Isabelle Chaquiriand
Isabelle Chaquiriand

Hablemos de virtualidad

Soy de la generación que nació sin internet ni celular. “La Red”, aquella película con Sandra Bullock donde a una mujer que teletrabaja y tiene escaso contacto con el mundo exterior, le roban la identidad a través de sistemas informáticos, era ciencia ficción.

Ya es sabido, la pandemia nos llevó a un mundo a través de zoom que ahora es difícil de revertir. Cuál es la mejor ecuación entre presencialidad y virtualidad es la discusión de foros empresariales, almuerzos de amigos y conversaciones de pasillo de todos los trabajos y centros de estudio. Pero la respuesta no parece estar del todo clara.

La historia quizás nos ayude un poco. En la evolución de la sociedad, todos los años se descubren cosas nuevas sobre los neandertales. Eran sumamente inteligentes: sabían cocinar, manejaban el fuego, fabricaban ropa y joyas, creaban música y pinturas, herramientas e incluso se cree que de ellos heredamos la costumbre de enterrar a los muertos. ¿Por qué se extinguieron si eran tan inteligentes, habiendo sobrevivido a más de doscientos mil años en todo tipo de circunstancias? Porque apareció el homo sapiens, que no era más fuerte, ni más valiente, ni más inteligente.

Rutger Gregman en su libro “Dignos de ser humanos” se cuestiona qué es lo que hace único al ser humano, al homo sapiens. “¿Por qué somos nosotros los que construimos museos y los neandertales los que están expuestos en las vitrinas?”. Y la respuesta es muy simple: la diferencia está en el aprendizaje social. Es decir, la capacidad de aprender algo de los demás. Ese es el secreto del éxito del ser humano, según el autor. En un estudio que compara a los chimpancés, los orangutanes y los humanos de 2 y 3 años, no hay grandes diferencias en los resultados de inteligencia espacial, cálculo o causalidad. La enorme diferencia está en la capacidad de los humanos de aprender algo de otro individuo. Estamos hechos para aprender, establecer contactos sociales y jugar. De ahí que hayamos desarrollado determinadas características físicas como la capacidad de ruborizarnos, una reacción puramente social; lo blanco del ojo, lo que permite seguir la mirada del otro, cosa que no tienen los demás primates; y la desaparición del arco de las cejas prominente, lo que nos da movilidad y expresividad (cara de enojo, sorpresa, entre otros). Somos una vidriera de emociones solo con nuestra cara, para interactuar mejor.

Los neandertales tenían el cerebro más grande, pero su capacidad colectiva era muy inferior. De a uno, eran más inteligentes. Pero, “si ellos eran un ordenador moderno con un procesador ultrarrápido, nosotros somos un PC barato… pero con wifi”, dice Gregman. Estamos mejor conectados. Por eso el homo sapiens sobrevivió mejor, porque sabe colaborar más y mejor.

Lo que nos hace puramente humanos es la necesidad de contacto, de compañía e interacción con otros individuos, porque es lo que nos hace sobrevivir a largo plazo. Por más que nos cueste romper la barrera de la pereza inicial de sacarnos las pantuflas y salir de la casa. Como dice Bregman “nuestra esencia precisa de contacto de la misma forma que nuestro cuerpo necesita comida”. Bienvenida la virtualidad, pero no olvidemos nunca lo que nos hace puramente humanos.

Reportar error
Enviado
Error
Reportar error
Temas relacionados