Leonardo Guzmán
Leonardo Guzmán

Ucrania no está lejos

Las explosiones retumban en Kiev, Kharkiv y Odessa, los heridos se acumulan, los muertos pasan a la mortaja anónima de los números de guerra.

No faltan las explicaciones económicas de la invasión rusa. Fincan en que Ucrania tiene uranio, titanio, manganeso, hierro, mercurio, gas, carbón, industria y agricultura. Todo eso ha de figurar, sin duda, en el interés y la codicia de los hombres de negocios que rodean al Kremlin. Pero para declarar una guerra como ésta no basta. Hace falta algo más: ahogar los sentimientos y perderle asco al crimen.

Dando por desperdiciadas las muchas horas que entregó a su intento desesperado de paz, Macron definió con precisión cartesiana: “Putin optó claramente por romper sus compromisos: no respetó la palabra dada”. Sí, la opción es tan nítida que el amo del Kremlin aparece imperturbable, helado, ante la condena mundial. Reclama un dominio sobre Ucrania como el que impuso la URSS manejada por Vladimir Ilich Ulianof, que se hacía llamar Lenin, y por José Vizzirianovich Yugadsvili, que se hacia llamar Stalin.

Putin encarna un tipo psicológico -valga la expresión de Jung- que cuando se encarama en un gobierno arruina naciones enteras y amenaza a la humanidad por encima de distancias: se siente dueño de un poder omnímodo, se obsesiona con una idea fija y resuelve bestialidades, poseído y disparado por una meta salida de madre. Desquiciado por la paranoia, arremete en nombre de una causa y es insensible a las consecuencias.

Lo que hizo en estas horas el gobernante ruso entrando a tierras ucranianas afines es lo mismo que perpetró Adolfo Hitler cuando, arguyendo que en Austria se hablaba alemán y la cultura era germánica, impuso el Anschluss -la unión y anexión- y convirtió a Österreich en una provincia del III Reich, que ya estaba presa del nazismo. Eso sucedió en un trágico 12 de marzo de 1938. Después de esa infamia, siguió habiendo ilusos que creyeron que iban a apaciguar a Hitler. Sus intentos terminaron en la fosa común del fracaso: aquella salvajada preludiaba a la Segunda Guerra Mundial. Tolerarla fue un error garrafal.

La ambición de Putin tiene algo de la mitológica megalomanía de Pedro el Grande, que cuatro siglos atrás buscaba salir al Mar Negro y adueñarse del Báltico y Escandinavia. Como una moira, inspiró los esfuerzos imperiales de los gobiernos rusos zaristas, después comunistas y ahora capitalistas.

Con el corazón apretado, hoy solo podemos desear que este cuadro de insolencia moral no haga escuela.

La Primera Guerra Mundial llegaba al mundo entero por telegramas y se conoció por los diarios. La Conflagración II se seguía por la radio, con la magia y el fading de la onda corta, y por los cines que proyectaban en blanco y negro los noticieros y los comentarios de Atalaya de la BBC de Londres. Las guerras localizadas que hasta hoy salpican la paz prometida por las Naciones Unidas y atropellada cada pocos meses y hasta a diario, han llegado cada vez más por imágenes vívidas que invaden por igual los plasmas y los celulares.

Cualquiera sea el envase informativo, para el Uruguay como República ninguna guerra estuvo lejos. Para el Uruguay como sensibilidad, ninguna guerra puede serle indiferente. Para el Uruguay como actitud, canalladas como ésta deben moverlo a redoblar su lucha por el Derecho, en el atrio mundial ensangrentado y en el hogar común que debemos amar y preservar.

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