Hugo Burel
Hugo Burel

El enigma Putin

Si se lo mira con afán de comparar, Vladimir Putin parece uno de los villanos de las películas de James Bond, en especial las que protagonizaba Sean Connery.

Su rostro tiene ese toque justo de hieratismo y frialdad de aquellas caricaturas, al punto que hace 20 años Madeleine Albright, la primera mujer secretaria de Estado del gobierno de Estados Unidos durante la presidencia de Bill Clinton, lo describió así: “Putin es pequeño y pálido; tan frío que es casi reptil”. No conozco una semblanza tan breve y despiadada sobre alguien que hoy tiene en vilo al mundo entero.

Desde que el jueves 24 de febrero Rusia inició la invasión a Ucrania, Putin ha ocupado el centro de la información, junto con el despliegue de las tropas rusas y el éxodo de ucranianos hacia Polonia y demás naciones cercanas y limítrofes. Ha sido tal el impacto de esta invasión largamente anunciada, que la pandemia de covid-19 desapareció de los noticieros y las preocupaciones planetarias como si ya no existiese. La estrella de este desastre, con protagonismo excluyente es sin dudas el presidente de la Federación de Rusia, convertido hoy en el Hitler redivivo del siglo XXI.

La comparación con Adolf Hitler surge fácil: los prolegómenos de la invasión a Ucrania se emparentan con las acciones previas del führer antes de la invasión alemana a Polonia, el 1 de setiembre de 1939, fecha oficial del comienzo de la II Guerra Mundial. En lo previo, Hitler había anexado Austria y sus reclamos por la recuperación de los Sudetes determinaron la errónea política de “apaciguamiento” que motivó el Pacto de Múnich de 1938, con el que el primer ministro de Gran Bretaña, Neville Chamberlain, creyó frenar los afanes expansionistas de Alemania sacrificando a Checoslovaquia. En el presente, Chechenia, la anexión de Georgia, Crimea y otras acciones imperialistas, surgen co-mo un paralelismo claro entre los afanes pangermánicos del cabo austríaco y el revival zarista del exagente del KGB nacido en 1952 en San Petersburgo -en esa época Stalingrado. Pero, hasta ahí las similitudes, porque por ahora la blitzkrieg rusa no ha sido del todo eficaz hasta el momento y Ucrania resiste más de lo que Putin y sus generales esperaban.

Hoy el mundo es muy diferente al de 1939. La Unión Soviética derivada de la guerra no existe y China es la segunda potencia mundial. La Unión Europea es un conjunto de naciones debilitadas por la crisis pandémica, los incontrolables flujos migratorios, la inepcia de algunos de sus gobernantes y por haber perdido uno de sus socios principales, Gran Bretaña, por obra del Brexit. Hoy se extraña a Angela Merkel, única figura política coherente y de relieve europeo y mundial.

En cuanto a Estados Unidos, se sabe que hace tiempo perdió su condición de policía del mundo y la influencia que tuvo en otros tiempos sobre la geopolítica planetaria ha menguado. A partir del 11 de setiembre de 2001 y desde George W. Bush para acá, todo ha sido retroceso y paulatino retiro de tropas de cuanto lugar antes invadió. Hoy Donald Trump se ufana en decir que durante su presidencia, Putin -al que llamó genio- no movilizó un solo tanque para invadir a nadie. Pero evita hacer referencia a los negocios inmobiliarios que antes de ser presidente había emprendido en Rusia con la aquiescencia del nuevo Hitler. Se olvida, también, que gracias a Putin y su equipo de hackers, fue electo presidente.

Lo que está muy claro es que Occidente carece hoy de líderes políticos capaces de enfrentar esta crisis con el coraje y la determinación que ante el desborde hitleriano lo hicieron Winston Churchill, Franklin Roosevelt y Charles de Gaulle. Por supuesto que la Unión Soviética de Josef Stalin también enfrentó a Hitler, pero antes había celebrado un pacto de no agresión que le permitió a Alemania concentrarse en su frente occidental mientras sus espaldas orientales estaban cubiertas. Ese pacto funcionó durante casi dos años.

Lo que vemos hoy es a Emmanuel Macron hablando interminablemente en una mesa kilométrica con Putin, quien le mintió y distrajo para traicionar sus dichos pocos días después. Boris Johnson, luego de las vergonzosas fiestas bajo pandemia en el número 10 de Downing Street, sobreactúa su aspecto de payaso ridículo con amenazas que no sabe si puede cumplir. Joe Biden confía en la obra de las restricciones económicas y bancarias para detener al megalómano ruso. Asistimos al silencio cómplice y misterioso de China y Xi Jinping y nos conmueve el reclamo del presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, sin dormir y demacrado, tratando de que Occidente lo ayude con algo más que declaraciones, resoluciones de la ONU o quita de las claves Swift a los bancos rusos. Biden, además, ¡prometió perseguir a los oligarcas rusos y localizar sus cuentas y sus yates! En verdad, todo eso parece poco ante una situación que incluye la amenaza atómica.

Al parecer nadie que se opone a los designios de Putin sabe qué tantos desastres le aguardan al mundo si no se lo detiene. La invasión a Ucrania era inevitable, pero nada se planificó para enfrentarla. Compararlo con Hitler es un recurso de comunicación que debe aclarar que, en todo caso, es Hitler con el arsenal nuclear más grande del mundo. Ante esto y como comentó el periodista argentino Marcelo Longobardi, las dos opciones que tiene Occidente ante el problema son desastrosas: no hacer nada y permitir que la invasión triunfe o enfrentarla militarmente y empezar la III Guerra Mundial.

¿Apretará Putin el botón rojo? Nadie lo sabe. Desde el 31 de diciembre de 1999 cuando se convirtió en Presidente interino de Rusia luego de la dimisión de Boris Yelt-sin, es el principal político ruso y ha ido acumulando poder sin pausas. Abogado y ex KGB, Putin le ha dado tiempo a los analistas y al espionaje de las grandes potencias para medirle el aceite y saber hasta dónde puede llegar. Sin embargo, al parecer eso no se sabe y hoy sigue siendo un amenazante enigma que para empezar puede cortarle el gas -literalmente- a la Unión Europea.

Muchos expertos especulan sobre su condición de paranoico y de fóbico a la cercanía humana por temor al contagio del covid-19. Analizan su gestualidad y la manera de colocar sus hombros. Estudian sus mensajes y discursos. Especulan con indicios que nada aclaran y convierten a Putin en un villano impredecible e indescifrable. James Joyce dijo que los tiranos son enigmas hastiados de su tiranía, dispuestos a ser destronados.

Tal vez sea ese el inconsciente deseo de Putin: inmolarse en un holocausto que todo lo destruya.

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