Hugo Burel
Hugo Burel

Más sobre la bofetada

La noche del 27 de marzo culminó entre la imposición del No sobre el Si, las interpretaciones diversas sobre el resultado y, como postre, la trasmisión televisiva de la entrega de los premios Oscar.

Más allá de los ganadores, lo que se convirtió en el hecho excluyente de la ceremonia fue la bofetada que el actor Will Smith le propinó al conductor de la ceremonia, Chris Rock, luego que este aludiera en un chiste a la alopecía que padece la esposa de Smith, Jada Pinkett. Un hecho ya difundido y comentado hasta el hartazgo pero que todavía tiene tela para cortar. En especial como demostración de la frivolidad que implica su conversión en trending topic de las redes y nota estrella de la información.

El gesto y la agresión fueron condenados de inmediato por la nación bienpensante y la tiranía de lo políticamente correcto. Por empezar, creo que sin ninguna clase de dudas el agresor en parte se controló y canjeó trompada por cachetazo. Si me apuran, lo suyo fue un remedo de aquel golpe o arrojada de guante que los caballeros aristócratas de otras épocas solían emplear para desafiar a duelo a alguien que los había ofendido. Smith -además de encarnar a Muhammad Alí en un film-ha practicado boxeo y cómo usar los puños.

El majadero de Rock podría haber quedado con un ojo negro si Smith se hubiera empleado a fondo. Igualmente, la bofetada considerada como violencia física, no debió darla. La distancia que mediaba entre su asiento y el escenario le dio el tiempo suficiente para desestimar el golpe.

Smith estuvo a punto de ser detenido y retirado de la sala. Después, cuando en paradojal situación subió a recibir su Oscar al mejor actor, pidió las disculpas del caso, pero ya era tarde. La Academia se movió rápido pero, antes que lo expulsaran, Smith renunció a sus cuadros, en tanto que Rock anunció después que no presentaría cargos contra el agresor. Ignoro si el animador y la Academia se disculparon ante Jada Pinkett por la ofensa. Hasta aquí los comentarios sobre el hecho puntual.

Ahora voy a reflexionar sobre las toneladas de hipocresía que emergen de esta situación. Sin esgrimir consideraciones machistas, creo que ninguna persona que ama y respeta a otra puede aceptar con urbana mansedumbre que alguien de manera gratuita y desde un escenario se burle de su enfermedad. Eso abarca a todas las relaciones de pareja.

De paso, nunca entendí ese recurso tan norteamericano de los animadores que se ensañan y mofan del público que asiste al show. La Academia lo permite y condena al que se enfrenta a ese maltrato.

Pero, yendo más lejos, el escándalo por la bofetada de Smith se da en un contexto dramático para el mundo, en especial para los sufridos habitantes de Ucrania y en general para todos aquellos que por diversas agresiones bélicas padecen violencia, sufrimiento y exterminio. Esta es, claro, una comparación extrema que sirve para medir el grado de frivolidad al que puede llegar el exceso de corrección política.

La Academia, que condenó a Smith por su desborde, también homenajeó esa noche a tres responsables del film “El padrino”, que este año cumple medio siglo de estrenado. Si se hila fino, en esa notable película los códigos del honor y las traiciones funcionan de acuerdo a una lógica claramente mafiosa, donde se mata y se muere de acuerdo a reglas y fidelidades tan rigurosas como violentas. En ese esquema, por supuesto que los Corleone no hubieran aceptado que una de sus esposas sufriera un menoscabo público como el que padeció la esposa de Will Smith. Algunos compararon la reacción de Smith con el desborde de un matón de la mafia. Nada más absurdo.

Hoy vivimos en un mundo que despedaza la ética y la moral en las redes y desde cotos de elevada hipocresía pretende señalar, criticar y cancelar a aquellos que contravienen la anestesia bienpensante. Pero recordemos que Smith es ciudadano de un país que sometió a juicio político a un presidente por un desliz amatorio con una becaria, pero aceptó que otro invadiera y destruyese un país con el pretexto de buscar armas de destrucción masiva que nunca se encontraron. En ambos casos la idea del perjurio - faltar a la verdad como presidente- se interpretó de manera diferente.

En una lectura menos inmediata y más simple, la bofetada de Smith fue también un golpe al buenismo, la corrección política y la no violencia de “Imagine”, y a la idea de que en público los desbandes de las estrellas no pueden ser admitidos. El sistema de Hollywood permeó al mundo el ideal de que hay personas que alcanzan una condición divina y perfecta solo por ser estrellas, y eso también alimenta la contraparte de condena y ensañamiento con aquellos que se apartan del rebaño. Lo que hizo Smith lo hubiera hecho cualquiera con respeto por sí mismo y derecho a sentirse ofendido. En una época eso se vinculaba a la dignidad y la acción ante la ofensa una reacción de caballero.

Los colectivos de la agenda social feminista no han condenado la burla a Jada Pinkett, y lo que ha quedado luego del hecho es la internación de Smith en una clínica para procesar su desborde violento: otro triunfo del sistema que lo ha empujado a su reacción. Mientras tanto, la violencia real y nociva tomó hace pocos días víctimas en el subte de New York a manos de un hombre negro que ya fue detenido.

Eso es parte del combo de noticias y la información como espectáculo. Se pasa de la violencia light de Smith a la letal de un anónimo perturbado mientras se combate la de Putin, el matón genocida que invadió Ucrania, con medidas económicas. Ese es el menú mediático que alimenta la pérdida de valores en Occidente.

Si se calcula el tiempo que se le ha dedicado en los medios y redes a la bofetada de Smith y se lo compara con el que ocupó y ocupa la violencia real, se pueda entender que estamos en problemas. Por empezar, las nociones de respeto, honor y defensa de estos, se deslizan hacia el depósito de las causas perdidas rebajadas por la lima feroz de la frivolidad mediática y la comodidad bienpensante.Hugo Burel

Reportar error
Enviado
Error
Reportar error
Temas relacionados