Isabelle Chaquiriand
Isabelle Chaquiriand

El síndrome Sanna Marin

La semana pasada, la primera ministra de Finlandia se vio envuelta en un escándalo al filtrarse un video de una fiesta privada a la que asistió junto a amigos.

El video, claramente filmado por ellos mismos como parte de la diversión, en el que se la ve bailando y divirtiéndose, dio vuelta al mundo desencadenando un debate sobre su comportamiento, sobre si un cargo de este tipo tiene derecho a hacer fiestas en su tiempo libre, ¿cuánto alcohol había tomado? ¿estaba lo suficientemente sobria como para manejar una emergencia en caso de ocurrir?, ¿había consumido drogas? Todo esto en el contexto de la guerra de Rusia contra Ucrania, que llevó a Finlandia y a Suecia a solicitar su incorporación a la OTAN ante la amenaza. El escándalo llegó a tal punto que se vio obligada a someterse a una prueba de drogas para demostrar que no las había consumido.

Marin es la primera mandataria de su país desde diciembre de 2019 y, a sus 34 años, se convitrió en la persona más joven en ocupar ese cargo en la historia. Recibió elogios a nivel internacional por su gestión de la pandemia y ahora de la guerra, manteniéndose firme con Rusia lo que llevó a los medios de comunicación de ese país a ser extremadamente duros con ella. Es hija de una pareja de mujeres homosexuales, está casada y tiene una hija de 4 años. Y, además, es sumamente atractiva.

A primer golpe de vista el debate público se centra en el “deber ser” de políticos respetables y que inspiren confianza versus aceptar que los mandatarios tienen vida privada y derecho a divertirse, incluso que es saludable que lo hagan. También cuestionan su juicio de valor por no controlarse en compañía de personas que resultaron no ser confiables y que filtraron el video de la fiesta, poniendo en riesgo temas de seguridad nacional. Otros le asignan una buena cuota de sexismo al asunto.

Es posible que el hecho de que sea mujer, joven y extremadamente bella potencie este debate moralista. Pero el origen del asunto está en un conflicto generacional antes que en el de género, no muy diferente al ruido que se genera cada vez que a Lacalle Pou se lo ve surfeando en la playa. Estamos en un momento donde los cambios generacionales son enormes en poco tiempo, lo que nos lleva a la convivencia entre los X, Y, Z, millenials, centennials y demás, siendo todos adultos pensantes y opinantes. Pero también donde ninguna generación tiene verdadero poder sobre la otra, sino que cada una de ellas ostenta un poder, una susceptibilidad y una vulnerabilidad distinta sobre la otra.

Es precisamente esa multiplicidad lo que a menudo hace difícil plantear los conflictos en términos de aciertos o errores. En ese río revuelto, ser mujer, joven y atractiva puede ser una vulnerabilidad, pero también una enorme fuente de poder que hasta ahora Sanna lo ha sabido usar muy bien para llegar a la cima: en estos tiempos es políticamente correcto tener una candidata como ella, muestra renovación y modernidad. Pero luego, al llegar al poder, se requiere surfear (nunca mejor dicho) con esta pluralidad de visiones, ideales y demandas del deber ser que conviven con exigencias de renovación y modernidad.

La prueba de fuego del liderazgo de estos tiempos es cómo se gestionen este tipo de situaciones. Y la madurez de la sociedad, en cómo las resolvamos.

Reportar error
Enviado
Error
Reportar error
Temas relacionados