Leonardo Guzmán
Leonardo Guzmán

Perennidad de Piero

Dos muertos por balazos, uno de Nacional y otro de Peñarol. Enseguida, un jugador transporta una pistola 9 mm. para entregarla en el estadio de Maldonado a un supuesto desconocido, barrabrava por únicas señas.

 Tras lo cual, surca las ondas de una radio la transmisión sin pudor de los estertores íntimos de una denunciada violación múltiple.

Nada de eso es del Uruguay de los 50 al que venía Pierino Gamba, el niño prodigio que dirigía en el teatro Artigas la orquesta sinfónica de AUDEM.

En los 50, el fútbol podía tener pasión y aparejar piñas y botellazos, pero no crímenes ni asociaciones para delinquir. Era un deporte leal, al que no entraban negocios turbios: la Asociación Uruguaya de Fútbol era presidida por don César Batlle Pacheco, incorruptible. En la radio no había obscenidades y no hacían falta para captar audiencia, porque nos educaban charlistas como Wimpi, Alejandro Casona o Caballero Soriano y editorialistas como Justino Jiméndez de Aréchaga y Juan Carlos Patrón, que no explotaban morbos y elevaban el alma.

De Pierino Gamba se comentaba todo: desde su pantalón verde de pana italiana hasta la sospecha de que fuera pura mímica. La inolvidable Amilidia Botta de Cotelo Freire nos hizo entender en el liceo lo que había de serio detrás de la música culta y lo que había de valioso en la interpretación de un chico que apenas atravesaba la puericia, enseñándonos la lista de niños concertistas y compositores. Para eso estaba la clase de Cultura Musical, que era parte de un Uruguay que quería ser educado, culto y progresista. Que se comparaba con lo más avanzado de Europa y no con lo más atrasado y desvergonzado de América.

En aquel país el 16 de julio de 1950 gritamos el gol de Ghiggia sintiendo auténticamente que “¡Uruguay pa’todo el mundo!” era verdad e iba a ser responsabilidad nacional.

Pierino-espectáculo devino Piero Gamba. Director. Volvió incontables veces al Uruguay. Su temperamento calaba entre lo romántico y lo clásico. Sus versiones de Beethoven no se nos borrarán de la memoria. Tampoco olvidaremos su esfuerzo por llevar a Tchaikovsky al Parque Rodó, incluyendo cañones en la Obertura 1812.

En medio de las brutalidades del menú con que nos intoxicamos cada día, se coló la noticia de que murió en Nueva York, retirado con la modestia que acompaña a los cultores del arte que no se dedican al negocio del arte. Que le deje paz en su tumba la certidumbre de que fue dignísimo portador de una inmortalidad: la música.

En su Italia natal, en el mundo y también en el Uruguay, se contagió la idea de que no hay que estudiar más que lo utilitario. Baje horas o voltee música, filosofía, literatura. No explique lo clásico. Y con eso se forma no solo sensibilidades mochas, sino mentes empobrecidas que le achican el horizonte a su profesión y a su vida.

Como un símbolo, al irse Piero Gamba para siempre de gira, en el Estadio Centenario de su amado Uruguay un conjunto de la Sinfónica Juvenil dirigida por Ariel Britos hizo resonar el Himno Nacional antes de un partido que ganamos. Es que hay legión de jóvenes en que palpita el eterno sueño que encarnó Pierino.

Eso debe llenarnos de esperanzas, tras aprender que sin las armonías del sentimiento artístico se empobrece la ciencia, se corrompe la lógica y se emponzoña la convivencia, ya que cuando retrocede “l’anima, lo spirito” los ideales se nos eclipsan.

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