Leonardo Guzmán
Leonardo Guzmán

Cifras y ánimos

En el último día del año, es natural que tengamos balances, estimaciones y proyecciones.

En octubre el Banco Central apreciaba que se había consolidado la recuperación y preveía que en el año entero el Producto Interno Bruto no iba a llegar al 3,5% proyectado, pero iba a rondar un honroso 3,4%. Ahora los economistas calculan que crecimos 4% o algo más. El resultado superó a diagnósticos y pronósticos.

En los últimos meses el Uruguay se tonificó por retoma del trabajo, impulso exportador, buenos precios, coyuntura favorable… Sin alharaca y sin encerrarnos, el gobierno frenó al covid. En múltiples sectores, se da un balance positivo y esperanzado. Rezagados hay muchos, cierres y “Se alquila” también. Pero en números generales este fin de año es sensiblemente mejor que el de 2020. Habilita a proyectar. Nos restituye algo del antiguo orgullo de mantener nosotros un país con más seguridad institucional, jurídica y política que la que notamos en el vecindario.

Y sin embargo, nada de eso debe bastarnos, por cuanto nuestros problemas desbordan con mucho lo económico y lo sanitario. Hemos acumulado toda clase de retrocesos culturales. Hemos generado una masa inerte, ineducada y sin recursos para abrirse paso en la vida. Peor aun: hemos vaciado de línea rectora y de idealidad a la vida pública y aun a la formación universitaria, reducida al aprendizaje de protocolos y empobrecida de inspiración y entusiasmo.

Cuando la palabra “desarrollo” sustituyó a la palabra “progreso”, en el camino perdimos nociones indispensables, como pujanza y brío. Cuando nos acostumbramos a desconfiar del “voluntarismo” como si fuera un vicio y dejamos de ensalzar a la voluntad como la virtud que es, debilitamos el proyecto personal que inculcamos a las nuevas generaciones. Cuando dejamos de convocar la parte alta y señorial de cada uno y aceptamos callados que se homogeneizara a todos en la voz locativa “vecino” en vez distinguir hasta en el más humilde lo que tiene de “señor”, rebajamos al prójimo y nos redujimos nosotros mismos.

Cuando en la puja política se convalidó la mentira y la calumnia cruzadas con la indiferencia ante el mal, cuando abandonamos el hábito de sostener polémicas de alta doctrina, cuando nos allanamos a perder garantías en el proceso penal, permitiendo que la precisión típica y la imperatividad incondicionada del castigo al crimen se baje del pedestal de la Justicia y chapotee en el barro de negociaciones inicuas, le sacamos el alma al Derecho como lenguaje normativo de la civilidad moral, que es lo que en definitiva debe ser.

Hoy la buena cosecha de un gobierno serio, trabajador y gestionado a plena luz nos permite recoger resultados materiales plausibles. Es para regocijarse. Pero insistimos: no alcanza, por cuanto nos tenacean problemas que no son del PIB ni se miden en números. Son cuestiones conceptuales, que tienen que ver con las actitudes de base de una nación que transó con el cálculo de probabilidades de corto plazo y se rindió al determinismo sociológico y analítico, en vez de expandir el espíritu de lucha.

Porque todo eso es así, permítasenos desear que en 2022 el Uruguay, como enseñó Kipling, aprenda a “llenar el minuto despiadado con el valor de 60 segundos de distancia recorrida”.

Y toléresenos que insistamos: eso depende de la conciencia que sepamos despertar.

¡Feliz Año Nuevo para todos! ¡También para los desheredados de la fortuna!

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