Nicolás Albertoni
Nicolás Albertoni

Importante y urgente

Cuándo algo importante se transforma en urgente? Hace algunos años, esta pregunta me llevó a escribir un libro que me implicó casi dos años de investigación para entender el valor del tiempo en la política pública. Aquel trabajó se tituló Uruguay como solución.

Su inserción internacional: cuando lo importante se transforma en urgente (2019). Es un recorrido por el sentido y la importancia del tiempo en la vida de un país. Algo que hasta hoy me devela.

Por estos días, en un mundo aún en pandemia, con una guerra en marcha y con nuestro país zambullido por casi medio año en un clima electoral, volví a aquella interrogante. Pero esta vez simplemente por una razón: buscar demostrar que el valor del tiempo tiene su “ciencia” cuando se lo acerca al mundo de la política. Algunos incluso hablan de la “teoría del tiempo” en la adopción de decisiones. Como relato en el libro, uno de los que se interesó mucho sobre el valor del tiempo en la toma de decisiones políticas fue Dwight Eisenhower, presidente de los Estados Unidos entre 1953 y 1961. En un discurso pronunciado a los pocos meses de asumir como presidente, Eisenhower dice una frase que se transformaría después en un modelo estudiado por la administración: “tengo dos tipos de problemas, el urgente y el importante. Lo urgente no es importante, y lo importante nunca es urgente”.

Quienes utilizan el “principio de decisión de Eisenhower” evalúan las tareas usando los siguientes criterios: importantes, no importantes, urgentes, y no urgentes. Cada uno de estos criterios forma parte de un cuadrante que se conoce como la Matriz Eisenhower. El primer cuadrante se basa en aquellas cosas importantes y urgentes, y que tanto se deben resolver de forma inmediata y personal. No se debe esperar a que llegue la crisis para abordarlo. El segundo cuadrante dentro de la Matriz es el de los asuntos importantes, pero no urgentes; para estos es bueno tener una fecha de concreción y trabajar para ellos, pero no deben entorpecer aquellas tareas del primer cuadrante. El tercer cuadrante es sobre lo poco importante, pero urgente: actividades rutinarias que muchas veces se podrían delegar para concretarse.

Finalmente, están aquellas cosas que no son ni importantes ni urgentes. A estos temas también se los podría denominar “pérdida de tiempo”. Uruguay, unos años atrás, dedicó semanas al debate, en diferentes ámbitos, sobre el uso o no de la moña escolar en las escuelas, sobre si los abanderados en las escuelas se deben elegir por sus calificaciones o por votación popular, o sobre la posibilidad de permitir en las escuelas un lenguaje “inclusivo” y no binario. En su momento (allá por 2018) altos jerarcas de la educación se expresaron sobre estos temas.

Este tipo de debates no son malos en sí mismos. Pero se transforman en una “pérdida de tiempo” cuando consumen espacio y oportunidades en detrimento de otros debates que son centrales en la vida de un país. No podemos pretender que un gobernante deba estar siempre en cada uno de estos temas como muestra de diálogo. Se los vota para gobernar. El tiempo del debate, se da en campaña. Y para diálogo y la búsqueda de acuerdos está el parlamento, que da el marco y las garantías adecuadas en una democracia representativa como la del Uruguay.

Ahora que el proceso del referéndum ha concluido, debemos superar la electrolización y darnos el tiempo para mirar hacia adelante desde la acción. Ese tiempo que el gobierno, elegido por la mayoría de los uruguayos, tiene para gobernar y focalizarse en los temas importantes y urgentes. Más aún cuando el mundo empuja hacia una incertidumbre radical.

El país necesita reencauzar la agenda de los temas importantes, de forma urgente. Hay un gobierno decidido a avanzar con pilares claves: una mayor apertura al mundo para contribuir con un crecimiento sostenido y competitivo del país, una mayor calidad educativa para potenciar la innovación y los nuevos desafíos que presenta el mercado laboral, y una reforma previsional que pueda balancear de la mejor manera posible cobertura, suficiencia, sostenibilidad y equidad.

Gran parte de la razón del subdesarrollo se explica en que muchos gobiernos prefieren basar su gestión pensando en diagnósticos que expliquen la pobreza para poder “enfrentarla”, sin darse cuenta de que el foco pasa más por entender la razones detrás del progreso. El debate sobre el progreso implica moverse, tomar riesgos. El debate sobre el subdesarrollo es pasivo por naturaleza, implica -en gran medida- buscar culpables. Hoy tenemos un gobierno decidido a basar el debate en el desarrollo. Por eso es razonable que quienes prefieren el debate del subdesarrollo, hoy se sientan incómodos. No está en su matriz decidir sobre temas importantes y urgentes. Y cuando lo hacen, prefieren que lo resuelva un plenario.

Séneca tenía razón al decir que “no porque las cosas sean difíciles no nos atrevemos a hacerlas, sino porque no nos atrevemos son difíciles”.

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