Rodrigo Caballero
Rodrigo Caballero

Yo, columnisto

Soy columnisto del diario El País. Escúchelo bien y espero se lo grabe. Porque ya estoy cansado de que las personas insensibles me agredan con sus palabras, llamándome columnista.

Tal sustantivo, que según la RAE sería el correcto para describirme en esta función, no me representa en mi corporalidad masculino. Tampoco en mi esencia de hombre nacido con un cromosoma X y otro Y. Mi cuerpo es el cuerpo del macho de la especie humana y me siento perfectamente identificado con dicho género. Así como muchas mujeres sostienen tener cuerpa, yo tengo piernos y caro. Y un columno vertebral o espino dorsal que guía mi espaldo desde el nuco hasta el rabadillo, esos huesitos que se encuentran justo entre medio de los dos nalgos. Tengo orejos, tetillos, axilos, caderos, rodillos y pantorrillos. Y un lenguo dentro del boco que, junto a mis cuerdos vocales, me permite decir lo que siento. Así que soy columnisto y no columnista. Y como en mis ratos libres voy a la pista del Parque Batlle a correr y hacer salto largo, también me considero un atleto.

Por eso, si alguien se dirige a mí con sustantivos femeninos, me caliento. Es que cuando la gente trata de invisibilizar mi masculinidad, me agarra la viaraza. Una vuelta hasta tuve problemas con un policío. Le cuento: salía yo del dentisto y le dediqué un piropo a una chica que pasaba. Ella no me dio corte. Pero un taxisto estacionado a pocos metros escuchó mis palabras y me dijo, como si se tratara de un elogio: “usted es un poeta, camarada”. ¡Poeta será tu abuela, le espeté! Yo podré ser un poeto. Y un camarado. ¿O me vio pinta de mujer? Nos pusimos a discutir, vino el policío y se armó el gordo.

Después de ese incidente decidí tratar el tema con Carlos, mi terapeuto, que también es psiquiatro. Un verdadero especialisto en estos asuntos. Carlos indagó en mi pasado y me sugirió que quizá me sentía frustrado por no haber podido desarrollarme como cineasto, que es mi verdadera vocación, o mejor dicho, como documentalisto. Le dije que se estaba equivocando. Que esto había comenzado un tiempo atrás, luego de leer un tweet de Tania Tabárez, periodista de TV Ciudad e hija del ex DT de la selección uruguaya. El posteo refería a un llamado a choferes de la IMM y me iluminó. Me mostró el camino de la verdad. Tania decía que “durante muchos años no quedaba claro que también se podían presentar mujeres a los llamados de choferes”. ¡Claro, señor! ¡Si los llamados hubiesen sido para choferes y choferas, muchas más mujeres habrían enviado sus currículos en busca de la oportunidad laboral! Pero fíjese usted que el llamado tampoco consideraba mi corporalidad masculino. En ninguna parte decía choferos y por eso me discriminaba. Si las mujeres, como bien señaló Tabárez, se sentían excluidas de la oferta por no decir choferas, era natural que yo experimentara la misma discriminación.

Desde entonces exijo que me traten como merezco. Que se dirijan a mí con las palabras en el género correcto.

En principio, Carlos sugirió que entonces yo podría ser marico no asumido y que exigía el lenguaje inclusivo masculino a modo de candado que cerraba las puertas de mi closet y me impedía salir. Aunque luego arribó a una conclusión más básica y concreta. Un diagnóstico tajante y un poco hiriente, pero al menos debo reconocer que respetaba a rajatabla mi voluntad de ser tratado como individuo masculino:

“Su problema es muy sencillo, Caballero, pero dudo tenga solución. Usted es un verdadero idioto”.

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