Nicolás Albertoni
Nicolás Albertoni

El Uruguay global

Una de las principales características de esta cuarta revolución industrial que ya está en marcha, es su factor “intangible”. 

Esta nueva revolución, como ya hemos señalado en otra oportunidad, no se sustenta únicamente en la necesidad de grandes territorios y fábricas para hacer funcionar la producción. Es la revolución de las ideas.

Una revolución en la que nuevos actores -países, instituciones y personas- pasan a tener la oportunidad de alcanzar una dimensión global de inserción en el mundo que antes se les hacía muy difícil lograr. Ser protagonistas globales pasa a ser una opción real para países de pequeña escala económica como el Uruguay. Una vez más, el desafío se encuentra en el trazado de una estrategia que permita aprovechar las nuevas oportunidades que el escenario internacional ofrece.

Mientras escribo esta columna se está desarrollando en Glasgow la 26ª Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26), con la presencia de más de 190 líderes mundiales. Muchas veces, desde nuestro país no percibimos estos temas de escala global como propios ni tampoco dimensionamos el rol que podríamos jugar como líderes emergentes de estas conversaciones. Esta cumbre pondrá especial atención a diferentes puntos del Acuerdo Climático de París de 2015. Allí se fijó el año 2020 como el primer hito para evaluar públicamente el nivel de avance de cada país en el compromiso de reducir la emisión global de gases de efecto invernadero. El objetivo planteado es evitar que el calentamiento global a final de siglo alcance los 2°C respecto a la era preindustrial, y se estabilice en torno a 1,5°C℃. Lo desafiante de este acuerdo es que solicita a cada país que, en función de sus posibilidades, cumpla de forma voluntaria el compromiso de reducir las emisiones a mediano y largo plazo.

Diversos estudios han señalado lo enormemente complejo que resulta el debate sobre el cuidado ambiental. Genera la “tragedia del espacio común” de la que habla el biólogo Garrett Hardin y que luego recoge Elinor Ostrom desde una mirada de la economía política. La naturaleza humana trae implícita un egoísmo que limita a las personas a cuidar, por voluntad propia, “los espacios comunes”. Por eso, avanzar mediante voluntades individuales de cada país será muy difícil para lograr los resultados que se requieren. Se hacen profundamente necesarios acuerdos globales realistas.

Pocos países, mediante la promoción y desarrollo de energías renovables, por ejemplo, están demostrando al mundo la compatibilidad que existe entre la agenda climática y la generación de beneficios económicos. Uruguay, con la casi totalidad de su matriz eléctrica basada en fuentes renovables, es uno de esos pocos países que puede expresarle al mundo que sí cumple con varios de los compromisos ambientales. Contamos, como país, con una fortaleza indiscutible que nos permite ser un actor activo en los debates globales que requieren de ejemplos concretos y posibles.

En este sentido, en los últimos días, desde el gobierno se ha insistido con gran acierto en la idea de que Uruguay tome más protagonismo en el pedido de cumplimiento de las metas globales para el cuidado del ambiente. Israel y Costa Rica también se han mostrado decididos a emprender ese camino. Avanzar en esta iniciativa puede resultar estratégico para Uruguay. Nos da la posibilidad de tomar un liderazgo global en una agenda que conocemos bien y en la que existe un gran consenso político.

Estos temas “intangibles” de inmensa relevancia global y local, son los que nos deben mover hacia el mundo para contarles nuestra historia. La buena noticia es que hoy vemos un gobierno decidido a aprovechar este contexto internacional en el que las dimensiones físicas (población, territorio, fábricas) se ven interpeladas por la dimensión de lo intangible (las ideas). Y no solo se percibe como un derecho, sino que casi como una obligación el pensar “en grande” para progresar. Por todo esto, el nuevo contexto global permite a un país como Uruguay no ver como lejano el transformarse en un protagonista, “hacedor” de diversos temas de la agenda mundial, dejando atrás el ser “tomador” de reglas.

El mundo pospandemia hará que muchas de estas dimensiones en las que Uruguay tiene una agenda en desarrollo, se vean potenciadas: la búsqueda de reglas de política pública claras y confiables, el desarrollo de la industria digital, y un crecimiento económico sustentable. El mundo buscará países -para invertir y vivir- en los que la próxima pandemia mundial los encuentre menos vulnerables ante los principales desafíos globales. Para eso debemos trabajar y ser percibidos como tales. Como dijera el filósofo empirista irlandés, George Berkeley, Esse est percipi (ser es ser percibido). Las cosas solo existen cuando son percibidas.

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