Leonardo Guzmán
Leonardo Guzmán

Más que un jurista

Murió Juan Pablo Cajarville Peluffo, Profesor Emérito de la Universidad de la República, cultor del Derecho Administrativo en sus raíces constitucionales y, más allá aun, en sus genes en la persona y la filosofía de vida.

Lo conocí estudiante, ya con personalidad inconfundible. Lo tengo retratado en la retina, al fondo del aula de Derecho Procesal. Después, lo reencontré abogado y docente. Lo escuché y leí, él siempre enseñando. Lo reencontré ya retirado, en familia, pero siempre vibrando con el Derecho.

Su vida dio feliz prueba de que en el Uruguay no se extingue la raza de quienes enseñan el Derecho en cuerpo y alma ni el ejemplo de quienes se ocupan de la vida pública sin ambicionar el poder.

Cajarville renunció a la docencia en 2008 porque -según dijo en carta inolvidable- “el nivel de la enseñanza ha descendido hasta tal punto que, salvo contadísimas excepciones de algunos estudiantes que por ventura aparecen, pero muy raramente, las clases deben necesariamente limitarse a una mecánica repetición de conceptos cada vez más elementales”. Tenía razón. Catorce años después, el desnivel se nota y se sufre en la caída cultural de los contextos del Derecho, en el vaciamiento conceptual, en la falta de vibración normativa del país entero por debilidad de la convocatoria jurídica.

Cuatro años después de aquella dimisión, en 2012, el Dr. Cajarville, en conferencia que pronunció ante los Ministros del Tribunal de lo Contencioso Administrativo y el Procurador del Estado, denunció que “A través de construcciones doctrinales y jurisprudenciales muy alambicadas sobre los requisitos y las características procesales atribuidas a las acciones que la Constitución prevé como protección frente a la acción del Estado, hemos llegado a una situación en que nosotros, cada uno de nosotros como individuos, nos encontramos desamparados, sin protección jurisdiccional, frente a los atentados que puedan consumarse contra el orden que la Constitución consagra.”

También en esto tenía razón. Tanta, que diez años después el mal se ha extendido. Se ha tornado inextricable el proceso penal, se superpusieron normas sexistas, se declaró obligatoria una “perspectiva” y hasta se discute si está vigente o no el delito de violación…

Aprobando por pujos leyes civiles y penales, se atiza la desconexión y se entierra el alma y la técnica de la codificación. Con lo cual “hemos llegado a una situación” de inseguridad jurídica, no por la voluntad de un dictador sino por el empobrecimiento colectivo de las ideas a partir de las cuales vivimos.

Ahora bien: el Derecho no madura en normas para iniciados que puedan interpretarlo ante una ciudadanía cruzada de brazos. Solo fructifica en el común de los mortales, necesitados de sentirlo, entenderlo y vivirlo sin recovecos y con fuerza racional para castigar radicalmente las atrocidades hoy crecientes. El Derecho es asunto de vida republicana y opinión libre y diligente, no disciplinada y dirigida.

Cajarville encarnó la tradición de Justino Jiménez de Aréchaga, Eduardo J. Couture, Antonio M. Grompone y Alberto Ramón Real. Como ellos, fijó principios generales con los cuales construir sistemas no cerrados, sino abiertos a lo nuevo sin perder la brújula, leyendo en la Constitución el gran pacto civil por lo que vendrá.

Al despedirlo, sentimos que nos resuena Unamuno clamando por gloria y no paz, para los ideales sin tiempo por los cuales vale la pena combatir hasta con los huesos.

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