Isabelle Chaquiriand
Isabelle Chaquiriand

Embajador de esperanza

Por estos días se está conmemorando el aniversario del accidente de los Andes, hecho histórico que sigue inspirando al mundo entero por el milagro y tragedia al mismo tiempo, acontecido hace 50 años.

Más allá de lo conocido por todos, por cosas de la vida me ha tocado conocer un poco más a uno de sus sobrevivientes.

Roberto se hizo famoso por ser uno de los dos que salieron caminando en búsqueda del rescate. Porque se volvió un prestigioso cardiólogo infantil a nivel mundial. Pero, sobre todo, por su carisma. Al conocerlo es inevitable asociarlo al episodio de los Andes, pero no es raro que uno se olvide del tema un rato después de estar con él.

Es de esos personajes que cuando entra a un lugar, no pasa desapercibido. Con su pelo blanco plateado, cuerpo y modo de rugbista, siempre camina con paso rápido como si no quisiera perder el tiempo. Histriónico por naturaleza, no tiene filtro entre su cerebro y su boca e hilvana un tema con otro a una velocidad que el común de los mortales no podemos seguir. Siempre dice lo primero que se le cruza por la mente, en cualquier lugar y circunstancia con total impunidad. No porque no lo pueda controlar, sino porque, como buen ecocardiografista, le gusta ver cómo reacciona el otro para analizarlo.

Siempre sale de lo convencional. No es raro verlo con lentes de los colores más inverosímiles que uno puede encontrar. Porque suele perderlos y un día le robó los suyos a Lauri, su eterna novia y esposa, y descubrió al entrar al CTI que hizo reír un rato a las enfermeras. Entonces lo adoptó como costumbre para alegrar a aquellos que precisan sorprenderse con su propia sonrisa.

Es habitual verlo involucrado en varios proyectos de diverso tipo al mismo tiempo y a todos les pone una energía arrolladora. Pero todos tienen algo en común: hacer de este mundo un lugar un poco mejor. Siempre está presentando a alguien con alguien, porque “tenés que hablar con él” y así va armando una red de personas que termina siendo contención en lo operativo y en lo emocional.

“Que el límite te lo ponga la montaña, no te lo pongas tú”, suele decir. Tanto es así que no es raro recibir llamados del tipo “¿Cómo estás, Elizabeth? Acá estoy en Houston con un médico que inventó un ventrículo artificial, pero le faltan 40 millones de dólares para terminarlo y le dije que nosotros se lo vamos a conseguir”.

Roberto vive cada momento como si la vida le hubiera venido de regalo. Pasaron 50 años y este sobreviviente sigue caminando. Nos enseña que una hazaña no es solamente salir adelante de una situación límite. También es, en los pequeños detalles del día a día, ponerse al servicio de los demás. Nos enseña a todos aquellos que tenemos o tuvimos nuestra cordillera, montaña o montañita, que en algún punto de la historia uno puede empezar a jugar el papel del arriero. Ser el que tiende un puente a otros para que esa caminata sea más corta, menos fría o al menos un poco menos dura. Nos recuerda que ningún esfuerzo es en vano, que vale la pena el intento, en todo lo que queramos hacer en la vida. Que cada día vale la pena, que no hay que bajar nunca los brazos y que todo esfuerzo siempre tiene o tendrá su recompensa. Y eso de por sí, ya es un milagro.

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