Hugo Burel
Hugo Burel

Las opciones en juego

En momentos en que la invasión rusa a Ucrania impone tiempos aciagos, la pandemia no cede en el mundo, la economía global está en crisis y el panorama político internacional suma incertidumbre por la polarización creciente entre democracia y totalitarismo,

la semana que falta para que se realice el plebiscito discurrirá en un clima que ignora la calamidad que vive la humanidad. El país está concentrado en la confirmación o no de una ley anunciada en el programa de gobierno de la coalición triunfadora, debatida y votada en el Parlamento y aplicada desde hace un año y medio sin que la convivencia y el pulso de la actividad nacional se hayan visto afectados.

Ya sabemos, y en este espacio lo he manifestado, que el contencioso no es sobre confirmar o derogar 135 artículos de la LUC, sino aprobar o desaprobar la gestión del gobierno. La derrota electoral nunca fue digerida por la izquierda, y el proceso interno de esa defección se postergó y luego derivó en una juntada de firmas para derogar la ley, que impulsó el Pit-Cnt. Para consolidar esa situación, Fernando Pereira pasó de presidir la central sindical a hacerlo en el Frente Amplio. Eso determinó que el brazo gremial de la izquierda se apropiase de la iniciativa y arrastrase a “la fuerza política”. Esto que señalo son hechos comprobados.

El plebiscito no solo ha polarizado al país sino que lo ha sumido en un ambiente crispado y en alguna medida dramático. Eso ha sido producto de una estrategia deliberadamente agresiva de los que dirigen la campaña por el SI. Empleando un término habitual que usan los técnicos de fútbol, han tratado de que se juegue “un partido chivo”, lleno de mañas y juego sucio. La táctica ha sido, siguiendo el símil futbolístico, embarrar la cancha. Al momento de escribir esta columna trascendió una conversación telefónica mantenida entre el presidente Lacalle Pou y Fernando Pereira en la cual acordaron mantener un clima de tolerancia y respeto. Esto no borra nada de lo anterior.

Desde argumentar con inexactitudes en contra de la ley, apelar a gauchos y obispos falsos, o intentar apropiarse del 8M con un paro machista y oportunista, el repertorio de acciones desarrollado por los que impulsan la derogación de la LUC llegó a niveles insólitos. La queja porque el presidente no hablará en cadena sino que lo hará en conferencia de prensa y los cambios en la fecha de la primera, muestran un estado de nerviosismo creciente por parte de los que impugnan la ley. Hace pocos días, la exsenadora Lucía Topolansky propuso que la camiseta de la selección uruguaya para enfrentar a Perú sea de un lado celeste y del otro rosado, mientras el presidente de la coalición de izquierda explicó a los ciudadanos cómo votar anulado. Dijo que lo más sencillo era poner en el sobre la papeleta del SI junto con la del NO. También anunció que el precio de la docena de huevos y la inflación eran culpa de la LUC. Parece no estar enterado de lo qué pasa en el mundo. Ni siquiera en la región, con un Mercosur inoperante y contrapeso para cualquier apertura comercial.

Para colmo, a las encuestadoras se les ha enloquecido la brújula y no logran descifrar qué pasa con los indecisos. También los complica el hecho de que las últimas compulsas arrojan una aprobación de más del 50% para el gobierno y su presidente. En el desglose, en temas sensibles como la salud, la seguridad, la enseñanza y la economía, la aprobación también es positiva. Sin embargo, las encuestas a propósito del plebiscito arrojan una cierta paridad entre el SI y el NO y el nicho de quienes aún no decidieron su voto pasa a ser un botín electoral de suma importancia para las dos opciones. Como están planteadas las cosas las del domingo 27 son cuatro: SI, NO, en blanco y anulado. Esta última alentada por quienes promovieron la consulta popular: hicimos todo para que votes, pero anulá tu voto. De Ripley.

Lo que subyace debajo de esta realidad es la sensación de que mientras el mundo ha cambiado y desde el 26 de febrero en forma dramática por una guerra que va afectarnos tanto o más que la pandemia, por acá muchos se aferran a ideas que perimieron en el siglo pasado. La postura de que cierto esquema de pensamiento e ideología es el correcto y ostentarlo implica una superioridad moral sobre el resto, es una actitud totalitaria y arrogante. Y abusar de mecanismos democráticos para torcer el legítimo derecho del gobierno a desarrollar sus planes avalados por el voto mayoritario de la ciudadanía, implica frenar, obstruir y paralizar aferrándose a argumentos que denotan un talante revanchista. Así, el plebiscito se ha convertido en un dilema moral que incrementa la brecha entre “ellos” y “nosotros”, viejo juego que le ha costado demasiado al país.

Cierta vez Winston Churchill dijo que un fanático era aquel que no podía cambiar sus opiniones pero tampoco quiere cambiar de tema. Y eso lo complementó con lo que sigue: “si comenzamos una discusión entre el pasado y el presente, descubriremos que hemos perdido el futuro”.

En esas dos sentencias del viejo político británico se resume el conflicto actual que distrae al país de los temas importantes y decisivos para seguir avanzando como sociedad. La cuestión sigue siendo aferrarse a dogmatismos superados por la historia y a convicciones que hacen a lo personal pero no benefician al colectivo, o animarse a cambiar de veras. Y les guste o no a quienes se aferran a eso, el tema es mucho más simple: mirar hacia atrás o hacerlo hacia adelante. Esas son las opciones que estarán en juego el próximo domingo.

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