Leonardo Guzmán
Leonardo Guzmán

Derecho por filamentos

Sin polémica política, el presidente de la Suprema Corte de Justicia rechazó la afirmación de Fernando Pereira según la cual “no se profundiza” en abusos policiales porque los denuncian los “hijos de pobres”.

 El Dr. John Pérez replicó: “Niego terminantemente que haya una justicia para pobres y otra para ricos.” Agregó: “La Justicia es igual para todos. Podrá marchar mejor o peor… pero es igual para todos”. Consideró que lo dicho por el Presidente del Frente Amplio “es agraviante para la Justicia”, “es un agravio a funcionarios que se desviven todos los días, en todos los lugares de la República, para atender a la gente”.

Bien dicho. Los principios hay que defenderlos. No hay que darlos por sentados. El silencio los marchita y aniquila.

Que “la Justicia penal es para los pobres” fue un refrán hasta mediados del siglo pasado. Pero desde los años 60, los hechos evidenciaron que nuestra Justicia no era ni es clasista. Los Juzgados de entonces -casonas de Canelones casi Río Negro- vieron desfilar a comerciantes y profesores consagrados, algunos de los cuales marcharon a la cárcel por causas como Cuopar, Banco Transatlántico, Banco Regional, Banco Mercantil… Y desde entonces hasta hoy, la nómina ha incluido hasta Vicepresidente de la República y Directores del BROU, sin que las puertas carcelarias parezcan cerradas a nadie.

En el Uruguay, la igualdad legal ante la Justicia no es un ideal abstracto: es una realidad concreta. Gran parte de los Jueces provienen de familias muy modestas. A su vez, la leyenda según la cual los abogados más caros o más lustrosos logran milagros que no consiguen los que cobran menos, es desmentida por los éxitos que premian la dedicación de muchos Defensores de Oficio y por la multitud de colegas que asumen la función de defender con modestia pero grandeza, por sentir que su tarea no es un mero ganapán y saber que ella convoca lo más profundo del encuentro persona a persona.

El Derecho no se hace por opulencias del gesto ni acrobacias del lenguaje. No se constriñe a argumentación, como se puso de moda enseñar, ni se reduce al pronóstico de lo que puedan resolver los tribunales, como proclama cierto realismo cínico acuñado en el hemisferio norte. El Derecho se edifica por una reflexión constante que traspasa los opuestos, concilia lo contradictorio y coloca igualdad por encima de clases sociales y de quién es quién. Esa reflexión se hace por filamentos íntimos de juristas y hasta no juristas. Y eso hay que fortalecerlo por dentro y no torpedearlo desde afuera.

Que tropezamos todos los días con imperfecciones, claro que sí. Pero solo con anteojeras de clasismo puede atribuirse a la Magistratura nacional pereza ante las denuncias de los desvalidos, tan luego en una época que la Fiscalía General de la Nación acumula cientos de denuncias penales que duermen sin trámite porque esperan que se designe quién habrá de indagarlas, sin distinguir denunciantes pudientes o pobres.

Fallas hay, no solo en el Poder Judicial sino en todos los agonistas del Derecho Público y Privado. En gran parte las provoca la caída cultural que nos debilitó colectivamente.

Pero eso debemos corregirlo batallando por esclarecer y realizar la esencia del Derecho, en vez de sembrar a su derredor cizaña de clase para cuestionarle su rectoría, tan luego en un pueblo que, por conciencia histórica, sabe que solo resolverá sus males si recupera la sabiduría normativa que otrora lo engrandeció y le dio identidad.

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