Hugo Burel
Hugo Burel

Las lecciones de Borgen

Hace más de diez años se lanzó en streaming la serie danesa Borgen, que narra en el terreno de la ficción los entretelones de la política de Dinamarca a través del personaje de Birgitte Nyborg, que se convierte en la primera mujer en ser electa primera ministra.

La serie fue estrenada el 26 de setiembre de 2010 y acumuló tres temporadas.​

Borgen es el término coloquial con el que se conoce al palacio de Christiansborg, sede de los tres poderes del estado y oficina del Primer Ministro en Copenhague. La serie detalla el desempeño en el poder por parte de Nyborg, su paso por la oposición, y la relación existente entre los medios de comunicación y los políticos, que se condicionan mutuamente. Los nombres de los medios de prensa y los partidos políticos que se mencionan son ficticios, pero equivalen a los existentes en Dinamarca. El tratamiento y los temas de esas primeras tres temporadas son apasionantes, porque en la política, el poder, los medios y la peripecia de los protagonistas nada se parece más a la realidad que la ficción.

Esas primeras tres temporadas fueron producidas por la compañía Danmarks Radio, empresa pública de difusión en Dinamarca. Este año se ha lanzado el equivalente a una cuarta temporada, que en realidad es presentada como la primera producida por Netflix, que también difunde las anteriores. Casi todos los personajes de las otras temporadas actúan en esta, con Birgitte Nyborg, más madura y con climaterio, ahora como ministra de relaciones exteriores. Estos nuevos capítulos de Borgen mantienen no solo conexión con lo previo sino también una fascinante actualidad con los tejes y manejes de la política danesa y su correlato internacional. Dinamarca, Groenlandia, Suecia, Estados Unidos, Rusia y China se relacionan en una trama que se inicia con el descubrimiento de un yacimiento petrolífero en Groenlandia, la segunda isla más grande del mundo, que pertenece administrativamente al Reino de Dinamarca.

Ese páramo de hielo de dos millones de kilómetros cuadrados y poco más de 50 mil habitantes dispone ahora de la explotación del combustible fósil con el pronóstico de una cifra astronómica de barriles y dinero cuando se explote. Sin embargo, el compromiso de Dinamarca con la protección del medio ambiente y su lucha contra el cambio climático provocada por la emisión de hidrocarburos que afectan la atmósfera es un impedimento para que ese petróleo, vital para una nación subdesarrollada y dependiente, no deba extraerse. No acabo de espoliar nada: eso se sabe de entrada.

Lo notable de Borgen y su planteo es que pese a lo específico y quizá lejano del tema que trata, son tantas las lecturas que ofrece sobre el mundo y la política actual que, a medida que se sigue su trama, las asociaciones con realidades más próximas se disparan todo el tiempo. Borgen es como un tratado sobre el arte de las alianzas políticas y los vericuetos más sutiles -o sórdidos- del manejo del poder y por supuesto de los votos. En un país en donde la libertad de prensa funciona sin límites ni trabas, la información se convierte en un capital decisivo tanto para periodistas como para gobernantes. Sin embargo, el funcionamiento de las alianzas entre partidos que han permitido la formación de un gobierno, tienen una condición proteica e inestable y tensan el diálogo con la prensa que, como siempre, tiene que sacar las castañas del fuego y revelar verdades incómodas.

Borgen hace una lectura de la política actual en la cual los ideales pueden ser avasallados por alianzas secretas, empresas multinacionales, países que operan con diplomáticos cercanos al manejo mafioso y un concepto de soberanía de las naciones cada vez más en entredicho por efectos de la globalización. Tal vez, en relación a los políticos, el concepto más fuerte que se alude es dicho por un personaje tan inescrupuloso como realista: “para algunos, el poder le gana a la causa”.

Esta última frase condensa la mirada sobre la política de la serie en su costado más oscuro. También muestra otras posibilidades bienintencionadas, pero el mundo actual las relativiza y somete. Y en este sentido, es bueno extrapolar desde el contexto de Borgen una lectura más general. En comentarios de muchos expertos que he leído, en especial el estupendo libro de la columnista de The Washington Post Anne Applebaum “El ocaso de la democracia: La seducción del autoritarismo”, la debilidad y el desprecio que padece la democracia es una de las amenazas de nuestro tiempo. La autora es una analista lúcida y muy bien informada que plantea el peligro de los autoritarismos que amenazan hoy a los procesos democráticos.

Precisamente, el concepto de democracia como sistema que necesita políticos probos y capaces que lo cuiden y lo defiendan, en Borgen surge como la crisis principal a la que debe enfrentar la democracia. Es claro que esta depende de demócratas -los ciudadanos que votan- , partidos sólidos y alianzas estables que sostengan ese sistema. Y además, una prensa independiente y objetiva con periodistas profesionales e informados que privilegien la información veraz por sobre su opinión interesada o partidaria, algo que la serie también muestra. Sin embargo, en el juego democrático -y Borgen lo encara con mirada implacable- cuando “el poder le gana a la causa”, la política y los políticos son el eslabón más débil y quienes primero traicionan los ideales de sus votantes.

Al respecto, acá hemos padecido en tiempos recientes episodios que debilitan la imagen de los políticos. Evoco dos casos, aunque hay más: un vicepresidente elegido por el voto popular renunció a su cargo por haber mentido a la ciudadanía sobre el título universitario que no tenía y ser sometido a la justicia por gastos excesivos con una tarjeta corporativa, entre otras causas de las que fue acusado. En otro partido: un prestigioso recién llegado a la política ganó la elección interna de su partido y luego obtuvo más de 300 mil votos en las elecciones nacionales. Tras ser nombrado ministro y desempeñar unos meses el cargo, con explicaciones inaceptables en política renuncia -inclusive a su banca parlamentaria- y se va sin que le importen sus votantes olvidando lo que les prometió al pedirles el voto. En un caso, el poder le ganó a la causa; en el otro, la causa no fue suficiente y primó lo personal. En ambos, los involucrados no estuvieron a la altura del poder legítimo que les dieron las urnas. Aquí, más que los nombres -que todos conocemos- importan los hechos. Porque cuando el poder le gana a la causa, pierde la democracia.

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