Leonardo Guzmán
Leonardo Guzmán

Números y espíritu

Leo ayer en El País: “La economía se recupera y pasa el nivel prepandemia. En el cuarto trimestre de 2021 el PIB creció 5,9% interanual.”

El salto que hemos dado ha sido enorme. Véase. 2020 cerró con crecimiento negativo de -5,859%. La pandemia hizo su obra, pero ya veníamos en bajada: en 2017, a gatas habíamos aumentado el PIB un 1,628%; en 2018, 0,478%; y en 2019. todavía menos: 0,39%. Veníamos ya de un lustro Vázquez en picada y el covid nos desbarrancó. Y sin embargo, terminamos 2021 en recuperación.

El aplauso entusiasta de hoy lo vivimos en paralelo con el indeleble recuerdo de la crisis de 2002. Veníamos de tres años de contracción y nos atropellaron las quiebras bancarias. El ejercicio se cerró con el PIB en un deplorable retroceso de -7,732%, pero en seguida revertimos la tendencia: en 2003, crecimos un 0,805% módico pero positivo; en 2004, saltamos a 5,004%; y fue con ese envión que el FArecibió el gobierno y concluyó 2005 con un crecimiento de 7,46%.

Estos números, recogidos del Banco Mundial, esquematizan mucho más que el PIB. Reflejan un modo de responder a lo imprevisto y de pararse ante lo insólito.

En 2002, el Frente Amplio le exigió al Presidente de la República que el Uruguay se declarase en default, igual que la Argentina peronista. Jorge Batlle, rotundo, se negó. Trabajó, gestionó y hasta maltrató al Director alemán del FMI. Refinanció, puso orden y en 2005 entregó el país en ascenso.

En 2020, el mismo Frente Amplio le impetró al gobierno que copiase a los Fernández-Kirchner y nos encerrara. Lacalle Pou se rodeó de científicos; y por cabeza y sentimientos propios, confesando sus perplejidades, en vez de imponer una cuarentena nos llamó a vivir en libertad responsable. Gracias a ello, ya florecemos.

Los episodios deberían despertarnos para siempre. Remontadas así son mucho más que hechos económicos: implican actitudes del espíritu, por amalgama de inteligencia, voluntad y ahínco.

Desgraciadamente, de eso no se habla. No se enseña en las aulas ni se predica desde los partidos. A lo sumo, se reconoce el acierto de los conductores que nos sacaron adelante por actos de libertad creadora. Pero una vez logrado el prodigio, pasa a tenérselo por un hecho mecánico, en vez de rendir homenaje a la grandeza de espíritu con que se marcaron grandes jalones de nuestra identidad.

Con ese silencio, seguimos alimentando el materialismo ramplón e impersonal que lleva a pensar que la economía -y con ella, todo lo importante de la vida, empezando por la cultura- se desarrolla como un hecho social ajeno y no como un drama valorativo en que las personas y los pueblos proyectamos ambiciones y sueños.

Éxitos de enorme magnitud se miden en cifras sin sopesar que -igual que todos los éxitos privados- se incuban en principios, insomnios y entereza de la voluntad: es decir, en filosofías que se angustian por encarnar ideales. Para repasar las grandes concepciones admirando lo ejemplar, faltan espacio y ganas. Con ello, perdemos el hábito de aquilatar hombres de Estado, diferenciándolos en la escala política, donde, a su vez, hay que distinguir pensadores de los que sólo tienen cargo y labia.

La República debe asentarse en la reflexión e inspirarse en los gestos con grandeza, si quiere realzarse en las convicciones de sus ciudadanos y no degradarse en clientelismo y aturdimiento por charanga.

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