigo Caballero
Rodrigo Caballero

La guiñada y la venda

Hay un montón de preguntas que no dejan de increpar a este columnista. Preguntas cuyas respuestas no me atrevo a compartirlas con nadie. Por eso de la discriminación ¿vio?

De la cancelación. De los insultos que a ninguna persona le gusta recibir. Ni aunque carezcan de fundamentos y vengan de quienes lo tienen a uno sin cuidado.

Son respuestas que llevan a andar con el cuidado del que camina sobre un suelo de clavos, sabiendo que cualquier mal paso puede acabar en una herida dolorosa. Usted dirá: así es la vida, y por éso uno siempre tiene que pensar bien cada paso que va a dar. Y es verdad. Siempre y cuando el juego sea limpio y las reglas claras. Entonces sí, si se pincha, se embroma. Lo que no puede ocurrir es que usted se lastime sin haber pisado los clavos.

Pero permítame dejar de dar vueltas y pasar a las preguntas del principio.

¿Qué tan justa es una Justicia que impide a un acusado presentar pruebas que lo favorezcan en la causa?

¿Es justo que ese acusado se vea impedido de realizar su defensa pues esa acción puede revictimizar a la otra parte?

¿Justifica mandar a un inocente a la cárcel con el estigma de violador y las consecuencias que éso le traerá, a fin de evitar que se reevictimice a otro? ¿No es discriminatorio victimizar a uno para no revictimizar a otro, sólo porque el otro pertenece a un género y el uno no?

¿Qué tan enferma se encuentra una parte de la sociedad para pretender que un inocente acabe en la cárcel?

¿Qué grado de poder ejercen determinados grupos de presión sobre quienes deberían ejercer el poder, y cuán peligroso es esto para la Justicia, para la sociedad y para cada persona que camina por la calle pensando que las leyes son iguales para todos, engrupidos de que esa señora con la balanza en la mano y los ojos vendados, no vicha por abajo de la venda ni la alza para guiñarle un ojo a su favorito?

Y ya que apareció la balanza, recuerde el lector aquel 8 de marzo de 2020, cuando el ministro Javier García justificó, mediante una metáfora con la báscula, una aglomeración multitudinaria para, según dijo, evitar males mayores.

¿Está dispuesta nuestra sociedad a cometer injusticias a fin de evitar males mayores? ¿Qué mal puede ser mayor que mandar a un inocente en cana? ¿Tanto peso tiene lo que hay encima del otro plato de la balanza como para que el Uruguay empiece a aceptar esta penosa realidad?

Pero las preguntas que más ruido hacen a este columnista son las que buscan los motivos que impulsan la acción de los grupos de presión. ¿Qué lleva a alguien a forzar la existencia de un delito y luego de un culpable cuando no hay ni uno ni otro? ¿Será puro odio? ¿Represalia por el curso que tuvo la Historia? ¿Ubicarse en una determinada situación que permita sacar provecho? ¿O es tan sólo el camino natural que las sociedades tienen para buscar el equilibrio, por aquello de que para conocer el centro es preciso saber dónde están los extremos? ¿Será que estamos llegando al extremo y el elástico debería rebotar pronto? ¿O todavía hay más?

Vaya uno a saber. Lo que cierto y lo que verdaderamente importa, es que la Justicia no es justa. O por lo menos no lo está siendo. Prueban esta afirmación los tres estudiantes que están presos y que la Justicia los declaró culpables hasta que puedan demostrar lo contrario. Dios nos libre y guarde, dijera mi abuela.

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