Ignacio De Posadas
Ignacio De Posadas

La Navidad

Para un cristiano el contenido y el significado de la Navidad son algo conocido. Aunque no siempre comprendido, ni sentido.

Porque la Navidad es cosa muy singular, hasta incluso medio extraña: un niño pobre, casi desvalido, que con su vida da un increíble mensaje de amor, de confianza, de entrega absoluta.

Es algo como muy raro.

Que por sí sólo puede no llegar, no tocar y eso no sólo al no creyente, (¿a mi qué?). Salvo que, creyentes y no creyentes, paremos un minuto y bajemos algunos cambios, entre despedidas, fiestas, chuping y regalos, para poner atención por un instante, primero que nada, en el hecho histórico de la Navidad. ¿Qué nos dice la historia?

Nos dice que en un rincón del mundo, medio perdido si lo analizamos en términos de poder y gravitación, dentro de un pesebre, nace un niño, pobre, de unos padres jóvenes a quienes nadie conoce. Nada más intrascendente e irrelevante. Pero, hete aquí, que históricamente resulta ser algo más que un niño. Algo más que un cuento, una historia pasada. Mucho más que otro nacimiento de un niño.

Nace un movimiento, una filosofía, una teología, una institución, un proyecto de vida para la humanidad, que de la nada, del niño y de sus padres, individuos social y políticamente ignotos, desde aquel rincón perdido en la periferia del mundo antiguo, va permeando a buena parte de la humanidad y construyendo buena parte de su historia.

Un fenómeno que, increíblemente, en un mundo gobernado por valores de poder, de fuerza, de riqueza, de guerra y de conquista, va encarnando y enraizando, durante más de veinte siglos, un mensaje de amor, de paz y de justicia. No por la fuerza, tampoco siempre por el ejemplo de los que se llaman cristianos, sino por un sustento que no se explica por sus seguidores, muy por el contrario, lo que habla de su sobrenaturalidad: la supervivencia a través de los siglos, aún a pesar del manejo que de ese fenómeno han hecho y hacen los hombres, empezando por los propios seguidores. A lo largo de los siglos y a pesar de tantos cristianos pecadores, esa realidad rara, débil, insignificante, nacida allá en Belén, está presente, encarnada y activa.

Todo eso es evidencia, es historia, son hechos. Para reconocerlos no se requiere un acto de fe, basta con no querer negar, (o tapar), la historia. Ahora, con ser una realidad no es, por sí sola, suficiente para convencer y, mucho menos, para convertir. Se requieren otras cosas, sobre todo para lo segundo.

Pero la realidad apunta. Apunta a que se reconozca, racionalmente, que hay aquí un fenómeno singular, relevante y muy valioso, inserto en la historia del hombre y en su realidad presente, que sería absurdo ignorar o pretender apagar, cambiando a la fuerza su nombre y su contenido.

Para un no creyente racional, lúcido, inquieto por conocer cuál puede ser su sentido, el del mundo que lo rodea y de la vida que debe vivir en él, la Navidad tiene que ser el recuerdo de una realidad humana, histórica, pero también actual, que aún atacada e incomprendida (no sólo desde afuera), perdura, gravita, transforma. Algo en lo que vale la pena detenerse y reflexionar. Un llamado anual a meditar. No es una imposición. Es una invitación.

Para el creyente, el recuerdo y la contemplación de esa historia no operarán por sí solos su conversión (volverse a). El misterio de la Navidad no se vive por medio del razonamiento o la voluntad. Al amor de Cristo no se accede elucubrando o apretando los dientes. Requiere fe y eso es un don, que sólo prende en un corazón abierto al amor. No puede haber fe sin amor.

Pero para todos, creyentes y no creyentes, la fecha de la Navidad debe servir de recordatorio, de un hecho histórico, trascendente para la historia de la humanidad, que nos interpela, hoy, para no vivir una vida intrascendente, filosófica o teológicamente. Es una oportunidad, pero sólo si no pasa desapercibida, ahogada por el barullo, muchas veces obligado, otras aprovechado para hacer negocio. También ayuda a que aquella se pierda la imposición estatal que busca proscribir la realidad histórica imponiéndole un nombre distractivo: el día de la familia. Tristemente intrascendente, además . Apenas una excusa, en una sociedad a la que el mismo Estado, movido por el mismo espíritu, le está diciendo a la gente que familia es cualquier coincidencia humana bajo un mismo techo. ¿Quién va a festejar eso?

La historia nos lleva hasta Jesús. No es poca cosa. Mucho cambiaría el mundo por el sólo recuerdo y la valoración de su vida, su ejemplo y sus enseñanzas.

De ahí, algunos quizás busquen en Jesús a Cristo. Pero aún quienes no estén prontos o dispuestos a aventurar ese camino, la realidad histórica de la vida de Jesús ofrece un motivo de reflexión, un modelo de conducta humana.

Vivamos una Navidad de corazón abierto. Alegres, más que divertidos.

Muy feliz Navidad!

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