Ignacio Munyo
Ignacio Munyo

Renta esencial

Hoy en Uruguay se produce más que previo a la pandemia con menos empleo: la producción industrial es 12% superior y para ello se contrata 4% menos de horas de trabajo.

La crisis de los trabajadores rutinarios y poco calificados está latente. Hay que tender una red debajo de ellos y ayudarlos a hallar nuevas oportunidades.

El 24 de agosto pasado fui invitado a disertar en una jornada de reflexión sobre “La importancia del Estado en América Latina”, organizada por la Confederación de Organizaciones de Funcionarios del Estado (COFE). El evento fue en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo y contó con alocuciones de autoridades del movimiento sindical de la región -incluyendo presidente y secretaria general del Pit-Cnt-, de la vicepresidenta de la República y del expresidente Mujica.

Mi discurso estuvo centrado en el papel del Estado ante los desafíos del “futuro del trabajo”.

Aunque todavía muchos lo vean lejano, la automatización de tareas está presente en todos los sectores productivos, con mayor o menor intensidad, dependiendo de cuán dura sea la competencia que enfrentan. La automatización mejora la productividad, pero viene acompañada de profundos cambios para las personas. Mientras la tecnología se vuelve cada vez más accesible, las empresas son más exigentes al contratar trabajadores. Es cada vez más fácil hacer lo mismo con menos empleados: desde la venta de boletos hasta cobro de peajes, desde el control de ingreso a los edificios hasta la fabricación de cualquier producto.

Los nuevos empleos son cada vez más complejos, con exigencias crecientes de preparación, competencias y habilidades. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en base a las metodologías desarrolladoras en la Universidad de Oxford y el Massachusetts Institute of Technology (MIT), se puede ver que hay en nuestro país más de medio millón de personas en condiciones de alta vulnerabilidad laboral.

Son demasiadas las personas que no se han podido preparar en los requerimientos de habilidad manual, adaptabilidad, razonamiento crítico, creatividad y empatía; cualidades que se exigen cada vez más en el mercado de trabajo, muchas de las cuales el Uruguay no ha sido capaz de formar con un sistema educativo obsoleto hace varias décadas.

Nos gusten más o menos, las pruebas PISA son una auditoría externa al sistema educativo con estándares comparables a nivel global, diseñadas para medir el potencial laboral de las nuevas generaciones. Hace dos décadas sabemos que cerca de la mitad de las personas que entran al mercado de trabajo no está en condiciones de cumplir con tareas que requieran tomar decisiones complejas porque no pueden procesar información para resolver un problema, ni hacerse preguntas relevantes para aprender en el proceso.

Ante este complejo panorama, el Estado tiene que asumir la responsabilidad. Lo primero es mejorar el sistema educativo. Para ello, el gobierno tiene un plan en marcha, comprometido ante el Parlamento y la ciudadanía, que pretende modernizar la educación. Lo analizamos en varias ocasiones en estas mismas páginas. Creemos que sería un gran avance.

Mas allá de poder implementar con éxito la reforma educativa, las posibilidades laborales de muchas personas ya están afectadas por el avance de la tecnología.

Hemos reflexionado casi de forma permanente sobre este tema en los últimos años, lo hemos discutido en foros locales e internacionales, y estamos convencidos de que hay que mejorar las políticas sociales vigentes. Consideramos necesario lanzar un programa de Renta Esencial. O sea, ofrecer una partida de dinero que garantice un ingreso mínimo de subsistencia por un tiempo restringido a aquellas personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad laboral y que estén dispuestas a buscar una nueva oportunidad.

La Renta Esencial debe tener un plazo claro y firme, y enfocarse en un grupo definido de personas con habilidades laborales obsoletas. El pago debe estar condicionado a la capacitación laboral, en el programa que la persona crea que se adapta mejor a sus necesidades. Se debería analizar el objetivo que las personas beneficiarias terminen la educación secundaria en programas especiales, pero no limitarse a ello, porque otras alternativas de formación podrían ser más adecuadas.

Esta Renta Esencial no exige nuevos recursos: se financiaría inicialmente con el monto destinado al programa Jornales Solidarios/Oportunidad Laboral -en mayo se presentaron 160 mil personas para ocupar alguna de las 10 mil plazas disponibles- y parte del destinado al Seguro de Desempleo. Para su ampliación, se podría agregar un aporte obligatorio por parte de los beneficiarios, tomado del salario después de un plazo de haber recuperado el empleo.

El trabajo es insustituible como motor de desarrollo personal y social. Esta Renta Esencial no destruye la cultura del trabajo, sino que la fomenta porque contribuye a sostener la dignidad y autoestima de las personas para que no se caigan del sistema, para que tengan una base mínima mientras se forman e intentan su regreso al mercado laboral.

Ni básica, ni universal, esta renta sería esencial. Tan esencial como el rol de Estado ante los desafíos que impone el actual mundo del trabajo.

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