Hugo Burel
Hugo Burel

La protesta patria

Le propongo que viajemos en el tiempo, hasta el 19 de mayo de 1879 en la villa de la Florida.

En el paraje de la Piedra Alta se está inaugurando el monumento a la independencia nacional y con un marco de más de 5000 personas se procede a premiar a los autores que participaron del concurso de composiciones poéticas con el que se rendía homenaje a la patria. El jurado que discernió el premio a quien con mas inspiración cantó la epopeya de nuestra independencia, colocó sobre el pecho de Aurelio Berro la honorífica medalla al ganador.

Tras el discurso de Ángel Floro Costa para encomiar la trascendencia de la fecha, el monumento y el poeta premiado, el público empezó a retirarse cuando de pronto escuchó el vigoroso acento de un nuevo orador que había ocupado la tribuna. Pequeño de estatura, enjuto, de cabello oscuro y bigote profuso, empezó a declamar los versos con los cuales había participado del concurso. Su composición no pudo aspirar a competir porque superaba en mucho la extensión requerida en las bases del premio. A medida que su voz en apariencia más vigorosa que su cuerpo se expandía, la multitud detuvo su retirada y fue acercándose al estrado. El gesto del rostro del declamante, los enfáticos movimientos de sus brazos, la emoción que trasuntaba su decir y el contenido de lo que estaba diciendo terminaron por cautivar a la concurrencia.

El poeta era Juan Zorrilla de San Martín y estaba recitando por primera vez en público La leyenda patria, una oda de 413 versos que había compuesto en apenas una semana. Entonces tenía 24 años. Fue tal el impacto que produjo su recitado que dos de los poetas premiados, el ganador Berro y Joaquín de Salterain, le entregaron sus medallas en señal de admiración y euforia por lo que acababan de oír.

Ahora imaginemos un viaje inverso: por obra de algún mecanismo de ciencia ficción Juan Zorrilla de San Martín es traído desde aquel lejano día de 1879 al 25 de agosto del año actual. Llega al mismo lugar en el que recitó La leyenda patria. Ahora debe hacerlo en el acto oficial en el que se conmemora la Declaratoria de la Independencia, una de las 4 fechas canónicas del calendario patriótico. Pero hete aquí que cuando comienza su recitado, un abogado munido de un megáfono, su grupo de acólitos y diversas organizaciones gremiales que incluyen las de la Enseñanza, lo interrumpen con gritos y consignas agresivas y soeces en contra del gobierno y su presidente.

Se que esto que acabo de imaginar y describir puede parecer fantasioso y sobre todo anacrónico, pero en esencia representa lo que sucedió hace unos días. Un acto conmemorativo y de naturaleza cívica fue entorpecido y agredido por la intolerancia de personas que, aprovechando la presencia de los medios, montaron su numerito habitual para desvirtuar, una vez más, el sentido de una fecha patria. En ese contexto llama la atención, además, que una persona con formación académica y egresado de la Universidad de la República, se aprovechara del acto para vociferar acusaciones y argumentos discutibles -cosa que ya hizo antes en fechas similares- para exponer su visión sobre el tema que sea, sin respetar lo que se conmemoraba.

En la época que Zorrilla de San Martín declamó su oda en La Florida, lo hizo a pulmón y su voz poco a poco conquistó a la concurrencia hasta impedir que se retirara del acto. Después se le llamó a Zorilla el poeta de la patria, pero eso no interesa a los efectos de la finalidad de esta columna. La distancia que hay entre aquella tarde y el presente es la que va desde tener un sentido patriótico y republicano a no tenerlo. De practicar el respeto por lo que se conmemora o no hacerlo. En definitiva, la distancia que hay entre el poeta de la patria y un abogado a los gritos con un megáfono.

En estas páginas ya he comentado que hay gente no se pone de pie en un cine cuando en una sala se irradia el Himno Nacional en ciertas fechas. También reflexioné que la llamada Noche de la Nostalgia se ha tragado el sentido del 25 de agosto. Quizá sin proponérselo, pero horadando el significado de la fecha para convertir el feriado en la oportunidad de muchos de dormir hasta tarde después de bailar como Travolta toda la noche.

Cierta parte de la Academia afirma que el santoral patrio y sus efemérides fueron la imposición de los partidos tradicionales para marcar su presencia en la Historia de la nación desde sus orígenes, por lo cual el 18 de Julio sería un mojón colorado y el 25 de agosto uno blanco. Pero lo importante no es la intención en sí, sino los hechos que se evocan y que pertenecen a un colectivo que está más allá de las divisas. Cuando, por las razones que sean, se desconocen ciertas tradiciones y se propone, como llegó a hacerlo el Dr. Tabaré Vazquez -que en paz descanse- unificar fechas y recordaciones en una sola, de alguna manera es un intento de manipular la Historia. Es probable que como pensaba Napoleón Bonaparte, la Historia sea un conjunto de mentiras acordadas, pero más allá del cinismo de la frase, peor sería no tener historia alguna.

La idea de la Patria Grande, como la sueñan algunos, ha dado paso a minimizar la patria chica, que es la que tenemos y que siempre ha despertado admiración en el orbe, por su talante democrático, su cultura, su progresismo que arranca en el siglo XIX y se prolonga en el XX con avances sociales que fueron ejemplo en América y el mundo.

Lo que cantó Zorrilla de San Martín fue la inspiración de una época y uno de los grandes acontecimientos no solo poéticos sino de la comunicación en Uruguay. Volvamos a imaginar a ese joven esmirriado, de barba y con unos bigotes que parecían alas debajo de su nariz, arengando a una multitud sin usar megáfono eléctrico porque aún no se había inventado. Hay que saludar el portento de su voz, magnética y emotiva, cruzando el éter una tarde de otoño para decir la Patria, saludarla y reconocer en esta la sustancia que explica quienes somos y para qué existimos, por qué fuimos independientes y cuánta lucha y sacrificio nos costó.

Es lamentable que todo esto se olvide cada vez que un grupo del signo que sea se siente con derecho a menoscabar el sentido de una fecha patria. Que sea el ocasional gobierno el que se expresa en el homenaje -que convoca a quien líbremente lo quiere acompañar- no es motivo suficiente y legítimo para boicotear el acto y convertirlo en una andanada de insultos de un lado que el otro no puede ni debe responder. Ese patoterismo desprecia todo lo que nos ha hecho nación independiente. La protesta patria es un golpe bajo a la democracia y a la República.

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