Hugo Burel
Hugo Burel

Un nuevo Rasputín

Al menos por acá, uno de los aspectos menos comentados de la invasión rusa a Ucrania es el rol que ha jugado en ella el jefe de la iglesia ortodoxa rusa, el patriarca Kirill.

Según informa el sitio neutral.es, Kirill, también conocido como Cirilo I de Moscú, integra la lista negra del sexto paquete de sanciones que ha propuesto la Comisión Europea en contra de Rusia. El documento, a la espera de que los veintisiete integrantes le den el visto bueno definitivo, recoge los argumentos europeos para añadir al patriarca Kirill al nuevo listado, lo que prohibiría al religioso la entrada a territorio comunitario y la congelación de sus activos en la UE.

Según afirma el texto de las sanciones, el líder de la Iglesia ortodoxa rusa es “aliado desde hace tiempo del presidente de Rusia, Vladimir Putin” y considera al jefe del Kremlin “el único defensor del cristianismo en el mundo”. Además, apoyó la agresión rusa a Ucrania mediante un sermón en Moscú en el que bendijo la “operación militar especial para el mantenimiento de la paz rusa” y a los soldados que habían ido a luchar a Ucrania.

Kirill, cuyo nombre completo es Vladimir Mikhailovich Gundyayev, ha sido un aliado histórico de Putin. Nació en Leningrado (actual San Petersburgo) en 1946 y es una de las figuras más influyentes del país. Kirill es el decimosexto patriarca de Moscú, actual cabeza de la iglesia ortodoxa en “toda Rusia”, lo que incluye a Ucrania, Bielorrusia y Rusia como un mismo pueblo.

Ante esa influencia de Kirill sobre Putin y su criminal invasión a Ucrania es lógico evocar la época soviética, comunista, atea y materialista. Hoy la realidad es muy otra: Vladimir Putin ha dado vía libre a la expansión de la Iglesia ortodoxa en todo el país. Ha extendido la educación religiosa en las escuelas rusas y los ingresos de la iglesia están libres de impuestos. Con frecuencia, el líder ruso asiste a las ceremonias religiosas del Kirill. Además, el discurso del Patriarcado de Moscú coincide con el del Kremlin, que se consolida como el baluarte de los valores tradicionales y conservadores en oposición a la decadencia occidental.

La Iglesia ortodoxa rusa es la mayor de las Iglesias ortodoxas del mundo. Incluye todas las Iglesias autónomas bajo su supervisión y su número de seguidores es superior a los 150 millones en todo el orbe. Entre las Iglesias cristianas, la ortodoxa rusa es la segunda tras la Iglesia católica en cuanto al número de seguidores. Pero es interesante saber qué sucedía con la iglesia ortodoxa en la época soviética.

La persecución religiosa en la Unión Soviética tomó formas diferentes en distintos períodos. Todos los teólogos y demás líderes de la Iglesia ortodoxa rusa fueron deportados durante la década de 1920 o ejecutados en la década de 1930. Entre 1917 y 1937, fueron detenidos 136.000 clérigos de los cuales 95.000 fueron asesinados. En el período comprendido entre 1917 y 1939 casi el 85% de los clérigos de la época anterior a la revolución desaparecieron. Templos como la Catedral de San Basilio y las catedrales del Kremlin de Moscú fueron convertidos en museos. Otras, directamente fueron destruidas.

Increíblemente las cosas mejoraron un poco durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. La invasión alemana del 22 de junio de 1941 hizo que el gobierno soviético olvidara la postura atea del Partido Comunista y cancelara la propaganda anti religiosa. Stalin -que de tonto no tenía un pelo-autorizó a los obispos y sacerdotes a bendecir en ceremonias públicas las banderas de los regimientos que partían al frente. Los templos fueron reabiertos. Muchos obispos y sacerdotes fueron liberados de los gulágs. Esta situación se mantuvo hasta la muerte de Stalin, porque su sucesor, Nikita Jrushchov, comenzó otra vez la persecución. Sin embargo, el 29 de abril de 1988 Mijail Gorbachov autorizó celebrar a inicios de junio de ese año los mil años de la cristianización de la Rus de Kiev, es decir, la Rusia originaria.

Con estos antecedentes, es dable interpretar la actual influencia y poder de Kirill sobre Putin como el ingrediente ideal para santificar ante los rusos creyentes esa “operación militar especial”. Ante eso, puede verse al patriarca Kirill como un nuevo Rasputín. Aquel monje -perteneciente a la orden de los “flagelantes”- conocido como Grigori Yefímovich Rasputín, ejerció un notorio poder en palacio. La historia de Rasputín y su influencia en la familia del último Zar de Rusia -en especial con la Zarina- antes de la revolución, siempre tuvo ribetes de leyenda.

En el caso de Kirill y la Iglesia que lidera, no se trata de leyenda sino de un firme accionar en contra del Occidente liberal y democrático a través de la influencia que ejerce sobre Putin. Para Kirill, la lucha es entre civilizaciones y poco le importan la OTAN y la soberanía de Ucrania.

Cyril Hovorun, sacerdote ortodoxo ucraniano que enseña eclesiología, relaciones internacionales y ecumenismo en la Universidad de Estocolmo, ha declarado a BBC Mundo que Kirill le ha proporcionado a Putin ideas e ideología. También afirmó que sin ese apoyo de la Iglesia ortodoxa rusa, la guerra hubiera sido imposible. Kirill ve la guerra con Ucrania como una especie de guerra cultural entre una concepción occidental de la vida y una concepción oriental, explicó al mismo medio Thomas Bremer, profesor de teología ecuménica e investigador de la Iglesia ortodoxa rusa de la Universidad de Münster, Alemania.

Pese a que a mediados de marzo el Papa Francisco mantuvo una tensa entrevista por Zoom con Kirill, en la cual le recomendó a este no ser “el monaguillo de Putin”, la actitud del pontífice no ha sido del todo clara en lo que refiere a Ucrania y por empezar se ha negado a visitarla. No es suficiente la oración y los pedidos de alto el fuego y paz. Menos cuando, según The New York Times, el patriarca ruso ha definido la larga permanencia de Putin al frente de Rusia como “un milagro de Dios”.

El Papa debería rebatir publicamente las afirmaciones de Kirill en lo que hace a la religión y la fe y enfrentar al nuevo Rasputín. La invasión a Ucrania, para el patriarca de Moscú, es también una guerra santa.

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