Isabelle Chaquiriand
Isabelle Chaquiriand

La psicología del poder

En 1513 Nicolás Maquiavelo, filósofo y escritor italiano, escribió “El Príncipe”, un tratado de doctrina política que lo llevó a ser considerado el padre de la Ciencia Política moderna.

Aunque nunca lo dijo, se le atribuye la frase “el fin justifica los medios” que resume muchas de las ideas de su obra.

Lo que Maquiavelo propone es el cuestionable relativismo moral, la creencia de que tienen igual legitimidad, importancia y peso todas las opiniones morales y éticas con independencia de quién, cómo, cuándo y dónde se expresen; por lo tanto “lo bueno” y “lo malo” es relativo.

Con el paso de los años, las diferentes teorías de su pensamiento se han convertido en una guía para todos los que tienen (o aspiran) a manejar el poder. En un pasaje por una librería podemos encontrarnos con: “Maquiavelo para managers”,“La mentalidad Maquiavelo: cómo conquistar a tus enemigos y conseguir los objetivos”, entre otros.

¿Es ficción o es cierto que hay que mentir y engañar para alcanzar y conservar el poder? La historia no ayuda a la antítesis de la teoría: miramos un poco alrededor y parecería que, inevitablemente, el poder corrompe. Por eso la cuarta temporada de Borgen, tan criticada, es la más realista. Muestra cómo la heroína perfecta de las primeras temporadas, a la larga, tiene que lidiar con los demonios que genera el poder en el largo plazo.

En la década del ‘90 Dacher Keltner profundizó en la psicología del poder y llegó a dos conclusiones: cuando se trata de nombrar a un nuevo líder, los más amables y empáticos son los elegidos. Pero una vez que están en el poder, el comportamiento es muy distinto. Lo llamó “la paradoja del poder”: la gente elige como líderes personas modestas y empáticas, pero una vez en la cima, se les sube el poder a la cabeza. El poder tiende a influir en las personas afectando sus pensamientos y la forma en que procesan la información. Investigaciones han demostrado que las personas en posiciones de relativo poder piensan en términos más abstractos, procesan la información de manera simplificada, son más estrictas en la forma en que juzgan a los demás y es menos probable que consideren las perspectivas de otras personas. También lleva a tener más confianza en sus decisiones y minimizar los impedimentos percibidos para sus objetivos. Como decía Hannah Arendt, “la debilidad del argumento del mal menor ha sido siempre que los que escogieron el mal menor olvidan muy rápido que han escogido el mal”.

Es decir, el poder parece funcionar como una especie de droga con efectos secundarios. Por supuesto que hay excepciones, no es una regla general, hay infinidad de personas que han tenido mucho poder y lo han sabido usar de forma correcta. Pero sería iluso ignorar que podemos llegar a cambiar una vez en la cima.

¿De qué depende que no pase? En reconocer que más allá de los conocimientos técnicos, la experiencia y las habilidades, hay que tener fortaleza emocional y moral para manejar el poder. No olvidarse nunca que todo poder sin la autoridad que lo valide, no tiene fundamento. Y, sobre todo, nunca olvidar que nos puede pasar. No creernos inmunes.

Para eso, siempre hay que rodearse de aquellos que estén dispuestos a darnos un buen aterrizaje si es que en algún momento la cabeza pierde los pies en la tierra.

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