Hugo Burel
Hugo Burel

Países paralelos

Viendo el domingo la trasmisión de los canales de televisón a propósito del desenlace del referéndum y leyendo al otro día algunos comentarios de cientistas sociales y periodistas, tuve la sensación de que ese viejo dicho inglés que afirma que los hechos son testarudos, aquí nada significa.

Parecería que aquella categoría de “hechos alternativos”, que Donald Trump inventó, hubiera llegado a Uruguay para pervertir la lógica con que se percibe la realidad.

Con casi el 97% de los votos escrutados por la Corte Electroral hubo expertos que todavía dudaban en dar ganador al No. Ese reflejo de corrección política se completó con ponderaciones sobre el resultado -finalmente admitido- que señalaban que pese a que la compulsa había resuelto que la LUC quedaba firme -el objetivo del referéndum había sido derogar o aprobar la ley- para el Sí eso no significaba una derrota. Leí comentarios de prestigiosos analistas que creyeron ver en la conferencia de prensa del presidente y el elenco de gobierno, señales de desagrado, desazón o talante perdidoso por parte del primer mandatario. Me sorprendió el tono del discurso del Sr. Pereira, calco del realizado por el Ing. Martínez luego del balotaje de 2019, incapaz de admitir que el Sí había perdido y que aunque eso fuera por un voto o los miles que finalmente se contabilizan, el tema había quedado laudado.

Más que en un país dividido en mitades, tengo la sensación de vivir en uno con realidades paralelas que funcionan en base a percepciones diferentes de lo que sucede.

Si hay algo que ha quedado claro luego del referéndum -y esto es de Perogrullo- es que una de las opciones ganó, más allá de toda subjetividad o especulación política en el análisis. Eso fue posible porque en la compulsa popular, la coalición gobernante logró mantener el caudal electoral que la llevó al poder. A su vez, la oposición mantuvo el que determinó su derrota en el balotaje. Esos son hechos incontrovertibles y testarudos.

Dos años depués de iniciado el gobierno, y pese al desgaste que significó y significa enfrentar una pandemia con todas sus consecuencias sociales y económicas, quienes lo votaron mantuvieron su decisión y lo respaldaron. Esta es otra realidad incontrastable y medible en cantidad de votos. Y el que optó por votar en blanco sabía a donde iba a parar ese voto.

También se ha dicho que el resultado del balotaje es un mensaje para el gobierno y la cúpula de la izquierda le advierte que deberá gobernar de otra manera y sobre todo tender puentes a la oposición. ¿Mensaje, cuál? El país dividido ya existía y mantuvo la misma proporción que surgió del balotaje. En todo caso, el mensaje es que la ley en la cual el gobierno basa su accionar desde el minuto cero de su gestión sigue firme. En cuanto a los puentes, es bueno recordar que en los 15 años de administraciones frentistas estos no fueron tendidos y se gobernó en base a mayorías automáticas.

El fondo de la cuestión sí tiene dos lecturas y estas refieren a los objetivos de quienes impulsaron la derogación. Por un lado, el principal de derogar la ley. Por otro, convertir el plebiscito en una elección de medio término. En ambos, la izquierda ha sido derrotada. La ley se mantuvo y la coalición gobernante no ha perdido lo que conquistó en la elección de 2019 y luego en el balotaje. La fotografía, término habitual de los analistas de encuestas, es casi idéntica a la de noviembre de aquel año. Pero, el riesgo de que la imagen saliera movida o borrosa lo asumió el gobierno, obligado a defender algo que ya había sido aprobado por las urnas y luego en el parlamento. La oposición, en cambio, no perdía nada. Y perdió, pero aparentemente ha sido una victoria la que cosechó el domingo. La fe mueve montañas y convierte derrotas en triunfos morales.

Desde el domingo solo he escuchado o leído dos opiniones sensatas y realistas de lo que pasó. La del Sr. Haberkorn en la trasmisión de la Tele y la del Sr. Pereyra en El Observador. Se qué hay más, pero mi impresión general es que desde la noche del 27, dos países paralelos han reafirmado su existencia. Se han vuelto a desplegar como los escenarios virtuales de un video juego. Hay uno en el que los hechos son testarudos y consistentes con lo que la realidad objetiva muestra. En el otro, el voluntarismo y la convicción moral de sus habitantes de que viven soñando el mejor país, lo erige como un espacio que no admite réplica y además incluye a ese sobado ente platónico llamado pueblo. Ni siquiera la experiencia histórica en países en donde esa utopía fracasó y fracasa es tenida en cuenta. Pero la realidad no es ni celeste ni rosada. Es lo que es y como tal hay que percibirla.

Esas mitades coexisten pero, como las paralelas, solo se juntan en el infinito. Lo sucedido el domingo pasado lo demuestra. Ese planteo binario nos viene desde el fondo de nuestra historia y su relato e incidencia se renueva con cada instancia electoral. Tras el resultado del plebiscito, ya circulan proyecciones y cálculos para las próximas elecciones nacionales de 2024. Así, los países paralelos seguirán desafiándose en la alternancia democrática por el poder. Eso no sería grave si no significara un enfrentamiento de modelos opuestos y de visiones distintas y antagónicas sobre como debe conducirse a la nación. Las famosas políticas de Estado que deben ser impulsadas y respetadas sea cual sea el gobierno, pocas probabilidades tienen de acordarse si nos atenemos a lo sucedido con el plebiscito y antes con la juntada de firmas.

Para que los países paralelos puedan dialogar deben dejar afuera el hábito excluyente y la política como permanente diálogo de sordos. Pero la izquierda no se prestará a ese diálogo -que hoy reclama-porque su ambición inocultable apunta a recuperar el gobierno en 2024 a como dé lugar. Como cree que el Sí no fue derrotado aunque no ganó y que el gobierno debe asustarse y tomar nota no se sabe de qué, los paises paralelos seguirán funcionando en realidades diferentes. Ese es el tema de fondo. El Pit-Cnt ya lo anunció: “mantener la lucha de los sectores populares para combatir la ofensiva neoliberal.” Retórica del siglo pasado con un poco de pimienta rancia contra los Chicago Boys.

Si nos atenemos a la realidad que muestran las redes sociales y las opiniones y falsedades que en ellas se vierten, la brecha conceptual que separa a las dos mitades o a los dos países, hoy es insalvable. Los cruces involucran a todos, por lo tanto la que pierde es la República y una idea de democracia que, de seguir el hábito de su ejercicio directo, su esencia y representatividad se irán debilitando cada vez más.

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