Leonardo Guzmán
Leonardo Guzmán

El filósofo y el Derecho

En vacaciones puntaesteñas, unos desalmados le dieron una pa-liza a un vecino de 19 años. Arguyeron que por la pinta era un ladrón. Ignoraron que la golpiza era injustificable aun si hubiera robado.

No sabían que la víctima es hijo de Pablo Romero García, destacado profesor de Filosofía que recorre las alturas de los conceptos, sin dejar de tener los pies en la Tierra para la cual sueña y educa.

No imaginaron que ese ciudadano iba a denunciar, a impulsar la indagación y a afrontar con su familia todos los sinsabores de los trámites penales.

El docente del aula y el micrófono irguió su actitud. No se resignó, no se calló, no se consoló con que si el hijo había salido vivo, bastaba. Por amor de padre, dignidad, impulso, reflexión ciudadana o por todo eso junto, aplicó en su vida práctica el imperativo categórico de Kant: obrar de tal modo que la máxima que inspire tu conducta pueda convertirse en regla universal.

En el aula grande de la vida a todo viento, este docente volvió a enseñarnos que hay sentimientos y deberes incondicionados. En un país en que la persona juega al achique, ¿cuánto vale eso?

En la violación de los derechos del hijo, el profesor Romero se topó con el Derecho todo. Con la fama de inútil que le hicieron a la filosofía, no habrá faltado quien murmurase: “A ese soñador le cayó un baño de realidad”. Pero como filosofar es afinarse en sentir, pensar y obrar sobre la realidad precisamente, este encuentro de la filosofía con el Derecho no es otra cosa que la resurrección perpetua de las raíces normativas, que no están en grandes tratados sino en grandes sufrimientos que denunciaron la literatura y la filosofía y que todos los días revive mucha gente que, sin libros, se angustia por los porqués de las desgracias jurídicas y suplica remedios legales.

En nuestro país se contagiaron actitudes indolentes y desaprensivas -cínicas-, sin interés en la profundidad ni la armonía de las respuestas. Aflojamos la cincha de lo que debe ser, mucho antes de llegar a los tecnicismos del Derecho. Debilitamos a la vez la lógica y la capacidad de decisión. Por ese camino, bajamos la guardia respecto a nuestros derechos sustanciales y nos dimos por contentos con que los procedimientos parecieran garantidos por una notificación o una aplicación informática, aun cuando el conjunto perdiera las raíces culturales, afectivas y filosóficas que son el humus desde el cual, con lucha y con mártires, se construyó el Derecho.

Y logró instaurarse la Justicia como poder independiente, encargado de decir la norma precisa para cada caso concreto, en sístole y diástole entre lo abstracto de la ley y los datos de cada situación particular.

Ese servicio del Poder Judicial, cuya nobleza nos singulariza en América, en estas horas ha salido en los diarios por episodios grotescos, que más que evidenciar fallas jurídicas, patentizan cuánto hemos retrocedido en cultura, doctrina de la persona y vínculo del pensamiento y la voluntad.

En “El Espíritu del Derecho Romano” el insigne Rudolf von Ihering escribió: “Por eminentes que sean las cualidades intelectuales de un pueblo, si le faltan la fuerza moral, la energía y la perseverancia, en ese pueblo jamás podrá prosperar el Derecho.”

Espoleados todos los días por injusticias a combatir, sabiendo que nos cruje todo el Derecho, el lejano Ihering y el cercano Romero claman juntos para que no nos crucemos de brazos.

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