Leonardo Guzmán
Leonardo Guzmán

Tiempo del ciudadano

El senador Mario Bergara presentó un proyecto de ley que procura aumentar el contralor de las armas y bajar su tenencia en manos privadas.

Los detalles que han trascendido pueden ser discutidos y seguramente serán modificados. Sabemos que en el tema caben distinciones: las armas defensivas son legítimas y necesarias en determinados lugares y tareas, por lo cual habrá que afinar múltiples puntos. Pero ninguna reserva jurídica y ningún partidismo político debe apartarnos de lo esencial: todos debemos compartir el ansia de que en el Uruguay haya las menos armas posibles y retroceda la criminalidad.

El senador Manini Ríos denuncia con crudeza las pérdidas que viene irrogándole a nuestra UTE la obligación de comprarle a los privados, pagándoles precio inamovible, una energía eólica que no necesita. El hecho duele en el bolsillo de la República y, además, duele por el error garrafal que patentiza. Ninguna militancia a favor de los anteriores gobiernos debe afectar la consciencia de que así no corresponde administrar las empresas públicas.

Uno no votó a ninguno de los dos nombrados, pero, sobre temas de interés general, donde los hechos gritan y los valores son inconfundibles, no hace falta ser correligionario para concordar. Una militancia ciega, admiradora de totalitarismos, se ha acostumbrado a repetir consignas rígidas para cavar zanjas y levantar muros en busca de marcar diferencia y hacer cosecha electoral. Pero eso no es propio de una República fundada en la libertad, la reflexión y la pasión por lo verdadero y razonable.

Al fin de cuentas, tras alternar los tres grandes lemas en la gestión de gobierno, ¿quién no ha coincidido más de una vez con propuestas de aquel por quien no sufragó? En esa materia tenemos tradición histórica: salimos de las guerras civiles en 1904, y en solo 12 años llegó el Uruguay a generar la Constitución de 1918, merced a que la ciudadanía se ejercitó en la sístole de polemizar con reciedumbre y en la diástole de coincidir con lealtad, con lo cual le dio a la República el orgullo de un corazón sano y fuerte.

Retomar ese camino es imperioso, sobre todo ahora que se nos acumulan temas ante los cuales lo mejor es abordarlos en examen libre y abierto y lo peor sería dejarse contagiar por los dogmas ideológicos o dejarse arrastrar por el grito enardecido de los que siendo pocos pretenden clamar en nombre de todos.

En la agenda tenemos desde la seguridad social a la eutanasia, desde la isla artificial al puerto en el dique Mauá, desde la debilidad de los partidos a la impotencia y la perplejidad del ciudadano. A ello se suman las oleadas de visiones unilaterales que importamos de lejos y cerca en un mundo cada vez menos orientado y un cúmulo de angustias por criminalidad, educación, salud y empleo.

A semejante carga no puede respondérsele con la cerrazón de las cabezas, que en estos días llega a verdaderos colmos cuando a las falsedades en que incurrieron ciertos dirigentes de Fenapes, se les responde desprestigiando a la Comisión que las descubrió; o cuando al indignado reclamo del diputado Lust Hitta contra el sistema procesal que acuerda 12 meses de prisión domiciliaria a traficantes de 423 kilos de drogas, el ex Fiscal de Corte no le contesta con razones sino con un insulto. Por ahí no se llega a nada bueno.

No es hora de recocinarse cada uno en su propia salsa. Es tiempo de reconstruir el diálogo antes y más allá de las cúpulas. Es hora de erguirnos como personas o volver a caer tobogán abajo.

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